Según un estudio, durante 2000-4, la cantidad de fundaciones de epónimos creció 60% y suman unas 33.000.<br />
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La fundación William & Melinda Gates, es actualmente la más rica y visible. No obstante, estudios del <em>Foundation Center </em>(Nueva York) dan a entender que más de dos tercios del sector lo integran fondos familiares inferiores al millón cada uno. Naturalmente, varios de ellos podrían convertirse en los gigantes del mañana. En un plano más terrestre, muchos millonarios –señala el <em>National Center for Family Philanthropy</em>– están creando “capas” de fundaciones, con el fin de transferirles activos muebles e inmuebles. A veces, para eludir impuestos.<br />
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A medida como envejece la primera generación nacida en la posguerra, esos flujos podrían superar el total conocido de dinero en fundaciones epónimas: el estudio indicaba US$ 195.000 millones a fin de 2003. “Hemos ingresado a una fase de megafilantropía”, sostiene Stephen McCarthy, ex socio gerente del fondo inversor Lord Abbett & Co.<br />
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La tendencia es clara. A la fundación Gates le tomó apenas cinco años llegar al tamaño actual. Dentro de los próximos diez, o menos, esa entidad podría aumentar mucho más al recibir los fondos del especulador financiero Warren Buffett. <br />
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Próximamente, los activos de su difunta esposa, Susan (acciones del fondo Berkshire Hathaway por unos US$ 2.600 millones, controlados en realidad por el magnate), serán transferidos a la fundación familiar. En cambio, el grueso de su propia fortuna, alrededor de US$ 40.000 millones, engrosaría las arcas de la fundación de los Gates.<br />
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Miles de fundaciones familiares, establecidas por capitanes de la industria, especuladores financieros, ases de la tecnología, estrellas del espectáculo y el <em>management</em>, están repletas –cabe admitir– de oportunidades para buenas causas. Muchas pueden otorgar apoyo monetario a largo plazo para proyectos riesgosos o controvertidos, ante los cuales vacilaría el donante medio.<br />
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<strong>Un buen ejemplo</strong><br />
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“Las organizaciones que financiamos saben que las acompañaremos en las buenas y en las malas, independientemente de la innovación en marcha o el contexto económico”, señala –lírico– Alfred Castle, director ejecutivo de la fundación familiar más antigua de Estados Unidos, la Samuel & Mary Castle, Honolulu. La suya es la quinta generación del clan a cargo de la entidad, creada hace 112 años por la matriarca.<br />
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Mientras su marido predicaba el evangelio y hacía dinero, Mary Tenney Castle colaboraba con educadores como John Dewey y luchaba por un sistema de jardines infantiles étnicamente integrados, una revolución a fines del siglo XIX. En 1943, justo a cien años de arribar la señora Castle, Hawaii fue el primer territorio norteamericano en tener jardines de infantes multirraciales mantenidos por el estado.<br />
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La fundación Castle tiene bastante compañía en el hoy estado de Hawaii. Incluyendo nuevos residentes, como el emprendedor financiero Charles Schwab y su esposa Helen. Su fundación surgió en septiembre de 2001 y manejaba US$ 144 millones a fin de 2004. Gordon Moore, cofundador de Intel y autor de la teoría homónima sobre multiplicación geométrica de potencia computacional, estableció en 2000 una entidad similar, junto con su mujer Elizabeth. A mediados de 2005, acumulaba US$ 5.000 millones en activos.<br />
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Sin duda, el auge de esta filantropía es resultado natural de la afluencia prevaleciente en la alta burguesía. Hacia 2004, 2.700.000 norteamericanos poseían de un millón de dólares para arriba. Vale decir, 23% más que en 2002. La consultora CapGemini vincula ese perfil con la firmeza de los mercados bursátiles y financieros, no con avances importantes en el producto bruto por habitante.<br />
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<strong>Variedad de recetas </strong><br />
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“Cuando la gente llega a tener mucho dinero, inevitablemente se da cuenta de que sus necesidades de consumo son inferiores a sus posibilidades de gasto. Nadie vive por siempre”, apunta Charles Löwenhaupt, veterano asesor en materia de filantropía. “Eventualmente, una fundación le da más significado a su fortuna. Recién con el tiempo, empero, advierten la conveniencia de procesos estructurados y efectivos”.<br />
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Por cierto, existen varios vehículos aptos para un filántropo en ciernes. Por ejemplo, fondos expertos en donaciones o dedicados exclusivamente a beneficencia. Sin contar entidades caritativas ligadas a iglesias o estados. Para elegir, deben considerarse, comisiones, honorarios y grado de transparencia.<br />
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Si la tentación de crear una entidad benéfica familiar es irresistible, debe saberse que no hace falta una fortuna como las de Gates, Buffett o Moore, ni ser un Richard Gere, un Jack Welch o, mucho menos, una estrella política como William J.Clinton. Cualquier matrimonio opulento puede ser epónimo de una fundación y asegurarse de que sus causas y fondos sobrevivan a la muerte.<br />
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Pero, como esos personajes, el “común de los magnates” aspira a su propia fundación filantrópica. Por lo general, la entidad se llamará como el creador (más su cónyuge, si hay o hubo) y otorgará fondos, becas y otros tipos de donaciones –siempre a nombre del fundador– a causas y entidades de derecho público o privado, sin fines de lucro. Los recipientes de beneficencia serán, durante décadas tras la muerte del donante, una gama de organismos o fines, en los cuales éste cifra su fe. <br />
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Sin embargo, la motivación real más grande consiste en mantener firme control sobre el proceso mismo de manejar fondos. Una fundación permite dispensar sumas generosas –no siempre para obras benéficas– a las causas o entidades elegidas. En EE.UU., los requisitos esenciales son distribuir al menos 5% del activo total cada año y abonar 2% de gravamen federal sobre todos los ingresos derivados de inversiones. <br />
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Esos incentivos han puesto en la picota una cantidad de grupos benéficos, recipientes regulares de donativos individuales, a raíz de conflictos políticos, de intereses, incompetencia, fraude o latrocinio. Todavía hoy se recuerda a William Aramony, ex presidente ejecutivo de United Way of America que, en 1995, fue procesado por fraude y pasó siete años entre rejas. Ello no fue óbice para que, en 2002, el jefe de la filial Washington DC de UWA fuera a la cárcel por robarse US$ 497.000.<br />
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“No sorprende que exista desconfianza entre donantes y hoy exijan todo el contralor posible sobre sus dineros”. Así apunta Eugene Tempel, director del centro sobre filantropía en la universidad de Indiana.<br />
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<strong>Bailando con lobos</strong><br />
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Más allá de cuestiones crematísticas, muchos patriarcas y matriarcas optan por fundaciones familiares para perpetuar un conjunto de ideas y valores. Como en EE.UU. no existen títulos de nobleza hereditarios, los iniciadores de una “dinastía” buscan imponer determinadas normas de conducta o estilo a las generaciones siguientes, a cambio de un futuro sin sobresaltos económicos.<br />
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El presente auge de fundaciones familiares empezó con la burbuja tecnológica de 1997 en adelante. Sólo en 2000, cuando ya se hinchaba la “exuberancia irracional”, la cantidad de entidades aumentó 20%. En el cuadrienio 2000-3, la tasa compuesta de crecimiento promediaba 10,5% anual. <br />
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Ese crecimiento no sólo ha generado oportunidades, sino también riesgos. A todo consultor del área le sobran anécdotas sobre fundadores demasiado ambiciosos, entidades mal organizadas, asesoría deficiente y, claro, corrupción. En los últimos años, mientras los delincuentes empresarios dominaban los titulares de los medios, las fundaciones sacrificaban reputación en aras de escándalos gerenciales.
Las tres claves de las fundaciones familiares
Cuando se trata de donar, los magnates norteamericanos son cada día más parecidos a Frank Sinatra: quieren hacerlo a su manera, para sus causas, en sus términos y asegurando su posteridad. Por eso se apresuran a armar organizaciones propias, cautivas.