La escalada del dólar blue en los primeros meses del año obligó a las autoridades a adoptar ciertas medidas impensadas para un año electoral, como la suba de las tasas de interés o el mayor deslizamiento del dólar oficial, plantea la coordinadora de Desarrollo de Producto de abeceb.com, Belén Olaiz.
Sin embargo, en los próximos meses, si bien se mantendría el nuevo ritmo de devaluación, será difícil que sobreviva la prudencia monetaria de la primera parte del año, dada la necesidad de financiamiento del gobierno de cara a las elecciones de octubre.
Probablemente, el gran protagonista en materia económica de los primeros siete meses de 2013 fue el dólar blue, en especial tras superar la barrera de los $/US$10 a principios de mayo, señala.
Esto fue muy importante, particularmente porque obligó a las autoridades a adoptar algunas medidas que, en otro contexto, podrían resultar impensadas en un año electoral, como la suba de las tasas de interés y una mayor depreciación del peso en el mercado oficial. Es cierto que, tras la escalada del blue, el gobierno ha impulsado iniciativas de carácter heterodoxo, como agudizar los controles a las casas de cambio, vender títulos públicos que estaban en manos de la Anses, o lanzar el Cedin.
Pero también optó por una medida ortodoxa como lo es la suba de las tasas de interés. Así, la Badlar (que es la tasa que pagan los bancos por plazos fijos mayoristas para un plazo de 30 días) se ubicó en julio pasado en 17,2%, valor que no alcanzaba desde fines de 2011, y que resulta casi dos puntos porcentuales superior al que regía a fines de 2012.
Mientras que el rendimiento de la última colocación de Lebacs del Banco Central a 12 meses alcanzó un 17,9%, cuando en abril rondaba el 15,5%. Paralelamente, el gobierno también permitió un mayor deslizamiento del dólar en el mercado oficial, de manera de acortar la brecha con la cotización blue.
De hecho, la tasa de depreciación mensual superó el mes pasado el 2%, rozando el 30% en términos anualizados.
Este ritmo de depreciación no se registraba desde fines de 2008, cuando estalló la crisis norteamericana.
Ahora bien, aun cuando esta medida apunta en la dirección correcta, dado que permitiría al menos moderar la pérdida de competitividad por apreciación cambiaria, también resulta riesgosa en las circunstancias actuales.
Por un lado, porque suma presiones a una dinámica inflacionaria de por sí elevada.
Pero además, porque tiende a agravar los desbalances fiscal y externo, al encarecer las importaciones de combustibles, y dada las tarifas planchadas, requerir mayores subsidios. Por su parte, luego de mantenerse relativamente fuera del radar en 2012, las reservas internacionales han vuelto a cobrar protagonismo.
Es que a pesar de la buena campaña agrícola y del salto de las exportaciones de vehículos a Brasil, las mismas han agudizado su caída en lo que va del año.
De hecho, en los primeros siete meses de 2013 acumularon un retroceso de casi US$ 6.000 millones, superando la caída de 2011, cuando aún no estaban plenamente vigentes los controles cambiarios.
Este proceso se explica principalmente por el creciente déficit energético, pero también por la mayor salida de divisas vía turismo y la cancelación de préstamos financieros con el exterior de parte de las empresas. Dado este panorama, ¿qué puede esperarse para el futuro próximo? Es probable que el ritmo de devaluación se mantenga elevado, en niveles similares a los de los últimos meses.
Pero en cambio, la “prudencia” monetaria (léase la ironía) que caracterizó la primera parte del año, y en especial en lo que refiere a la evolución de las tasas de interés, tendería a disiparse.
Y es que a medida que se vayan acercando las elecciones, las necesidades del Tesoro de obtener financiamiento para cubrir el gasto electoral irán in crescendo, presionando sobre la emisión monetaria.
Aunque el resultado de este cambio de estrategia podría conspirar contra el intento del oficialismo de mejorar su posición de cara a octubre, dado que tendería a acelerar aún más la dinámica de los precios, lo que conspiraría contra la recuperación de los ingresos reales, y con esto, del consumo privado.
En cualquier caso, la política económica seguirá –al menos hasta las elecciones- adoptando medidas en forma descoordinada, algunas contradictorias con otras, y atacando los efectos en lugar de las consecuencias de los desbalances.
Y en particular, la política monetaria seguirá subordinada a las necesidades de un fisco cada vez más ávido de fondos.