<p>En síntesis, la credibilidad de los gobiernos no ha salido indemne de estos procesos. En algunas economías principales, la comunidad de negocios lo pensaría dos veces antes de aprobar que un estado desempeñe papeles activos en el manejo de empresas privadas, por más que el público esté irritado con banqueros y otros agentes financieros.</p>
<p>Otros factores pueden constreñir a los gobiernos. Entre ellos, aprietos fiscales y endeudamiento por encima de cotas soportables. Presionados por solventar siquiera su giro, no querrán o no podrán asumir responsabilidad ni cubrir requerimientos de capital para empresas estatizadas. En la versión thatcheriana de Turnbull, “las agencias gubernamentales carecen de elencos con capacidad para gestionar finanzas, afrontar embargos o llevar a cabo políticas remuneratorias”.</p>
<p>En otro plano, los gobiernos sufren de limitaciones constitucionales. En la Unión Europea, por ejemplo, la doctrina sobre control de asistencia estatal –prohíbe que una intervención distorsione la competencia o el comercio intrazonal- está muy imbricada en los documentos fundacionales. “Los gobiernos podrían verse por demás envueltos en la banca privada y hasta competir con ella en el mercado abierto”.</p>
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<p><strong> Regulación poscrisis </strong></p>
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<p>Si la permanente expansión del control estatal en bancos resulta improbable, ¿qué pasará en caso de un renacimiento regulatorio? “En finanzas -admite el analista-, sin duda se endurecerán las pautas y perderá vigencia la idea de que los riesgos son mejor gerenciados alentando a cada entidad a tomar sus propias decisiones”.</p>
<p>En esta materia, el polémico presidente del Banco de Inglaterra, Mervyn King, ha dicho que “la banca es global en vida, pero local cuando muere”. Este pensamiento fomenta interés en la regulación supranacional. Sea en forma de un cuerpo de ese tipo en la UE, sea mediante cooperación entre instancias nacionales.</p>
<p>Sin la menor duda, la estrategia bancaria occidental irá cambiando. En EE.UU. quizá no se vuelva a la ley Glass-Steagall (1936), derogada –con notable imprudencia, señalaron varios economistas sistémicos- en 1999. Esa norma vedaba a un <em>holding</em> bancario controlar otros tipos de sociedades financieras. A juicio de Turnbull, ahora negocios más volátiles requerirán mas capital y ello trabará el crecimiento de entidades, sin necesidad de aquella ley.</p>
<p>El ritmo de integración financiera internacional puede frenarse o hasta darse vuelta. Por el momento, efectivamente, los banqueros deberán concentrarse en los problemas de sus propios mercados. Simultáneamente, la dirigencia política continuará cuestionando el propósito o la función social de diferenciales en remuneraciones que se han agrandado por demás en cinco o seis años. Una ética que permite pagar a algunos quinientas a mil veces lo que cobra un bancario común ha sido puesta en el banquillo por la opinión pública.</p>
<p>Mucha gente, por otra parte, cree que las finanzas se han desconectado de los actividades cotidianas. Esto influirá tanto normas como prácticas, vía presiones por mayor transparencia: quienes presten, deberán hacerlo con mejor conocimiento de los activos subyacentes. La nueva clave, simplicidad es mala noticia para el dominio de las finanzas privadas, que pone demasiada ingeniería entre esos activos y sus resultados.</p>
<p>De acuerdo con el principal asesor financiero de Booz & Co. en Gran Bretaña, “retornan la intervención de bancos privados o las masivas colocaciones estatatales en empresas. Sin embargo, esas realidades no significas necesariamente lo que cierta retórica presume. No al menos para quienes recuerdan otras épocas”.</p>
<p>Turnbull apunta a las experiencias de su país. Durante los 35 años posteriores a la Segunda guerra mundial, áreas económicamente tan claves como hidrocarburos, hierro, acero, combustibles, energía, comunicaciones y transportes estaban en manos del estado. Después, desde los años 80, se puso en marcha un drástico programa de privatizaciones y, de una docena de conglomerados públicos quedaron apenas los correos.</p>
<p>Margaret Thatcher, Ronald Reagan y sus revoluciones conservadoras cambiaron la filosofía prevaleciente en las economías occidentales. En especial las adherentes al capitalismo anglosajón (Estados Unidos, Gran Bretaña, Holanda, Canadá). La regulación pasó a ser un mal necesario, limitable a correcciones de falencias específicas en los mercados. Pese a turbulencias como las de 1987, 1997/8 o 2000/01, los ortodoxos consideraba la propia regulación como una falencia del mercado.</p>
<p>Cada país había escogido su lugar en una escala que iba de mercado libre a control estatal. Pero las economías principales –salvo China y Rusia- marchaban rumbo al primer extremo. Entonces sobrevino 2007/8.</p>
<p>“Los hechos del último año y medio –señala Turnbull- han comprometido la fe en los mercados libres (ya no eran virtuosos), sobre todo los financieros y especulativos. Ha habido amplia intervención estatal en países como EE.UU., Gran Bretaña, Alemania y otros. Sus gobiernos adquirieron participaciones controlantes en bancos, automotrices y otras actividades, a cambio de rescates o apoyo financiero”. Las escandalosas remuneraciones de ejecutivos u operadores irritaron al público y crearon clima para pesadas regulaciones sobre prácticas financieras.</p>
<p>Resulta entonces natural preguntarse si “esta etapa de mayores controles estatales implica que el capitalismo anglosajón se agota o resurgirá en forma diferente. O el nuevo orden –plantea Turnbull- convertirá a los gobiernos en accionistas dominantes de bancos, industrias, etc.”.</p>
<p>Algunos observadores apuestan a esa posibilidad, otros la rechazan de plano y un tercer grupo cree que se difundirá el modelo socioeconómico escandinavo. Vale decir, una forma de estado de bienestar que los neoclásicos detestan más que al capitalismo renano. El experto es escéptico en un sentido: “habrá nuevos regímenes regulatorios, pero casi no existen probabilidades de gobiernos occidentales convertidos en dueños permanentes de bancos o empresas”.</p>
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<p><strong>Límites </strong></p>
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Para entender eso, es preciso examinar el sistema financiero tal como emerge en la actualidad. Todos quienes han armado rescates los definen como “temporarios”. La reciente ley bancaria británica emplea el término. El programa norteamericano pro alivio de activos tóxicos (TARP) insiste en que su meta es revender los paquetes adquiridos. En un caso, American International Group, el proceso se ha iniciado.</p>
<p>Mientras tanto, confía el asesor de Booz & Co, “un modelo desarrollado consiste en gestión distanciada. Así, Londres puso en práctica un mecanismo de doble distanciamiento, donde un intermediario –<em>United Kingdom financial investment</em>, UKFI- toma los <em>holdings</em> a Tesorería. Sus directores son aprobados, no elegidos, por el gobierno. Cada junta tiene el mandato explícito de servir a la sociedad, no a accionistas ni inversores. Fuera del sector bancario, sólo se autorizan auxilios estatales y avales temporarios”.</p>
<p>Por supuesto, siempre cabe la posibilidad de que los responsables de políticas se engañen y reajusten sus horizontes a menor ritmo de los cambios en el contexto. “Pero no parece factible –cree Turnbull- que quieran o los dejen prolongar el control estatal de una sociedad privada intervenida. Si bien ha habido grandes fracasos en el sector financiero y mucho de la crisis sea atribuible a bancos comerciales y bancas de inversión, tampoco los gobiernos están libres de pecado. Empezando por haber permitido enormes desequilibrios fiscales”.</p>
<p>Por ejemplo, adoptar metas inflacionarias basadas solo en precios minoristas condujo a la inflación de activos. En relación con ello, EE.UU. y otros países alentaron notoriamente las hipotecas de mala calidad porque les interesaba promoverlas como vía de mejorar la recaudación tributaria. Para ello crearon un sistema regulatorio con fallas y permitieron a los bancos engañar al público vía vehículos financieros ajenos a los balances, por ejemplo los derivativos. Más tardes, las autoridades fueron lentas en advertir señales de problemas y torpes en reaccionar. Se aferraban a temores sobre riesgo moral o inflacionario, mucho después de ser amenazas relevantes.</p>
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