Las relaciones entre Estados Unidos y Brasil son profundas, complejas, y las cuestiones que tensan la relación son de larga data. Sin embargo, el contexto en el que se enmarcan estas cuestiones está cambiando de manera drástica y rápida.
Así ocurre con la democracia y la gobernanza, el cambio climático, la delincuencia y el desarrollo sostenible: en todos los casos, las tendencias nacionales e internacionales han acentuado los desafíos. Ambas partes tendrán que adaptarse para que la relación pueda avanzar, dice un informe de la Brookings Institution firmado por Bruce Jones, Sophia Hart y Diana Paz García.
También hay un problema: los dos países ven de manera muy diferente la evolución del orden internacional, especialmente en torno al papel de China. Si Brasil quiere avanzar en sus ambiciones globales, dicen los autores, tiene que actualizar su visión de la dinámica geopolítica en la que se encuentra. Del mismo modo, si Washington quiere una relación más estrecha con Brasil, tendrá que renunciar a cualquier aspiración de atraerlo hacia una coalición anti-China, y reconocer que un Brasil autónomo -que haga aportes significativos a la seguridad regional, el cambio climático y la seguridad alimentaria mundial- puede ayudar a avanzar hacia un orden internacional estable.
Durante gran parte del periodo posterior a la Guerra Fría, las relaciones entre Estados Unidos y Brasil fueron estables, algo distantes, profesionales y bastante desatendidas. Pero últimamente no. La elección de Donald Trump en Estados Unidos creó incertidumbre y confusión, como ocurrió en muchas de las relaciones exteriores de Estados Unidos. La posterior elección del presidente brasileño Jair Bolsonaro creó, paradójicamente, un canal positivo en la cúpula, incluso cuando sumió a la gobernanza brasileña en el caos. Luego, cuando Joe Biden fue elegido en Washington, un gran interrogante se cernió sobre la relación. Pero todo eso no fue nada comparado con los altibajos que siguieron.
En el transcurso de poco más de medio año, las relaciones entre EE.UU. y Brasil vieron cambios: apoyo estadounidense a las instituciones electorales brasileñas para ayudar a garantizar un resultado libre y justo; regreso de Lula da Silva a la presidencia; ataque al Congreso de Brasil el 8 de enero, con sus ecos del intento de autogolpe del 6 de enero en Estados Unidos; visita a Brasilia del asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, que provocó la cumbre Biden-Lula, rápidamente planificada para un mes después en Washington D.C. y una poderosa declaración de prioridades compartidas entre las dos mayores democracias de la región.
Incluso mientras esto ocurría, Lula también estaba poniendo de manifiesto su énfasis en una política exterior autónoma. Empezó a ponerlo en práctica en forma de un esfuerzo por dar a Brasil un papel de liderazgo en las negociaciones de paz en torno a la guerra de Ucrania, incluida la diplomacia itinerante del asesor político principal Celso Amorim.
Este esfuerzo adquirió su forma más prominente durante el viaje de Lula a Pekín y, en ese contexto, sus declaraciones sobre el papel de Estados Unidos en el “alentamiento” de la guerra en Ucrania, comentarios que suscitaron un rechazo público, feroz y poco frecuente por parte de la Casa Blanca.
Menos bombo tuvieron los siguientes acontecimientos también importantes: la decisión de Estados Unidos de proporcionar 500 millones de dólares al Fondo Amazonia; la elección de Dilma Rousseff para el cargo de presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, la institución no occidental más importante, en un momento en el que Washington está buscando la manera de hacer frente a la crisis económica mundial.
Toda una novedad para un país al que con frecuencia se presta menos atención de la debida, en una región a la que Washington desatiende. Pero eso está cambiando. Sean los que sean los costos para las relaciones entre Estados Unidos y Brasil de la táctica de Lula en Ucrania y su retórica en China, un resultado claro de los últimos meses es éste: Brasil, bajo el mandato de Lula, está resucitando como el país más importante de América Latina y un actor significativo en los asuntos mundiales.
Aunque existen desde hace tiempo vínculos diplomáticos, institucionales, comerciales y sociales entre Estados Unidos y Brasil, la relación oficial se verá cada vez más a través de la lente de un orden mundial en evolución, del prisma de los vínculos entre Estados Unidos y China, de una competencia geopolítica más amplia y de un panorama geoeconómico en rápida transformación. Esto no solo se debe a que las principales potencias mundiales compiten por la influencia en todas las regiones del mundo, incluido el hemisferio occidental, sino también a que tanto Estados Unidos como Brasil actúan con arreglo a una visión del mundo más amplia y global. El ex embajador de Estados Unidos en Brasil, Tom Shannon Jr., lo expresó recientemente de forma sucinta: “ambos países tienen ambiciones globales que van mucho más allá de su geografía”. Aunque la dirección geográfica de Brasil sea América del Sur y la de Estados Unidos, América del Norte, la dirección existencial de ambos países se extiende mucho más allá de nuestro hemisferio”.
Esto significa que hay mucho más en juego que la simple relación bilateral. Cada país, enfrentado a sus desafíos internos, seguirá configurando el futuro de la región; y ambos estarán implicados en la lucha por redefinir los contornos del cambiante orden internacional. Aunque el papel de Estados Unidos es obviamente mucho más importante, los principales responsables de Washington reconocen cada vez más que Brasil es un socio potencialmente importante –y, por tanto– también un obstáculo potencialmente importante- en el esfuerzo por defender y adaptar componentes clave de un orden internacional sometido a tensiones.
Las dos pruebas de fuego son: ¿Está preparado Estados Unidos para acomodar el apetito de Brasil por una mayor voz en la escena mundial y peso decisorio en las instituciones económicas, políticas y de seguridad globales? ¿Y puede el equipo de Lula actualizar su estrategia geopolítica, manteniendo su énfasis en la toma independiente de decisiones, al tiempo que entabla relaciones saludables con Washington que reflejen los profundos cambios que se están produciendo en las relaciones entre Estados Unidos, China y Rusia?