Por Luis Velasco (*)
La continua escalada del precio de la luz en los hogares de Europa occidental es un buen ejemplo.
Europa es energéticamente dependiente del exterior. No tiene grandes recursos gasísticos y la energía verde —solar y eólica principalmente— está sometida a los caprichos de la meteorología y a un desarrollo todavía incipiente.
El uso de combustibles fósiles será prácticamente inviable en el medio plazo gracias al compromiso de las autoridades europeas con el Protocolo de Kioto y los objetivos del Acuerdo de París.
La opción nuclear tiene un coste político que provoca que casi ningún actor apueste por ella. Las sociedades europeas no comprenden sus ventajas y temen las consecuencias de su uso. Solo Francia ha optado por mantener su uso, e incluso potenciarlo, mostrando que otro modelo energético es posible.
Se recupera el consumo energético
El consumo de energía ha vuelto a niveles anteriores a la pandemia desde que la situación sanitaria comenzara a estabilizarse a finales de 2020. Durante los últimos meses, se ha disparado en Europa el precio de la electricidad y nos hemos encontrado con los medios de comunicación repletos de mapas en los que se destacan los yacimientos de gas natural y las infraestructuras para su distribución. ¿Por qué?
La combustión de gas natural ha sido durante las últimas décadas una forma de producción de energía eléctrica económica y menos contaminante que otras. Su precio era barato y cabía la posibilidad de transportarlo desde su lugar de extracción al de consumo a través de infraestructuras amortizables. Así, los grandes gasoductos y las plantas de regasificación comenzaron a extenderse por toda la geografía europea.
El gas era tan barato que estas enormes infraestructuras resultaban rentables, pero hacían a Europa dependiente de escenarios y actores externos.
La Federación Rusa, Argelia, Irán o Azerbayan se convirtieron en los principales exportadores del gas que se consumía en Europa. Incluso el costoso procedimiento de licuado y regasificación del gas para su transporte marítimo resultaba rentable. Sin embargo, la situación ha cambiado drásticamente.
El impacto de la pandemia, el cierre prematuro de centrales nucleares y térmicas, el aumento del consumo después del parón productivo, la subida de los precios del transporte marítimo, una cadena de transporte rota durante meses, las tensiones entre Estados y el uso de las materias primas como forma de presión geopolítica ante el duro invierno europeo son algunas de las razones del alto precio del gas.
Según datos de la Asociación de Infraestructuras de Gas Europeas (GIE), las reservas de gas para el invierno de 2021 son las más bajas en la última década. La media de la UE y el Reino Unido es del 77 % de su capacidad total cuando hace un año rozaban el 95 %.
España: reservas y suministro de gas
España afronta esta situación con sus tanques al 81 % de su capacidad máxima (a fecha 08/11/2021) y una reserva estratégica que aseguraría el suministro ordinario durante 20 días (algo más de tiempo en caso de que el consumo fuera restringido).
En enero de 2021, durante la borrasca Filomena, el país ya se vio obligado a utilizar sus reservas estratégicas de gas natural. Esa situación se abordó con dos gasoductos provenientes de Argelia abiertos. Recientemente la tensión entre Argelia y Marruecos ha hecho que uno de ellos, que atravesaba territorio marroquí, se cerrase.
El gobierno de Argel se ha comprometido a aumentar el suministro por el segundo gasoducto, que une directamente por mar al país africano con la Península Ibérica. Pero el aumento del bombeo no puede suplir completamente el cierre de la otra infraestructura.
Si finalmente hubiera que optar por el uso de buques metaneros, España tiene un gran número de estaciones de regasificación para realizar el complejo y caro proceso que permite verter a la red de distribución el gas licuado que se transporta por mar. Sin embargo, con las cadenas de suministro rotas o en proceso de reestructuración, esta vía es claramente insuficiente además de cara.
Gas ruso para el invierno europeo
Más allá de los Pirineos la situación también se ha complicado por la dependencia del gas natural ruso. La zona centroeuropea depende de la importación de gas de Rusia. Las grandes empresas rusas no son independientes del poder y juegan abiertamente a favor de los intereses geopolíticos del Kremlin.
Por otro lado, Asia se ha convertido también en una región con gran demanda energética. Europa debe comprar sus suministros en los mercados internacionales y los países productores quieren sacar la máxima rentabilidad del alza de la demanda.
La subida de los precios está relacionada con este auge y una capacidad de extracción y distribución limitada, pero también con la falta de análisis prospectivo con el que se gestionó el cierre de otras fuentes de suministro eléctrico.
Europa está fiando su futuro energético a las energías renovables, su compromiso con la reducción de las emisiones de CO₂ es indiscutible, pero no todos los actores internacionales comparten esa hoja de ruta. Veremos si el compromiso europeo es suficiente o un esfuerzo vano y costoso.
Lo que queda por hacer
Ha faltado previsión para ordenar el proceso de transición energética europeo, se limitó el debate público y no se combatieron argumentos simplistas y simplificadores contra la energía nuclear y las nuevas energías renovables. El resultado, ahora, es que Europa va a estar sometida a grandes tensiones energéticas durante un tiempo que todavía no somos capaces de prever.
Mientras tanto, China ha hecho público su compromiso para dejar de financiar la construcción de nuevas plantas eléctricas basadas en el carbón en terceros países, pero mantiene un buen número de proyectos en el interior para cubrir su desbocada demanda de electricidad.
La inversión en I+D+i promete nuevas soluciones para el futuro: energías renovables más eficientes, energía nuclear más segura e incluso parece que durante el resto del siglo XXI también se harán realidad plantas de fusión nuclear.
Ninguna de estas apuestas tecnológicas llegarán a tiempo de rebajar nuestra factura de la luz pero esperemos que lo hagan a tiempo de enderezar la relación del ser humano con el medioambiente.
(*) Profesor de Historia Contemporánea, coordinador del programa de máster en Seguridad, Paz y Conflictos Internacionales de la Universidad de Santiago de Compostela y el Instituto Español de Estudios Estratégicos, Universidad de Málaga.