Por Juan Luis Manfredi (*)
La debacle socialista marca una época. Solo ha mantenido dos gobiernos regionales (Asturias y Castilla-La Mancha) y tendrá que pactar en Navarra con EH Bildu –partido nacionalista vasco de izquierdas– a costa de ceder la alcaldía de Pamplona. Solo tres ciudades, de entre las veinte más pobladas, tienen alcaldía socialista. De golpe, en la antesala de convocatoria nacional, el partido ha perdido alrededor del 70 % del poder local y regional que tenía.
En este contexto, el presidente Pedro Sánchez ha adelantado al 23 de julio las elecciones generales, previstas para noviembre-diciembre, en una mezcla de osadía y última oportunidad para recuperar la confianza social.
Su estrategia busca recuperar la iniciativa, forzar un plebiscito sobre su mandato en la división izquierda-derecha y bloquear los movimientos internos en su partido.
Primera clave: identidad nacional
Las guerras culturales, las identidades y el nacionalismo se han instalado en la conversación política.
Durante la última semana de la campaña electoral local y regional, las cuestiones nacionales dominaron el discurso. Después de que una asociación de víctimas del terrorismo (Covite) denunciara que 44 candidatos electorales que se presentaban por EH Bildu habían pertenecido a la banda terrorista ETA, y que siete de ellos habían sido condenados por delitos de sangre, la campaña de la derecha se convirtió en una denuncia de los pactos que el Gobierno central había hecho con EH Bildu, alegando que los socialistas se estaban “asociando con ETA”.
El Partido Popular ha construido una retórica de único partido defensor de la Constitución con un mismo mensaje en todo el territorio nacional. Está en su ideario. Su interpretación constitucional es de matriz conservadora, pero sin grandes hitos nostálgicos. El mensaje funciona. Su votante es el más fiel del electorado español y su aspiración a ocupar el centro derecha se ha consolidado.
El partido presidido por Alberto Núñez Feijóo ha absorbido a los principales votantes de Ciudadanos. La startup política del liberalismo español nació en Cataluña e irrumpió en 2015 en la política nacional con éxito. Ocho años después, Ciudadanos casi ha desaparecido, como demuestra su decisión de no presentarse a estas próximas elecciones. Sus votos se han trasladado al PP, y se han sumado a un 10 % de socialistas conservadores cansados del liderazgo de Pedro Sánchez y sus acuerdos con nacionalistas vascos y catalanes.
Vox, el partido de extrema derecha, ha sido el ganador neto de las elecciones municipales con más de 1 100 representantes y se convierte en la tercera fuerza política municipal. Será fundamental para aprobar presupuestos y sacar adelante iniciativas legislativas. Su impacto real en las políticas públicas es menor, pero tiene fuerza simbólica. Los asuntos de género, los contenidos de la educación básica y cierto regusto nostálgico impulsan un discurso nacional populista en línea con otros partidos europeos (Ley y Orden en Polonia, Brothers of Italy, Greek Solution, Civic Democracti Party en Chequia o Finns Party).
En la izquierda, la cuestión nacionalista es periférica. En el País Vasco, el apoyo a EH Bildu ha aumentado, mientras que el PNV, partido conservador y hegemónico, ha perdido tracción. En Cataluña, ERC –partido nacionalista de izquierdas– cae de primera a tercera fuerza política, por detrás de los socialistas y Junts per Catalunya –nacionalistas de derechas–. En Galicia, populares y socialistas se reparten las principales ciudades.
Segunda clave: liderazgo político
Pedro Sánchez representa el estilo del hiperlíder con fuerte presencia mediática e institucional. Fusiona su condición de presidente con la de candidato en campaña permanente. Ha conseguido catapultar su imagen internacional con buenas actuaciones en Europa y visitas puntuales a Washington y Pekín.
Hay dudas de que esta mirada exterior le reporte votos, como lo confirma el hecho mismo de haber sacrificado el glamour de la presidencia rotatoria del Consejo de la UE. Su proyección internacional está consolidada, pero antes tiene que recuperar el apoyo popular y gobernar su propio partido, con un número creciente de voces discrepantes y, ahora, sin ni siquiera poder local.
Yolanda Díaz, actual vicepresidenta, ha formado un nuevo partido, Sumar, que ya se ha inscrito como candidato a las elecciones. Pretende unir a todas las fuerzas a la izquierda del PSOE y así conseguir más votos y más representación.
Con este adelanto de las elecciones, Sumar no tiene tiempo para establecer una estrategia y se enfrenta al reto de convertir un movimiento social y transversal en una entidad política con representación en las provincias. De momento, sus apuestas electorales para las municipales y autonómicas han resultado desilusionantes. Ni Ada Colau repetirá como alcaldesa de Barcelona ni Joan Ribó en Valencia. Tiene ante sí el reto de convertir un movimiento social y transversal en una entidad política con representación en las provincias.
Además, Podemos, el partido que gobierna en coalición con el PSOE, se ha hundido y ya no es una opción ni en Madrid, Valencia o Canarias, donde literalmente se queda fuera de los parlamentos.
Alberto Núñez Feijoo plantea un estilo de liderazgo tranquilo. En campaña, se apalancará en su experiencia de gestión en Galicia y la débil situación de la economía real. El coste de vida, el desempleo o la inflación refuerzan un discurso oficinesco pero práctico.
Más aún, los líderes de izquierda han regalado el marco izquierda-derecha, que Feijoo convierte en gobierno socialcomunista con apoyo de los nacionalistas (“gobierno Frankenstein”) frente al orden constitucional, la unidad territorial y cierto orgullo de ser español. Feijoo recibe así el beneficio de un bloque electoral consolidado.
Tercera clave: plebiscito
La tercera clave del momento político será el propio transcurso de la campaña. Pedro Sánchez asienta su mandato sobre una retórica de líder contra la corriente dominante. En su libro Manual de resistencia presenta su carrera como un relato heroico contra las elites del partido, el aparato mediático o el gobierno de Mariano Rajoy.
Sánchez triunfa cuando se enfrenta a los suyos, pero no está claro que su estrategia le haga ganar elecciones. Perdió tres diputados en la repetición de las elecciones de 2019 y ahora ha perdido peso en muchas regiones. En Cataluña crece su aceptación, pero los escaños que aporta a las generales no son suficientes.
En esta tesitura, su única oportunidad es alcanzar un número de escaños cercano a los 120 actuales como resultado de la aglutinación del voto útil en la izquierda. La estrategia electoral aspira a parar el giro a la derecha del electorado, presentarse como contrapeso institucional y a unificar el voto en un solo bloque.
La clave plebiscitaria no deja indiferente. Su idea es acertada, pero considero que es insuficiente. Los gobiernos de Pedro Sánchez han funcionado porque ha sabido incorporar sensibilidades en las divisorias de identidad (nacionalismos) y política social (izquierdas). Ninguno de estos actores parece una fuerza en crecimiento.
El sanchismo muestra signos de agotamiento. Puede que consiga mantener un número razonable de escaños, pero sin sus apoyos tradicionales su época también podría estar abocada al final de un ciclo.
En síntesis, la política española está en tránsito. No podemos anticipar el resultado electoral y no conviene extrapolar de golpe los resultados municipales. La experiencia nos señala que la votación local no se corresponde con las convocatorias generales, sino que varía de forma relevante.
Estamos, pues, no ante una segunda vuelta de las elecciones locales, sino ante un plebiscito celebrado en las 52 circunscripciones. ¡Menudos tiempos interesantes!
(*) Prince of Asturias Distinguished Professor @Georgetown, Universidad de Castilla-La Mancha