“De-risking” suena algo más prudente y más dirigido. A las empresas occidentales se les dice que sí, que pueden comerciar con China. Solo que hay que tomar algunas salvaguardas.
Los riesgos que preocupan a Estados Unidos y la UE pueden clasificarse en dos categorías: cosas que Occidente obtiene de China y cosas que China obtiene de Occidente.
En la segunda categoría encabeza la lista la tecnología avanzada con posibles usos militares. Las restricciones sobre exportaciones de microprocesadores anunciadas por Estados Unidos y ahora también por Japón, encabezan la lista.
Al mismo tiempo, mientras las naciones del G7 restringen el acceso de China a tecnologías críticas, también están tratando de liberarse de lo que consideran dependencias peligrosas de China. Las tierras raras y los minerales críticos que son vitales para la tecnología de baterías y la transición verde encabezan la lista. La Unión Europea importa 97% de su litio de China.
Otra dependencia que Occidente está tratando de reducir es el 90% o más de semicoonductores de avanzada que provienen de Taiwán, la isla tan vulnerable a una invasión china.
La teoría detrás del concepto de de-risking es bastante clara. Más complicado es ponerla en práctica. Ya se ven tres grandes dificultades. La primera: el choque entre los intereses de las empresas y el de los países. Segunda: la dificultad y costo de reducir las dependencias de China. Y la tercera es la ambigüedad de la naturaleza del riesgo. Gideon Rachman se pregunta en el Financial Times : ¿A occidente le preocupa una coerción política por parte de China o le preocupa una guerra?
En tiempos normales, apoyar a las empresas nacionales que quieren exportar es un objetivo de los gobiernos occidentales. Pero en el mundo de-risking eso ya no ocurre. Este nuevo método que surgió en Occidente descansa sobre tres pilares: reducir dependencias de China, restringir la exportación de tecnología pero también continuar alentando a las empresas occidentales a comerciar con el inmenso mercado chino. Es una política más o menos coherente siempre y cuando, dice Rachman, el riesgo que se elude es la coerción política.
Pero la política se derrumba si el riesgo es una guerra entre Estados Unidos y China, tal vez, por Taiwán. Hay algunos funcionarios norteamericanos que colocan la probabilidad de conflicto armado en un 50%. Si eso ocurre, a las empresas occidentales se las obligará a salir de China. Para una empresa como Apple, cuyos productos son fabricados en China, o como Volkswagen, que obtiene por lo menos la mitad de sus ganancias en China, eso les podría significar la muerte.