lunes, 25 de noviembre de 2024

Impulsan una confederación indigenista sudamericana

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Ocurrió mientras en Buenos Aires se realizaba la reunión de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC), con la reaparición estelar del flamante presidente brasileño Luis Ignacio da Silva (Lula) y la sonora ausencia de su colega venezolano Nicolás Maduro.

Por Pascual Albanese (*)

En tanto que en Perú las movilizaciones campesinas contra la primera mandataria Dina Boluarte cercaban Lima y desataban una crisis de gobernabilidad, el ex jefe de Estado boliviano Evo Morales desembarcaba en la capital argentina para impulsar su iniciativa de la RUNASUR, orientada a crear una confederación sudamericana de comunidades indígenas, cuya sigla conjuga el término “runa” (“hombre” en idioma quechua) con la UNASUR.

Aquella virtualmente disuelta organización regional que el nuevo gobierno brasileño busca ahora recrear bajo su liderazgo. Ni Boluarte, acorralada por los disturbios, pudo participar del cónclave de la CELAC ni Morales pudo viajar a Perú, donde fue declarado “persona no grata” por su apoyo público a los grupos sublevados.

Un hilo subterráneo vincula a estos tres episodios. La movilización campesina sobre la capital peruana fue bautizada la “Marcha de los Cuarto Suyos”, antiguo nombre de las cuatro regiones en que estaba dividido el imperio incaico hasta 1533, fecha de su caída en manos de los conquistadores españoles, encabezados por Francisco Pizarro.

Los promotores de la protesta, que exigen la renuncia de Boluarte, el inmediato llamado a elecciones presidenciales y legislativas y la convocatoria a una asamblea constituyente, enarbolan como estandarte las reivindicaciones postergadas de las mayorías indígenas del interior contra los privilegios de la “clase política” enquistada en Lima.

El alzamiento contra Boluarte tiene como epicentro el sur del país, antigua sede del imperio incaico, una región limítrofe con el norte de Chile y de Bolivia. Cuzco (la histórica residencia de los incas), Arequipa (la segunda ciudad del país), Puno y Ayacucho (cuna de la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso) son los tres principales foco de la rebelión, que cuenta con el activo respaldo de las autoridades locales. El gobierno de Boluarte denuncia que las protestas son alentadas por Morales y encubren un intento separatista.

Históricamente no se trata de una novedad. En 1825, después de la batalla de Ayacucho, que consagró la independencia sudamericana, Simón Bolívar ya había sugerido dividir Perú en los estados Norte y Sur, con capitales en Lima y Cuzco, respectivamente. En 1836, como resultado de un estado de anarquía que provocó la coexistencia de dos gobiernos que reclamaban su legitimidad en el norte y el sur peruanos el presidente boliviano Andrés Santa Cruz intervino militarmente y promovió la creación de la Confederación Peruano-Boliviana, integrada por Bolivia, Perú del Norte y el Estado Sur-Peruano. El experimentó naufragó por la intervención conjunta de los ejércitos de Chile y la Confederación Argentina, entonces a cargo de Juan Manuel de Rosas.

La tesis de García Linera

El ex vicepresidente boliviano Alvaro García Linera, un intelectual de formación marxista erigido en ideólogo oficial de Morales, elaboró una teoría que intenta una síntesis entre la propuesta de transformación revolucionaria de los estados latinoamericanos tales como se los reconoce en la actualidad ,con la institucionalización de las comunidades indígenas como entidades subnacionales autónomas dentro de esos estados.

Puntualiza que “la plurinacionalidad es el reconocimiento de los pueblos indígenas como naciones previas a la naciones republicanas. Es la transformación de la nación republicana a partir de la impronta de lo indígena en la constitución de la Nación”.

García Linera postula la construcción de “una gran nación continental plurinacional, a nivel de todo el continente”, respetando, manteniendo y conservando las identidades republicana nacionales y plurinacionales de cada país. Hoy lo que cuenta en el mundo son los Estados regionales y América Latina tiene que actuar como un Estado regional, como un Estado plurinacional de varias naciones, donde se respeta la identidad de cada nación a nivel de su territorio, pero se actúa coordinadamente a nivel regional en ciertos temas. Esa sería la idea de un Estado plurinacional continental”.

Esta concepción de García Linera retoma la tradición de una vieja corriente del marxismo latinoamericano, inaugurada en la década del 20 por Juan Carlos Mariátegui, un intelectual socialista peruano que postulaba una síntesis entre marxismo e indigenismo. En la década del70, Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, un reconocido antropólogo que llegó a desempeñarse como rector de la Universidad de Ayacucho, fue mucho más creativo: la guerrilla “senderista” inventó un lenguaje ambivalente, casi esotérico, cuyos términos y consignas tenían una doble significación y podían interpretarse a la vez en clave marxista por la militancia revolucionaria e indigenista por los pueblos aborígenes.

Indigenismo e izquierda

Pero la confluencia entre las reivindicaciones indigenistas y la izquierda latinoamericana tuvo un salto cualitativo con la caída del “socialismo real”. No es casual que la primera gran movilización de protesta indigenista a escala continental, con un fuerte protagonismo de organizaciones de izquierda, ocurriera el 12 de octubre de 1992, a sólo diez meses de la desaparición de la URSS, con motivo de los 500 años del descubrimiento de América.

En ese giro cabe inscribir la presencia de veteranos combatientes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, ex brazo armado del Partido Comunista Chileno durante el régimen de Pinochet, en la Coordinadora Arauco-Malleco, la organización que plantea el separatismo mapuche en el sur chileno.

García Linera formula teóricamente la propuesta político-institucional de Morales, que busca compatibilizar, en un marco de notoria ambigüedad, las ancestrales reivindicaciones indígenas con la estrategia regional del “arco bolivariano”, que incluye a Cuba, la Venezuela Nicolás Maduro, la Nicaragua de Daniel Ortega y sus acólitos en los distintos países latinoamericanos.

El modelo es la constitución boliviana de 2009, que define al país como un “Estado plurinacional” y otorga a las comunidades aborígenes un amplio grado de autonomía política, incluidos el respeto a la legislación indígena tradicional y a un poder judicial propio, independiente del poder central.

Esta visión permite dimensionar la magnitud de la derrota política sufrida por Morales con el resultado del referéndum chileno que en septiembre pasado rechazó el proyecto constitucional elaborado por la asamblea constituyente trasandina, cuyos autores se habían inspirado en el texto de Bolivia y hasta habían recibido para su redacción asesoramiento de dirigentes del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido de Morales, para replicar la idea de la “plurinacionalidad” a fin de establecer la autonomía de las comunidades mapuches en la Araucanía.

Ayuda también interpretar el verdadero sentido de la exigencia de la convocatoria a una asamblea constituyente erigida en uno de los ejes fundamentales de las movilizaciones de protesta en el sur peruano.

Pero Morales, un político pragmático, tiene también otro objetivo estratégico en su proyecto de autonomización de las comunidades indígenas del Perú meridional, rico en minerales y recursos energéticos. Su objetivo es establecer un acuerdo entre Bolivia y los gobiernos subnacionales de la región, sin participación del Estado peruano, para concretar la salida al mar, esa reivindicación histórica de reparar la traumática pérdida experimentada con la derrota en la guerra del Pacífico y consagrada jurídicamente por el fallo del Tribunal Internacional de La Haya que desestimó en 2020 la demanda boliviana de entablar negociaciones con Chile para resolver el litigio.

(*) Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

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