Había demasiadas señales de que la desigualdad en el ingreso y en la calidad de vida iba en aumento en todas partes. Especialmente ahora en las grandes economías y no solo en países emergentes o en desarrollo. Menor ritmo de crecimiento achicó los mercados haciendo desaparecer oportunidades para toda una generación.
Entonces sí llegó la pandemia y puso la frutilla en el postre: millones de empleos desaparecidos.
Mucha gente comenzó a preguntarse si la devoción por los mercados libres y la convicción en el poder del crecimiento económico, eran suficientes para crear prosperidad.
Si a ello se suman las inquietudes por el –al parecer- imparable cambio climático y el ascenso en los niveles de desigualdad, se acelera el surgimiento de teorías hostiles a los altos niveles de crecimiento económico, que antaño solían ser la meta indiscutida.
En simultáneo y en paralelo, aparece otro proceso, íntimamente vinculado con el anterior: un sentimiento de desilusión en el sistema democrático que erosiona un concepto que parecía ser indiscutible. Muy especialmente entre las jóvenes generaciones que sienten su futuro amenazado (mucha más desilusión que la exhibida por otras generaciones jóvenes precedentes).
La consecuencia podría ser el surgimiento, en todo el planeta, en años recientes, de líderes, gobernantes y sectores políticos que propician tendencias populistas, con notorias inclinaciones autoritarias. Para después, en muchos de los casos analizados, abandonar las ideas anti corrupción que llevaron como bandera y abrazar las prácticas que hasta entonces cuestionaban.
Obviamente esa reacción no es casual. Las democracias, en muchos aspectos han tenido un pobre comportamiento en los últimos lustros. Deben reaccionar urgentemente si pretenden mantener presencia.
Un reciente estudio – Youth and Satisfaction with Democracy, del Centre for the Future of Democracy de la Universidad de Cambridge – basado en 43 fuentes en 160 países, con 4,8 millones de consultados, es realmente depresivo.
Los jóvenes se muestran desencantados con un sistema político que tanto costó instalar en décadas anteriores. La primera conclusión es que el acuerdo de los millennials (nacidos entre 1981 y 1996) está en permanente declinación y desde el comienzo era más bajo que en las generaciones anteriores.
Este fenómeno es muy claro en toda Europa, en el mundo anglosajón (Estados Unidos y Gran Bretaña), en América latina, y hasta en el Africa sub-sahariana.
Ideas, teorías y realidades
En este punto, es preciso volver al debate dominante. Según los expertos, cuando pasen las urgencias de la pandemia, surgirá con nitidez que el peor enemigo a enfrentar será el deterioro climático.
Lo que a lo mejor le da la revancha a Milton Friedman, responsable de la teoría de management dominante durante la década de los años 70. En su definición, la meta de una empresa debía ser obtener y garantizar utilidades para repartirlas entre los accionistas.
Tan rotunda afirmación se fue debilitando con el correr de los años. Los nuevos conceptos –y obligaciones asumidas por las empresas- en materia de responsabilidad social y de sustentabilidad, cambiaron los vientos.
Tan reciente como el año pasado, Business Roundtable, una organización que nuclea al pelotón de las empresas más grandes del mundo, sostuvo que el verdadero propósito de una firma deber ser promover una economía que sirva a toda la sociedad. Lo que implica obligaciones con los clientes, los empleados, los proveedores, las comunidades en las que operan y, finalmente, también los accionistas.
Tan novedoso documento fue respaldado y ratificado poco después por el Davos Manifesto 2020. Y la propuesta se convirtió de análisis obligatorio en todos los foros empresariales. Centenares de empresas de todos los tamaños adhirieron al nuevo credo. Muchas de ellas por convicción. Algunas otras, por puro maquillaje (como cuando se vistieron de “verde” para no desentonar con las ideas ambientalistas).
Pero ahora llegó la hora de la verdad. El corona virus obliga a sincerar. Una empresa, hoy, con brutal caída en los ingresos, en las ganancias, e incluso en los mercados, ¿debe cumplir con su plan de poner último a los accionistas, o debe cambiar el rumbo y atender de alguna manera a los propietarios de la corporación?
Las que se maquillaron, tienen rápida respuesta: sálvese quien pueda. Las que avanzaron por el camino del nuevo concepto, tienen un dilema. ¿hasta dónde se pueden cumplir las promesas sin poner en riesgo la propia supervivencia de la empresa?
La más rápida respuesta ha sido privilegiar a los empleados. Pronto se verá si hay margen para atender a los otros actores, o hasta qué límite.
(Tomado de la versión impresa de Mercado)