Será irreversible, en algún punto del futuro, el agotamiento de las reservas de hidrocarburos. Y si continúan las emisiones de dióxido de carbono a este ritmo, el calentamiento global se incrementará hacia 2100 a un límite casi insostenible.
En el mundo ya han venido tomando nota. Así fue como en la última década se triplicaron las inversiones globales en energías renovables (excluyendo grandes centrales hidroeléctricas) respecto del primer decenio de este siglo y se cuadruplicó la generación: de 414 GW a 1.650 GW.
China ha sido el más activo en estas lides, con US$ 758.000 millones, seguido por EE.UU., con US$ 356.000 millones y más atrás Japón, con US$ 202.000 millones. Toda Europa destinará en conjunto US$ 698 mil millones, con Alemania al frente, con unos US$ 180.000 millones.
Entre empresas e inversores colocaron en el sector de las renovables US$ 273.000 millones el año pasado y generaron en éste el 12,9 % de la electricidad mundial. El logro ambiental residió en haberse evitado la dispersión de 2.000 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera, de acuerdo con el informe “Tendencias mundiales en inversión en energía renovable”, coordinado por la ONU y producido en conjunto por la Escuela de Fráncfort y Bloomberg NEF.
Pero las energías alternativas no sólo se desarrollan al compás de las satisfacciones que brinda la interacción entre las fuentes y el consumo, sino que el signo precios reacomoda las prioridades de ejecución de los proyectos. De ahí que el Climate Action Tracker (CAT) haya hecho hincapié en la profundización del desarrollo de códigos de edificación amigables con el ambiente y la incorporación de la movilidad eléctrica en el transporte público, por el lado de la demanda, a la par del impulso con mayor fuerza de las energías renovables y la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles como el petróleo y el gas natural, por el de la oferta.
El foco en este tránsito de la matriz eléctrica hacia un abastecimiento ciento por ciento desde fuentes renovables en 2050 se corrió a un punto conceptual previo: que se empiece con el reemplazo de energías tradicionales por las nuevas, lo cual implica que en primera instancia el gas desplace al carbón y al petróleo en la generación térmica.
Cambios sustantivos
A la última edición del World Energy Outlook de la Agencia Internacional de Energía, es interesante compararla con el informe de hace diez años. Es que en una década hay cambios sustantivos. Contra lo que podría preverse, no se trata del cambio climático global o de los conflictos en las zonas productoras del Medio oriente, los que impactan en esta nueva realidad.
Son temas que siempre inciden, pero no mueven la aguja del escenario tradicional. Lo primero que salta a la vista es un importante cambio geográfico en la demanda. En 2008, 81% del total de la oferta energética eran hidrocarburos (petróleo, gas y carbón). En 2018 es igualmente 81% y se esperan descensos poco significativos en los próximos 20 años.
En cuanto a energías renovables, hace una década aportaban 1% de la demanda global, incluyendo energía solar y eólica, además de biodiesel, pero sin contabilizar la hidroenergía. Hoy contribuyen con un 7% del total, mucho más que antes, pero sin que tenga incidencia decisiva en la estructura de la demanda global o en la proporción de emisiones de carbono.
Lo que se comprueba es que mayor presencia de energías renovables no están reemplazando al petróleo, pero sí a la energía nuclear e hidroeléctrica.
Uno de los grandes cambios de la década, es el nuevo papel de Asia en el consumo global energético. En 1980, consumía 18% del total. Ahora ese porcentaje es de 41%.
Sin embargo, la transición hacia una economía baja en carbono retrocede. A pesar de los aumentos significativos en energías renovables, la brecha entre el objetivo del Acuerdo de París y el ritmo necesario de reducción de emisiones sigue creciendo.
En 2018, se registró un 2% de aumento en las emisiones globales. La tasa de descarbonización cayó del 2,6% en 2017 al 1,6% en 2018. Los combustibles fósiles representaron más de dos tercios del aumento de la demanda energética a nivel global.
Según el informe “Low Carbon Economic Index 2019” que publicó PwC se puede afirmar que después de cuatro años de progreso moderado, el ritmo de transición hacia una economía baja en carbono se ha desacelerado a partir de 2018.
Ese año, el PBI mundial creció un 3,7%, impulsado por las economías emergentes, con un crecimiento superior al 5% en China, India e Indonesia. Si bien la economía mundial se está volviendo más eiciente en términos de energía, el consumo energético aumentó un 2,9% en 2018. Las energías renovables crecieron a la tasa más alta desde 2010 (en un 7,2%), pero siguen representando menos del 12% de la energía total.
Es así como la mayor parte del crecimiento de la demanda energética fue satisfecha por los combustibles fósiles, lo que contribuyó al aumento de las emisiones globales en un 2% (el más rápido en emisiones desde 2011).
La tasa de descarbonización del 1,6% nos posiciona muy lejos de la necesaria para mantener el objetivo primario del Acuerdo de París (no superar los 2° respecto de los niveles pre-industriales), estimada en un 7,5% anual. El carbón, el gas natural y el petróleo, representaron más de dos tercios del aumento de la demanda energética.
Si bien el consumo de carbón sigue siendo más bajo que su pico de 2013, aumentó por segundo año consecutivo, donde India registró el aumento más significativo en el consumo, aumentando en un 8,7% durante 2018. Este incremento es equivalente al consumo de carbón de toda América Central y del Sur. El consumo global de gas natural también aumentó, en un 5,3%, y constituye una parte cada vez mayor del mix energético mundial.
(Tomado de la edición impresa de Mercado)