La emergencia sanitaria mundial que aún transitamos debido al COVID-19 sucede en un momento de alerta sobre el cambio climático y sobre la creciente pérdida de biodiversidad. Esta emergencia condujo a una crisis económica y humanitaria, donde quedó en evidencia que la vulnerabilidad y las desigualdades sociales, económicas, sanitarias y ambientales se encuentran entrelazadas.
A medida que el mundo y nuestro país trabajan para superar las dificultades provocadas por la pandemia, nos encontramos también ante una oportunidad para impulsar un cambio transformador hacia una sociedad más equitativa que camine hacia la sostenibilidad, que reconozca que el bienestar humano es posible solamente con un planeta sano.
De acuerdo al informe “COVID 19: llamado urgente para proteger a las personas y la naturaleza” -lanzado por la Organización Mundial de Conservación (WWF) y difundido en nuestro país por la Fundación Vida Silvestre Argentina- existen diversos factores ambientales que impulsan la aparición de nuevas enfermedades: el comercio y consumo de animales silvestres, la deforestación y conversión de ambientes naturales y la expansión de actividades agrícolas y ganaderas no sustentables.
Esto deja en evidencia que la forma en que producimos y consumimos fomenta el contacto cercano con diferentes especies silvestres, lo que propicia que muchas enfermedades se traspasen de los animales a los humanos. De acuerdo con el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), una nueva enfermedad infecciosa emerge en los humanos cada 4 meses, de las cuales el 75% provienen de animales.
Diferentes estudios nos están alertando, hace décadas, que nuestra forma de consumir y producir está destruyendo la naturaleza a un ritmo mucho más rápido de lo que puede recuperarse. Las actividades humanas ya han alterado de manera significativa 3/4 de la tierra y 2/3 del océano, generando graves consecuencias para nuestra salud y nuestro bienestar.
Manuel Jaramillo, Director General de Vida Silvestre, reflexiona: “este 22 de abril reforcemos la necesidad de un Nuevo Acuerdo Global Por la Naturaleza y las Personas, orientado a un cambio de paradigma en nuestro vínculo con el planeta, para cambiar los actuales patrones de producción y consumo, detener el cambio de uso del suelo y fomentar la toma de decisiones políticas y económicas respetando los límites del planeta. Buena parte de las prácticas agrícolas, ganaderas y pesqueras son insostenibles, debemos modificarlas para producir los alimentos que requerimos conservando la biodiversidad”.
Es por esto que resulta necesario implementar prácticas productivas compatibles con la conservación y restauración de nuestros ambientes naturales para asegurar la equidad en el acceso a los recursos naturales, en reconocimiento de los derechos humanos, y protegiendo la biodiversidad -que es la base del sistema productivo-, con un uso eficiente de los recursos naturales y la energía.
Es en esta línea que este año la Asamblea General de las Naciones Unidas inició la “Década de la Restauración de Ecosistemas”, indicando que para cumplir los objetivos de Desarrollo Sostenible para el 2030 y evitar el cambio climático catastrófico que anticipa la ciencia, necesitamos revertir el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero antes del 2030, porque es imprescindible restaurar ambientes y procesos ecológicos y productivos, además de conservar.
La pandemia dejó en evidencia la vulnerabilidad de la especie humana, y nos recuerda que somos parte de la naturaleza y que no es posible una humanidad sana en un planeta enfermo y degradado.