<p>Por Mariela Mociulsky (*)</p>
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<p>La constante incorporación de nuevas tecnologías a nuestras vidas –con los consecuentes cambios en los hábitos y formas de vivir– sumado a la aparición de los Estados supranacionales, la proliferación de los procesos migratorios y la adquisición de derechos por más sectores de la sociedad, han provocado que, en las últimas décadas, el concepto tradicional de ciudadanía fuera puesto en jaque y se requieran ahora nuevas definiciones de lo que significa ser un ciudadano. <br />
No se trata de un abordaje académico sino de ofrecer descripciones y reflexiones sobre cómo es el ciudadano de hoy, su comportamiento, su visión tanto de sí mismo como de los pares, sus ideas acerca de las propias obligaciones y otros aspectos que hacen a su conducta como ciudadano. <br />
La intención es lograr una comprensión acerca del ciudadano de hoy en nuestro país, basándonos en el análisis de entrevistas individuales y grupales a ciudadanos realizadas en los últimos años (generalmente de nivel socioeconómico medio) con un doble objetivo: describir el clima social como marco comprensivo de investigaciones de mercado y articular dicho análisis con la consulta de bibliografía de reconocidos expertos en la temática. </p>
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Mariela Mociulsky</p>
<p><strong>Hablemos de ciudadanía</strong><br />
El término ciudadanía es amplio y complejo y abarca diferentes dimensiones. En primer lugar, la ciudadanía es el reconocimiento del estatus de un individuo como miembro de un Estado, le da un sentido de pertenencia dentro de una determinada sociedad. En segundo lugar, se trata de un reconocimiento a los individuos de una serie de derechos que, entre otros factores, constituyen una garantía frente a posibles abusos por parte del Estado. <br />
Al mismo tiempo, implica recíprocamente obligaciones hacia éste. Por último, el ser ciudadano otorga el derecho a la participación política y a ocupar cargos de poder dentro del Gobierno de ese Estado del que el individuo forma parte. <br />
Podemos definir ciudadanía como<em> “un estatus jurídico y político mediante el cual el ciudadano adquiere unos derechos como individuo (civiles, políticos, sociales) y unos deberes respecto a una colectividad política, además de la facultad de actuar en la vida colectiva de un Estado”, </em>señala Gabriela Fernández en su estudio sobre ciudadanía para CEPAL (Fernández: 2001).<br />
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<strong>La Argentina y la ciudadanía</strong><br />
Al tratarse de una sociedad influida, en gran medida, por la inmigración, la Argentina es, desde el principio, plural en cuanto a los orígenes étnicos, culturales y sociales de sus ciudadanos. Los primeros inmigrantes llegaban con una esperanza de prosperidad económica a la que no podían acceder en sus países de origen, generalmente europeos. Ellos no eran ciudadanos argentinos, y ciertamente no poseían un sentimiento de arraigo y pertenencia por el país, al cual consideraban como un lugar de paso, del que se irían una vez alcanzada esa prosperidad. <br />
Los inmigrantes criaron hijos con un imaginario de movilidad social ascendente que se concretó a través de una de las obligaciones del Estado por excelencia: la educación pública, siendo la escuela un eje de integración de las comunidades que llegaban al país para crear a través de la socialización secundaria, la integración a la Nación. Los hijos de estos inmigrantes lograron, en gran parte gracias a la escuela pública y a las políticas de inclusión de las últimas décadas del siglo 19, sentirse argentinos a pesar de sus diferencias evidentes. </p>
<p><strong>El repliegue de la participación</strong><br />
El ciudadano de hoy se sabe y se siente argentino; sin embargo, el nivel de participación ciudadana en nuestro país es menor que en otras épocas y tiende a ser más bajo. El descenso en los niveles de participación ocurre tanto en los grandes problemas nacionales como en cuestiones más cotidianas que se mencionan con quejas y preocupación, como la basura, el tránsito o la seguridad. <br />
Los ciudadanos esperan soluciones, pero en la mayoría de los casos no se sienten parte de las mismas, son pocos los que reflexionan acerca de cuál puede ser su rol en los distintos problemas o soluciones que cuestionan. <br />
Algo similar sucede con la opinión de la ciudadanía acerca de la clase dirigente. Existe un importante nivel de desconfianza en las instituciones acompañado de vivencias de desamparo y vulnerabilidad. Los ciudadanos esperan un cambio en la forma en la que se toman decisiones, reducciones en los niveles de corrupción y un mayor compromiso de la clase dirigente (“los políticos”, casi independientemente si son del Gobierno o de la oposición). <br />
Los ciudadanos son, cada vez más, observadores críticos e informados que expresan su opinión de diversas y novedosas maneras, pero en gran cantidad de los casos, sin asumir el rasgo de la ciudadanía que es la participación. Se esperan cambios, siempre, pero se espera muchas veces que sucedan sin participación, al menos, a través de las instituciones formales. <br />
En momentos donde las clases medias se sintieron golpeadas, como en 2001 con el corralito, sí se observó la explosión de la protesta, pero en la mayoría de los casos, esa actitud no se plasmó luego en una participación sostenida.</p>
<p><strong>La caída de los grandes relatos</strong><br />
Como tendencia mundial, diversos analistas señalan un debilitamiento en la creencia en las “grandes narrativas o grandes relatos ideológicos” que se traducen en un descrédito en el sistema político formal (militancia en partidos políticos, por ejemplo).<br />
En este sentido, señala María Seoane <em>“los argentinos entraron en el siglo 21 refugiándose en la vida privada o en asociaciones de carácter alternativo, en los márgenes del sistema político” </em>(Seoane 2005). <br />
La sociedad actual se ha vuelto más heterogénea tanto en sus valores, como en sus discursos y en la forma en que los individuos eligen vivir y expresarse. Al mismo tiempo, los individuos tienden a concentrarse más en sus asuntos privados. Cuando el ciudadano se expresa, lo hace más críticamente, y también de novedosas y diversas maneras, usando y creando otros “canales” de participación frente al descreimiento en las instituciones tradicionales. </p>
<p><strong>El consumidor-ciudadano</strong><br />
Hoy existe entre los ciudadanos un importante grado de conciencia acerca de los propios derechos. Esto puede observarse, sobre todo en las clases medias, en lo referido al consumo y en la actitud que las personas toman frente a las empresas y a los prestadores de servicios. El consumidor exige un trato justo y dentro del marco de la ley. Muchos, incluso, están alerta a que estas leyes se respeten y conocen muy bien su contenido, el cual no temen en expresar de modo estentóreo cuando sienten que sus derechos están siendo vulnerados en un trato comercial. <br />
La proliferación de asociaciones de defensa al consumidor, y el aumento casi constante de denuncias en los entes estatales dedicados a esta tarea, demuestran que los consumidores son menos proclives a resignarse a un mal producto o servicio y reclaman que se los trate con justicia y respetando la ley. <br />
Este estado de alerta constante en el terreno del consumo también se refleja en los medios de comunicación, donde suelen observarse denuncias y quejas por malos servicios prestados por diferentes empresas. Este es uno de los ámbitos donde la “ciudadanía” se ha vuelto más activa, y en la que se ha establecido un mayor nivel de “control ciudadano”. <br />
Se expande cada vez más la brecha entre aquellos que tienen los medios para ser consumidores y ser parte del sistema, y aquellos sin los medios para serlo, quienes quedan fácilmente excluidos. <br />
En este sentido, García Canclini (Canclini:1995), postula que actualmente el espacio de participación y articulación es el mercado y que a través de éste se estaría dando el ejercicio de la ciudadanía. En la misma línea, Nicholas Rose (Rose:1999) afirma que una característica social actual es la mercantilización que produce un nuevo sujeto de gobierno: el cliente (en tanto consumidor de servicios diversos), o –como llaman Houston y Appadurai (Houston y Appadurai 1996: 1992-195) a los ciudadanos “los espectadores que votan”–. <br />
Finalmente, existiría también una distinción entre el discurso y la práctica de la ciudadanía, o lo que Sinesio López (López: 1997) llama una “ciudadanía real” y una “ciudadanía imaginaria”, siendo que no se puede realmente ejercer la ciudadanía si no existen las condiciones objetivas que aseguran la práctica de los derechos. Derechos, obligaciones, posibilidades y accesos diferenciales a pesar del discurso de igualdad que prevalece en las definiciones formales. </p>
<p><strong>Pérdida de los grupos de referencia </strong><br />
En la sociedad actual existen menos certezas y verdades unívocas; las instituciones ofrecen entonces menores garantías, o son más cuestionadas. Los individuos buscan constituir y expresar una identidad propia, no necesariamente atada a un determinado modo de vida comunitario o idea que lo vincule con otros. <br />
La mayor polarización también favorece en muchos casos cierto repliegue sobre lo conocido que otorga mayor seguridad. Las personas comienzan a sentirse muy vinculadas con su propio lugar y su entorno, contando con menor cantidad de espacios y oportunidades de intercambio, de heterogeneidad en cuanto a niveles socioeconómicos, por ejemplo. Menos clubes o plazas o espacios públicos “seguros” para compartir, disfrutar y cuidar en conjunto. Comienza a verse al otro, al diferente como hostil, como un ente peligroso para su propio desarrollo y el de su grupo íntimo.</p>
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<p><strong>La nueva retórica de la intimidad</strong><br />
Surgen fenómenos defensivos y el repliegue y aislamiento va tomando forma mediante la aparición, por ejemplo, de barrios cerrados. La sensación de desprotección lleva a algunos ciudadanos a crear su propia comunidad cerrada dentro de la comunidad, la seguridad tan buscada y necesaria, se ha ido privatizando. <br />
Tanto los sociólogos Richard Sennet como Zygmunt Bauman reflexionan sobre los cambios en la ciudadanía y la civilidad a partir de las nuevas organizaciones de la ciudad. Bauman señala la falta de ejercicio de lidiar con las diferencias y resume: <em>“se han acabado la mayoría de los puntos de referencia constantes y sólidamente establecidos que sugerían un entorno social más duradero, más seguro y más digno de confianza que el tiempo que duraba una vida individual. Se ha acabado la certeza de que ‘volveremos a vernos’, de que estaremos viéndonos durante un largo tiempo a futuro, y de que por tanto, puede suponerse que la sociedad tiene una larga memoria y que lo que hoy nos hagamos mutuamente nos confortará o atormentará en el futuro”</em> (Bauman: 2005). <br />
Los vínculos más primarios, los grupos cercanos de familiares y amigos, se convierten en espacios de gran importancia, en contraste con los partidos políticos y los grupos militantes de un determinado ideal, los cuales se encuentran desvalorizados en relación a otros períodos históricos.<br />
Estos cambios en los grupos de referencia también influyen en la expresión política, formas de pensar las afinidades y el voto. Especialmente los jóvenes, manifiestan que no sienten afiliación por una determinada ideología. Gran parte de estos ciudadanos elige a sus dirigentes por otro tipo de afinidades menos relacionadas con el partido político al que representan. <br />
Impactan, por ejemplo, algunas propuestas concretas en el corto plazo y factores tan subjetivos como la simpatía que éstos les generan en sus apariciones televisivas o en los distintos medios. La publicidad y “venta de candidatos” es cada vez más profesional, en sintonía con las necesidades y valores del “ciudadano consumidor”.</p>
<p><strong>Una conciencia ambigua</strong><br />
Aunque con gran nivel crítico, se tiene plena conciencia de los derechos (las personas reclaman que éstos se respeten) y se manifiesta algún rechazo por aquellos que no cumplen con la ley o con quienes evaden impuestos, por ejemplo. Sin embargo, estas afirmaciones suelen estar teñidas con “algunas justificaciones o coartadas morales”, ya sea para evitar un determinado castigo, o por el amplio nivel de rechazo social que sufrirá si no lo hacen. Los ciudadanos tienden a evitar o minimizar el ejercicio de sus obligaciones. <br />
El ciudadano de hoy busca, por sobre todas las cosas, el poder vivir en armonía y bienestar. Busca responderse la pregunta acerca de cómo es “bienestar en esta vida, en este mundo”. Cree menos en respuestas comunitarias. La búsqueda de bienestar es más individual, en sus círculos y vínculos más primarios en general, y aunque le preocupa el “bienestar de la sociedad”, el punto de partida pareciera surgir desde este plano individual, extendiéndose luego a la preocupación por el bienestar de la sociedad. <br />
La idea que rige, que se escucha en boca de muchos ciudadanos es que, cuidando cada uno su círculo más íntimo, se irá construyendo una mejor sociedad. Al contrario de otras épocas o ideologías donde se buscaba un mayor bienestar comunitario para crear como resultado, mejores individuos.</p>
<p><strong>Ciudadano global, ciudadano local </strong><br />
Primero con el desarrollo del telégrafo, luego del teléfono, la radio, la televisión y especialmente de Internet, los sucesos que se desarrollan en cualquier parte del mundo se han vuelto accesibles de manera inmediata para cualquier persona. Asimismo, la hiperconectividad que representan los dispositivos móviles permite que el flujo de información, además de constante, sea instantáneo. <br />
Además de constituirse en individuos más informados y con una mayor perspectiva de lo que ocurre, acceden a contrastar lo que sucede en su propia región o país con el resto del mundo, y así evaluar las distintas situaciones de una manera nunca antes posible; los ciudadanos se sienten más cercanos a quienes viven en otras regiones alejadas. <br />
El conocer lo que sucede, además, produce la necesidad de las personas de intervenir en cierta forma en lo que ocurre en regiones alejadas. <br />
Es por eso que, por ejemplo, ante catástrofes naturales como lo fueron el terremoto en Haití y el más recientemente ocurrido en Chile, velozmente se formaron asociaciones de ciudadanos con el objetivo de prestar ayuda, ya sea enviando dinero, alimentos, medicamentos o viajando al lugar para hacerlo con sus propias manos. <br />
La ciudadanía hoy se encuentra mediatizada por la tecnología: es un medio privilegiado para informarse, comunicarse y presentar quejas pero también puede ser responsable de un menor involucramiento en lo local y cotidiano. <br />
Como señala Anthony Giddens, el listado de los peligros a los que nos enfrentamos conlleva un “efecto amortiguador”; constantemente estamos bombardeados con problemas de tal magnitud y de todas partes del mundo, que se convierten en parte del trasfondo de nuestras vidas.<br />
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<strong>Ciberciudadanos </strong><br />
Con el desarrollo de las nuevas tecnologías el ciudadano de hoy se encuentra más expuesto. Sobre todo en las nuevas generaciones, la proliferación de <em>blogs</em>, redes sociales y espacios en línea en los que las personas muestran sus fotos, exponen sus datos, sus creencias, sus reflexiones, sus círculos de amigos, sus grupos de referencia y hasta sus actividades diarias están provocando que el límite entre lo público y lo privado se vuelva cada vez más difuso. Existe consenso en cuanto a que los medios masivos se han convertido, cada vez más, en importantes agentes socializadores. Este es un fenómeno que también puede ser observado en los diferentes sitios de noticias y diarios online en Internet. <br />
Cada nota, sin importar si trata una temática política, social, internacional, deportiva o relacionada con el mundo del espectáculo, es comentada por cientos de lectores quienes, o bien emiten una opinión respecto del tema, aportan datos nuevos, critican y corrigen al autor de la nota o debaten entre sí generando grandes foros de discusión a partir de cada noticia. <br />
El anonimato ofrecido por la red la torna en un espacio ideal para esta tarea, y contrasta con las viejas cartas de lectores donde enviar una opinión o crítica a un medio implicaba un compromiso y un alto grado de exposición. <br />
El desarrollo de Internet, de alguna manera, ha permitido el nacimiento de una suerte de “ciberciudadanía”. Es constante la aparición y proliferación de espacios virtuales tales como blogs y podcasts donde ciudadanos de todo tipo, además de expresar sus opiniones políticas y demostrar sus puntos de vista intentan ejercer un control de las funciones del Estado. <br />
Asimismo, la posesión de celulares con cámaras de fotos, filmadoras y otros elementos tecnológicos, permiten que cualquier suceso pueda ser registrado por cualquier persona en cualquier oportunidad. De esa forma, muchas veces es el mismo público el que nutre a los medios de comunicación de información y pruebas de distintos acontecimientos. <br />
Las nuevas tecnologías han aportado herramientas para el ejercicio de la ciudadanía, y podrían ser, para algunos autores y ciudadanos, parte de la posibilidad de ampliación de la participación activa de las personas. <br />
Autores como Arjun Appadurai argumentan a favor del “trabajo de la imaginación” sobre todo en los migrantes, en tanto pueden construir o invocar pertenencias a través de los blogs y de las nuevas tecnologías, eligiendo qué recordar, qué mostrar de sus lugares de origen y así estar de alguna forma conectados. </p>
<p><strong>Anonimato y participación virtual</strong><br />
En contraposición, por ejemplo para Barman, las tecnologías son “despolitizantes” y señala que <em>“el intenso flujo de información no confluye en el río de la democracia (…) para que la moderna cultura líquida pueda desplazar el aprendizaje y reemplazarlo por el olvido como principal fuerza motora de los objetivos de la vida de los consumidores (…)”. </em><br />
En lo que se refiere a la “política real”, durante su viaje hacia su almacenamiento virtual, todo disenso es esterilizado, desactivado y degradado (Bauman: 2007). Para algunas corrientes de pensamiento la participación virtual puede ser como un placebo que inhabilita la participación real sin generar culpas. <br />
En síntesis, vivir la ciudadanía hoy implica múltiples desafíos tanto para los diversos actores sociales como para las instituciones. Probablemente uno de los mayores desafíos consista en cómo convocar a los ciudadanos a formar parte en el proceso de toma de decisiones y lograr una participación activa, real y cotidiana, tanto en el ámbito local como regional y nacional, entendiendo los cambios en los valores sociales y su impacto en la forma de vivir y de ser ciudadanos. <br />
Muchas de estas preguntas respecto de la ciudadanía encuentran hoy, en el Bicentenario, un marco simbólico propicio para la reflexión: ¿qué país queremos ser? ¿Qué clase de ciudadanos? ¿Cuál será nuestro compromiso cotidiano y qué formas tomará, para la construcción de un lugar mejor para nosotros y para generaciones futuras?<br />
Si bien aquí no están todas esas respuestas, se aportan nuevos interrogantes sobre un tema que nos compete a todos los ciudadanos. <br />
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<strong>Citas: </strong><br />
Bauman, Zygmunt(2005), <em>“Comunidad: en busca de seguridad en un mundo hostil”</em>, Buenos Aires: Siglo XXI. <br />
(Fernández, Gabriela 2001). <em>La ciudadanía en el marco de las políticas educativas. </em>Educación, Multiculturalismo e Identidad. Documento de trabajo de CEPAL. <br />
García Canclini, Néstor (1995).<em> Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización. </em>México: Editorial Grijalbo. <br />
Giddens, Anthony (1990) <em>Consecuencias de la modernidad.</em> Madrid: alianza editorial. <br />
Holston, J. y A. Appadurai (1996).<em> Cities and Citizenship, Public Culture. </em>19, <em>University of Chicago. </em><br />
López, Sinesio (1997). <em>Ciudadanos reales e imaginarios.</em> Lima: IDS, Instituto de Diálogo y Propuestas.<br />
Seoane, María (2005). Nosotros, apuntes sobre pasiones, razones y trampas de los argentinos entre dos siglos. <br />
Rose, Nicholas (1999). <em>Powers of Freedom: Reframing Political Thought. Londres: Cambridge University Press.</em></p>
El ciudadano del Bicentenario
Es el momento adecuado. Cuando el país celebra 200 años de vida independiente, vale la pena replantearse cómo es y cómo se define al ciudadano de esta era. La reflexión se impone en cualquier lugar del planeta, y de hecho es tema de análisis y ensayos en todas las latitudes.