La carne vacuna es una parte fundamental de la dieta argentina. Tan importante es que los argentinos consumen, en promedio, 60 kg por persona por año, siendo el segundo país mayor consumidor del mundo (detrás de Uruguay). Su peso en el IPC es de casi el 5% (y de 15% si tomamos sólo Alimentos y Bebidas), por lo que el efecto de su precio sobre el gasto de las familias no es menor.
De hecho, en un contexto de crecientes presiones inflacionarias, el gobierno pasado prohibió en 2006 la exportación de carne vacuna con el objetivo de aumentar la oferta interna y contener el alza del precio de este bien, según recuerda el informe de la consultora Ecolatina.
Las restricciones sobre el sector, produjeron un importante proceso de desinversión que desembocó en una pérdida del 13% del stock ganadero entre 2006 y 2010 que, sumado a la retención de vientres tras la sequía de 2009, resultó en un significativo incremento del precio promedio al consumidor en 2010 (+72%, frente a una inflación promedio de 23%), y ese año el consumo per cápita perforó los 60 kg por primera vez desde 2002. Al mismo tiempo, Argentina pasó de ser el tercer exportador mundial de carne vacuna en 2005, a ocupar el décimo lugar en 2010.
En la búsqueda de desandar ese camino, el actual gobierno eliminó restricciones e incentivó las exportaciones mediante la eliminación de retenciones (2015) y el establecimiento de reintegros (2017). Esto permitió que las exportaciones mostraran un avance del 50% entre 2015 y 2017.
No obstante, la dinámica virtuosa se frenó el año pasado producto del deterioro de la situación económica local. La contracción en las compras de carne vacuna es típica de contextos marcados por la reducción del poder adquisitivo, momentos en los que los consumidores viran a carnes de menor precio (porcina o aviar) o modifican sus hábitos de consumo. De todas maneras, el mercado tuvo una buen primera mitad del año con un crecimiento del consumo interno del 4,6% i.a., que alcanzó para compensar la caída de 4,7% i.a. durante el segundo semestre, lo que se tradujo en un estancamiento en el consumo de carne (-0,2%) durante 2018.
Sin embargo, las malas noticias no terminaron allí ya que se sumó un fuerte incremento del costo de la alimentación del ganado por la sequía y el salto cambiario (el precio del maíz aumentó 77% promedio en 2018). Asimismo, los incrementos tarifarios y la fuerte suba de tasas se constituyeron como obstáculos adicionales que debió enfrentar el sector el año pasado.
Una nueva oportunidad
El arranque de 2019 para el sector es complejo. Por un lado, las inundaciones en gran parte de la zona núcleo del país ponen en jaque la producción ganadera y por el otro, el salario real promediaría una contracción mayor al 3% en el año. No obstante, las buenas noticias llegarían por el frente externo. Si bien es cierto que se redujeron los reintegros y se reimpusieron los derechos, estos últimos son cerca de la mitad de los vigentes en 2015 y el tipo de cambio se ubica en niveles más competitivos.
Más allá de ello, la principal noticia es la apertura de nuevos y viejos mercados en los últimos meses que ya han resultado en mayores envíos al exterior: en 2018 las exportaciones crecieron más de 77% en cantidades y más de 50% en valores, dinámica que permitió a la Argentina pasar de ser el 14° exportador mundial en 2017 a ser el séptimo el año pasado.
Acuerdos y negociaciones con China, Rusia, Israel, Japón y la Unión Europea se constituyen como elementos dinamizadores clave para el sector, que vería en la demanda externa un potencial de crecimiento que le permita resistir los embates de un año en que no habrá recuperación del consumo interno.