<p>Muchas fuentes temen que la paulatina vuelta a la normalidad reste incentivos para poner en orden las cuentas federales. Un ecléctico como Paul Samuel (Nobel de Economía 1970) habla ya de “un verdadero pánico mundial, si los países que financian el déficit estadounidense –China en particular– resuelven que sus colocaciones en títulos de tesorería no son seguras”. A su vez, un ortodoxo como el megafinancista Warren Buffett sostiene que “la actual proactividad fiscal podría resultar tan peligrosa como la reciente crisis, si una eventual inflación le erosiona capacidad de compra al dólar”. <br />
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Por cierto, la cotización del dólar mide la salud económica de EE.UU. Si cede, los estadounidenses pagarán más por sus compras, se elevará el costo de vida, subirán las importaciones y bajarán las exportaciones. De paso, disminuirá el valor de las inversiones externas al convertirse en moneda local.<br />
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Los expertos monetaristas –según reseña Knowledge@Wharton– arguyen varios motivos de preocupación. En esencia, la escala de los desequilibrios en el comercio y los gastos presionan contra el valor del dólar a largo plazo. El país importa muchos más bienes y servicios que cuanto exporta, inundando de dólares los mercados internacionales y deteriorando su cotización. <br />
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El actual déficit en cuenta corriente –balance neto del comercio, los ingresos y los invisibles– ascendía en diciembre último a US$ 700.000 millones. Si bien el rojo del intercambio cedió 35% en el primer semestre (la recesión frenaba la demanda de combustibles y otras importaciones), sigue siendo el mayor del planeta.</p>
<p><strong>En el largo plazo</strong><br />
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“El dólar podría deteriorarse bastante en el largo plazo”, afirma Richard Marston (escuela de negocios Wharton). “Si continuamos tomando fondos de otros países para apuntalar nuestra adicción al gasto, eventualmente esos prestamistas dudarán de la fiabilidad estadounidense”. <br />
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La combinación entre ocho años de déficit y los recientes estímulos fiscales proyecta un rojo de US$ 1,6 billones en 2009/10, máximo desde la Segunda Guerra Mundial en dólares constantes. Eso equivale a 11% del producto bruto interno, 3% más que en 2008/9. Para financiarlo, Washington depende de Beijing, Tokio y Seúl como socios principales. Pero, no hace mucho, China ventilaba severas inquietudes sobre el potencial efecto inflacionario de los estímulos en su propia economía, que muestra US$ 1,5 billones de activos dolarizados en sus reservas. <br />
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Complicando las cosas, ambos países tienen relativamente pocas opciones políticas para afrontar los “déficit gemelos” de EE.UU. y fortalecer el dólar. Las perspectivas de una recuperación lenta y débil en esa economía descartan un alza de tasas referenciales (hoy en 0 a 0,25% anual) o impuestos en un horizonte de corto plazo. Mientras el público estadounidense en efecto disminuía gastos y su tasa de ahorro saltaba a 7% del PBI en el primer semestre, las exportaciones chinas retrocedían 20%, cerraban fábricas y crecía el malestar social (al menos, así sostienen en Hongkong y Singapur).<br />
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“La economía china sigue impulsada por las exportaciones. Por ende –subraya otro experto de Wharton, Marshall Meyer–, hará todo lo posible para evitar que el yüan se reaprecie. O sea, comprará cuanto dólar ande suelto”.<br />
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Con posibilidades de recuperación a partir del próximo trimestre (el año fiscal 2009/10 arranca en octubre), la mayor amenaza al dólar es un alejamiento del excesivo gasto individual, fruto del descalabro hipotecario de 2006/8, hacia niveles sin precedentes –creen los ortodoxos– de gasto gubernamental. Si bien la intervención estatal era al principio indispensable para evitar un colapso económico en todo Occidente, ahora los neoclásicos advierten que el déficit federal podría conducir al declive del dólar en el largo plazo. <br />
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Estas ideas encuentran apoyo en la oficina presupuestaria del Congreso (CBO), que proyecta un déficit acumulado de nueve billones en 2018/19, vale decir 5% del PBI, a valores constantes. Reflejando una concepción fiscalista, la CBO atribuye parte de esa cifra a gastos sociales “insostenibles”. Varios economistas sistémicos ven esos números como una obsesión contable.<br />
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Por supuesto, mientras los megadéficit o China se harán sentir en el largo plazo, otra serie de factores dificulta, desde la misma óptica, pronósticos sobre fluctuaciones cambiarias de corto plazo. En un horizonte de seis a 12 meses desde septiembre, “el dólar será influido primariamente por la fortaleza de la economía estadounidense y los atractivos de sus mercados financieros o bursátil. Pero, en verdad, veo perspectivas muy confusas”, admite Mauro Guillén en Knowledge@Wharton. <br />
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Por ejemplo, el euro fue subiendo paulatinamente contra el dólar mientras se inflaban las burbujas inmobiliaria y financiera hasta alcanzar el pico de US$1,60 en abril de 2008. Tras estallar ambas crisis, cedió hasta 1,255 en marzo pasado, mientras los especuladores veían en el dólar un mejor refugio. En la segunda quincena de septiembre, rebotaba a US$ 1,45.</p>
<p><strong>La estrategia china</strong><br />
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Pese al éxito de US$ 590.000 millones en estímulos y un amplio superávit en el intercambio con EE.UU. (US$ 300.000 millones en 2008), China impide que el yüan se reaprecie secando la plaza local de dólares y atando la divisa a un precio fijo, 6,80 yüan. No obstante, Beijing había dejado revalorizar su moneda 17,5% entre 2005 y 2008.<br />
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Aparte de urgir a Washington a afrontar sus riesgos inflacionarios (más que los efectos de estímulos fiscales), los altos funcionarios orientales habían estructurado una canasta de monedas –dólar, euro, yen– como cotización opcional para el yüan. Sea como fuere el dólar tiene serias posibilidades a mediano plazo de continuar como divisa referencial del mundo.<br />
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Con las economías centrales retornando a cierta normalidad tras eliminar desequilibrios cambiarios, la suerte de las paridades en el corto plazo dependerá predominantemente del ritmo de recuperación estadounidense en relación con la Eurozona, Japón y las principales economías emergentes. En este punto, cabe una observación: Sudamérica tiende a usar monedas locales –especialmente el real brasileño– en su intercambio intrarregional.<br />
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Los analistas de Wharton creen factible una ulterior reapreciación del euro y un retroceso del yen, en perjuicio de importaciones japonesas. En términos generales, empero, el ritmo de normalización económica en EE.UU. y el resto de Occidente seguirá siendo pausado. En su perspectiva, señala Guillén, “las utilidades del sector privado crecerán más que el empleo, en tipo de recuperación que muchos estadounidenses tomarán por más recesión”. <br />
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Políticamente, ese efecto puede bloquear medidas ortodoxas. Así, el contexto más probable en los próximos años será una depreciación del dólar con altibajos. En tanto, “los mercados cambiarios –presume el mismo analista– se ajustarán gradualmente a reducir los grandes desequlibrios comerciales. Pese al retroceso económico mundial, el déficit en cuenta corriente de EE.UU. se proyecta superior a US$ 400.00 millones para 2009/10”.<br />
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Marston y Meyer sugieren una medida que podrían frenar la inflación y atenuar la falta de confianza en el dólar. Consiste en disminuir el déficit presupuestario. Mientras la economía avanza hacia una recuperación más firme en dos a tres años, los mercados de bonos y monedas subrayarán riesgos a la Reserva Federal, con el fin de que eleve intereses, y presionarán al Congreso para bajar gastos. Si esta concepción ortodoxa prevalece, se limitarán los efectos de los estímulos fiscales antes de que el déficit salga de control (aunque “eso ocurrió ya bajo Bush”, observaba Samuelson). Sin embargo, Barack Obama tratará de evitar depreciaciones repentinas adoptando medidas pro reducción de nuevo endeudamiento, similares a la de Robert Reich y Lawrence Summers bajo William Clinton.</p>
El mundo no confía en el dólar
Mientras las economías occidentales parecen orientadas a una lenta recuperación, aumenta la inquietud sobre una adicción de Estados Unidos que data de George Bush y sus aventuras bélicas. Temen que los estímulos por dos billones en 2008/9-2010/11 generen una crisis peor por falta de confianza en el dólar y en la voluntad de limitar los déficit.