Por Marcela Cristini y Guillermo Bermúdez (*)
Pese a un escenario incierto en términos de geopolítica internacional y cambio tecnológico, las oportunidades parecen favorecer a América Latina, con diferencias entre el caso de México y Centroamérica (manufacturas) con respecto a América del Sur (energías renovables y alimentos).
Desde los 90 se ha hablado de la globalización como un proceso de creciente vinculación internacional de los países a través del comercio, las inversiones y las finanzas internacionales. Sin embargo, en los últimos 15 años, la desaceleración de este proceso fue denominada como un período de “slowbalization”.
Esa desaceleración del crecimiento en los flujos internacionales reales y financieros no afectó, con todo, el carácter “global” de los negocios. En cambio, más recientemente, el aumento de la competencia tecnológica entre los Estados Unidos y China, las disrupciones de abastecimiento durante la pandemia de COVID-19 y, finalmente, la invasión de Rusia a Ucrania, han generado movimientos de reestructuración de los negocios internacionales de envergadura creciente.
Hay un cambio estructural hacia la intensificación del comercio internacional que se fue dando desde mediados de los 90 y hasta la crisis financiera internacional de 2008/09. Desde entonces los factores comentados arriba han estancado la integración comercial del mundo.
En el último par de años se observa nuevamente un importante crecimiento de las exportaciones de bienes y servicios con respecto al producto, en el que inciden la recuperación pospandemia y los aumentos internacionales de precios de las commodities, por el lado de los bienes, y los intercambios de nuevas tecnologías, en el caso de los servicios.
Durante el período de globalización, la principal manifestación en el comercio internacional fue la construcción de cadenas globales de valor (GVCs). Estas cadenas se formaron por la fragmentación de los procesos productivos de las grandes empresas industriales de la mano de nuevas tecnologías digitales que permitieron el seguimiento de la producción a distancia.
Los eslabones del “upstream” del proceso productivo se relocalizaron en mercados/países que ofrecían ventajas de costos, en particular, en términos de la mano de obra. Los países receptores de las nuevas inversiones fueron capaces de insertarse en cadenas mano de obra intensivas como la textil, pero también tecnológico-intensivas como la automotriz o digital.
Los procesos más cerca de los consumidores y el diseño y generación de tecnología se mantuvieron en el “downstream” de la cadena en manos de las empresas internacionales. Ello determinó que el eje del comercio internacional se moviese al Este y Sur de Asia, con el conocido ascenso de China, dando lugar a un comercio de “valor agregado” en el que los insumos se van completando a través de sucesivas exportaciones.
Ya en 2009, la OCDE informaba que el 56% del comercio de bienes y el 73% del comercio de servicios de sus países (actualmente la OCDE está conformada por 38 países de ingresos altos y medios) se concentraba en bienes intermedios.
Los analistas indicaban que los mayores riesgos para el funcionamiento de las GVCs provenían tanto del porcentaje de la participación de la oferta extranjera dentro de la cadena como de su longitud. En algunas industrias, como la automotriz y la industria digital, los riesgos se vieron amplificados por una alta concentración geográfica de proveedores o compradores.
La evidencia mostró que todos estos riesgos se combinaron para causar una importante disrupción del comercio internacional durante la pandemia del COVID 19 en 2020. No obstante, los análisis internacionales señalaban la capacidad de resiliencia de las GVCs. En la actualidad, en sentido opuesto, se registran movimientos de reconfiguración de las GVCs cuyo alcance aún es difícil de determinar, en especial, dada la dinámica de los acontecimientos geopolíticos. La literatura especializada habla de movimientos desde el “offshoring” hacia el “nearshoring”, “reshoring”, “friendshoring” o “powershoring”. En el “nearshoring”, las grandes empresas internacionales buscan proveedores cercanos que limiten el riesgo de abastecimiento. Se debe recordar que las grandes empresas se fueron organizando para operar con inventarios mínimos bajo la modalidad del “just in time” concebido inicialmente en Japón.
En los casos extremos, la relocalización busca proveedores en el propio país de la empresa del bien final (“reshoring”). En el caso de productos estratégicos, se llegó a discutir la necesidad de relocalización en países de similar alineamiento geopolítico (“friendshoring”).
Por último, la necesidad de descarbonizar la producción y contar con seguridad de abastecimiento de energía limpia llevó a considerar la relocalización en países cercanos con ventajas competitivas en energía (“powershoring”).
Esta reconfiguración recibe también un incentivo de parte de las nuevas políticas industriales en los Estados Unidos, seguidas luego por la UE y Japón, que establecen beneficios para la producción local de productos y servicios tecnológicos considerados “sensibles o estratégicos” para la seguridad nacional y la continuidad de los negocios locales.
También se han incorporado limitaciones a las exportaciones de material estratégico y se comenzaron a regular las inversiones extranjeras y las fusiones y adquisiciones de empresas en sectores críticos. En algunos casos se han instituido márgenes preferenciales para la producción nacional en las compras públicas y derechos de exportación.
¿Representa este nuevo cambio en el comercio internacional una oportunidad para la región de América Latina y, dentro de ella, para nuestro país? América del Sur y, en particular, la Argentina sólo participaron muy marginalmente de la formación de GVCs desde los 90. En contraste, México y varios países de Centroamérica participaron parcialmente de las primeras GVCs de la mano de sus acuerdos preferenciales de comercio con los Estados Unidos.
En una primera etapa fueron la producción “a maquila” (desde 1965 en México) y la proliferación de zonas francas los arreglos que ayudaron a integrar a la mano de obra de México y Centroamérica a la producción global. Actualmente, esas economías encuentran una oportunidad que ya se viene concretando a través de inversiones muy significativas dentro del proceso de reconfiguración descripto.
Esas inversiones provienen de empresas estadounidenses, pero también de empresas europeas y asiáticas que buscan una “puerta de entrada” a los Estados Unidos, como el mayor mercado de consumo mundial. Adicionalmente, la irrupción de China como “fábrica del mundo” llevó a una declinación del comercio de productos manufactureros al interior de América Latina (debe recordarse que casi el 80% del intercambio intra-regional lo constituyen estos bienes).
Dentro de América del Sur, los principales eslabonamientos se dan entre pocos países: Argentina-Brasil, Ecuador- -Colombia-Perú y Brasil-Uruguay. Las principales cadenas son la automotriz y autopartes, electrónica, aeronáutica y textil. Brasil, como principal país del Cono Sur, no estuvo en condiciones de cumplir el rol de motor económico que cumplen los Estados Unidos en América del Norte o Alemania en Europa.
Los analistas han señalado que la limitada participación de América Latina en las GVCs se explicaba por una serie de factores: su distancia a los mercados, el tamaño reducido de su propio mercado, su falta de integración territorial a través de la infraestructura de transporte, sus limitaciones institucionales en la organización industrial y su ventaja comparada en la producción a partir de recursos naturales de la minería y la agricultura.
En efecto, en el caso de América del Sur las ventajas comparadas en la producción y exportación de recursos naturales (alimentos y minería) y las inversiones que acompañaron al superciclo de las commodities entre 2005-2011 alejaron relativamente a la región de la producción industrial. Por el contrario, su situación actual en términos de la dotación de minerales estratégicos (cobre y litio) y en su rol de productora de energías limpias (solar, eólica, hidrógeno verde, biocombustibles) y energías de transición (gas) podrían abrir una nueva oportunidad de participación en las cadenas industriales.
Los especialistas reunidos por la CEPAL indican que “minerales como el litio y el cobre son críticos para alcanzar los objetivos de las agendas de Acción Climática Global y de Desarrollo Sostenible (ODS), para llegar a cero emisiones en 2050, y estratégicos para contribuir con el desarrollo de la región.
La zona tiene un alto potencial de reservas y producción de estos minerales, en particular de litio en el denominado Triángulo del Litio, conformado por Argentina, Bolivia y Chile”. Existe una serie de iniciativas en desarrollo para ampliar capacidades humanas y tecnológicas, así como de agregación de valor en las cadenas de valor de estos minerales que necesitan más inversión.
Sin embargo, sin el adecuado y oportuno financiamiento, las perspectivas que presenta la transición energética no son suficientes para la puesta en marcha de proyectos centrados en el desarrollo de las cadenas de valor de los minerales estratégicos. A la vez, no ha sido posible hasta el momento lograr una convergencia de objetivos y organización entre los países involucrados. En la etapa más acelerada de la globalización se comenzó a hablar de comercio de valor agregado o, en términos más amplios, de comercios de bienes intermedios/insumos.
En esas estadísticas, el comercio de los alimentos se registra bajo la forma de cadenas donde los insumos son elaborados para el consumo directo o a partir de cadenas muy cortas en el país importador. En lo que respecta a los minerales, las cadenas internacionales pueden ser un poco más largas. Pero en ambos casos, los recursos comerciados tienen características homogéneas y pueden abastecer a numerosas cadenas sin quedar atados a demandas específicas como en el caso de los insumos industriales. De ese modo, las ventajas del comercio de recursos naturales no se reflejan plenamente en los enfoques que ponen mayor énfasis en las cadenas de valor
Adicionalmente, lo significativo de la producción de los recursos naturales es la cadena de eslabonamientos hacia atrás que guarda mayor especificidad con respecto a cada producto final (herbicidas, fertilizantes, semillas en el agro o químicos y maquinarias en la minería).
Esos eslabones son los que tienen ventajas comparativas potenciales en los países de América del Sur para mejorar su desempeño industrial. Algunos ejemplos lo demuestran como los desarrollos de maquinaria agrícola o tecnologías digitales agropecuarias, biotecnologías o servicios para la minería en la Argentina.
Según los análisis de los organismos multilaterales regionales, América del Sur también podría ampliar su participación en las GVCs industriales. Entre ellas, se mencionan las cadenas de los productos farmacéuticos, los productos vinculados a la electromovilidad, los equipos médicos y, naturalmente, los productos de la alimentación.
Pero para poder participar de la CGVs, la región de América del Sur tiene aún tareas pendientes importantes en el plano de las inversiones públicas y las regulaciones comerciales. Tres capítulos relevantes son: la vinculación territorial entre nuestros países a través de la infraestructura de transporte, el avance de cada uno, especialmente en el caso argentino, en la agenda de facilitación del comercio y la vinculación o profundización, entre sí y con el resto del mundo, de acuerdos preferenciales de comercio. Por último, los estudios sobre el desempeño de la GVCs muestran que su aporte al desarrollo no es automático ya que depende de las posibilidades de mejoramiento/avance (“upgrading”) que se logren dentro de cada cadena.
La evidencia sugiere que para que se logre el “upgrading” dentro de cada cadena, los países en desarrollo deben tener capacidad de coordinación, codificación y adopción y desarrollo de tecnologías externas y propias, indicando la importancia del capital humano local en el proceso. China es el ejemplo por excelencia de estas posibilidades dado que su industria pasó desde una condición de proveer insumos a cada cadena internacional en los 90 hasta una situación en la que se incorporó al “upstream” de varias cadenas con producción y tecnologías propias.
Por lo mismo, China pasó a ser actualmente un factor para atender en el desarrollo de nuevas cadenas de valor debido a su situación como proveedor, pero también como comprador dominante. Las perspectivas internacionales muestran una situación de elevada incertidumbre en el escenario económico internacional, donde la reconfiguración de cadenas globales de valor jugará un rol importante redefiniendo la globalización y segmentación regional del comercio.
Si las tendencias actuales se consolidan, podría producirse un aumento de costos que limitaría los beneficios conseguidos en las condiciones de vida de muchos países en desarrollo, pero también afectaría a los consumidores de los países de mayores ingresos. Debido al muy importante cambio tecnológico que estamos transitando quizás parte de estos costos puedan evitarse. En todo caso, hay un amplio espectro de posibles resultados y nuestros países en el Cono Sur deberán dar una rápida respuesta a estos desafíos si quieren aprovechar las oportunidades y controlar los riesgos de un escenario internacional cambiante.
(*) Economistas de FIEL