Diferencia de la China de hoy con lo que fue ayer la URSS

Se habla con ligereza de una nueva guerra fría, esta vez con China y no con la URSS. Pero eso implica creer que el pueblo de Estados Unidos es el mismo que el de mediados del siglo pasado.

23 abril, 2021

Hay muchos observadores que piensan que el problema comienza cuando el famoso choque entre la Unión Soviética y Estados Unidos se convierte en el modelo de lo que ocurre hoy entre Washington y Beijing. Se ha vuelto normal hablar de “contener” a China.

Además de que la guerra fría fue una desgracia histórica, de tanto mentarla se corre el riesgo de que se convierta en una profecía autocumplida. Pero esa retórica pasa por alto los enormes cambios que ha sufrido la sociedad norteamericana.

En principio, hay diferencias estructurales grandes entre aquella Unión Soviética y la actual China. Para empezar, China tiene en su poder de más de US$ 1 billón de deuda norteamericana y es fuente de turistas y de estudiantes. Las relaciones entre China y Estados Unidos están íntimamente entrelazadas. No ocurrió lo mismo con la Rusia soviética.

Desenredar esas relaciones será el trabajo técnico de toda una era. Pero la diferencia más grande entre 2021 y, digamos, 1951, es el carácter interno del propio pueblo norteamericano. El país de mediados del siglo 20 se prestó a una confrontación con final abierto con un rival externo.

Todavía imperaba el clima de la guerra que había comenzado con Pearl Harbor. Había servicio militar. La confianza en el gobierno era tal que ni siquiera la guerra de Corea, con su final sin ganadores y más muertes norteamericanas por año de las que causaría la guerra en Vietnam, generó protestas de consideración.

En muchos sentidos, la de Estados Unidos era una sociedad estable, religiosa, con bajo nivel de inmigración, con consenso político y muy militarizada.

Nada de esto se aplica hoy a Estados Unidos. La confianza pública en el gobierno federal es muy baja, los recuerdos más recientes del conflicto externo son vergonzosos. Para la mayoría de los ciudadanos, la milicia, compuesta por voluntarios desde 1973, es algo que se respeta pero se siente remoto.

El consenso republicano-demócrata ha desaparecido hasta convertirse en el partidismo más escandaloso de una buena democracia. Los enemigos de Estados Unidos lo llaman decadencia, pero el giro hacia un individualismo feroz a menudo ha sido para bien.

Nada de esto significa que la lucha entre EEUU-China vaya a extinguirse. Pero es probable que adopte una forma muchísimo más laxa que la de EEUU-URSS.

Sin duda, algunas dimensiones técnicas de la guerra fría ya han vuelto: la carrera por innovar y el galanteo económico de aliados. En el otro extremo de la escala, un choque militar por Taiwán o algún otro punto de combustión es también muy difícil de descartar.

Pero lo que hay en el medio es un estado indefinido de vigilancia marcial, con implicancias prácticas para la mayoría de los ciudadanos que parece ser más de lo que puede tolerar una sociedad indisciplinada como la estadounidense. El discurso de política exterior a menudo trata el ámbito doméstico como un tema secundario.

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