Wal-Mart arriesga 1.600.000 querellas por discriminación

La mayor cadena minorista del mundo es líder, también, en discriminación sexual y preferencia por trabajadores no agremiados. También puede marcar un récord como objeto de demandas colectivas y litigios individuales. Especialmente femeninos.

24 junio, 2004

El pleito inicial, radicado por seis mujeres en 2002, sostiene que la firma les retacea sistemáticamente igualdad salarial con los varones y posibilidades de ascenso. Ahora, un juez federal de San Francisco (distrito IX) admite que la causa puede seguir adelante como “acción colectiva –class action- a nombre y beneficio de 1.600.000 empleadas de la firma, incorporadas desde la Navidad de 1998”.

A menos que la cámara de alzada haga lugar a la apelación, “Wal-Mart afronta una larga pelea judicial más el riesgo de indemnizaciones y punitorios por miles de millones”, puntualiza el “Financial times”. De paso, el dictamen innova radicalmente en materia de jurisprudencia y ha puesto nerviosa a Wall Street.

“Si cae la fortaleza Wal-Mart, cientos de empresas quedarán expuestas al asedio. No sólo de mujeres sino de minorías étnicas o religiosas y hasta de gente estéticamente poco agraciada (ya ocurrió con una cantante de ópera rechazada en Salzburgo por su gordura)”, señala el diario alemán “Die Welt”.

Por supuesto, la compañía se apresuró a subrayar que el fallo no se relaciona con la cuestión de fondo. No obstante, la demanda puntualiza: “mientras aproximadamente dos tercios del personal son mujeres, apenas un tercio de cargos jerárquicos está en sus manos. La competencia muestra proporción femenina muy superior”.

Wal-Mart, recuerda el periódico londinense, “afronta ya docenas de juicios por obligar a hacer horas extras sin paga adicional. En 2003, además, debió presionar a contratistas de limpieza para dejar de tomar inmigrantes ilegales, que resultan mucho más baratos”. Un tribunal federal en Pennsilvania continúa indagando si la firma estaba al tanto de esa práctica.

Los éxitos de la cadena son frutos de una obsesiva reducción de costos y precios. Con cierta exageración, algunos analistas le atribuyen papel decisivo en la baja inflación y la mayor productividad norteamericana en los últimos años. Por supuesto, el método también elimina puestos laborales y fomenta desempleo, amén de dar mala imagen pública y política.

“Los comercios chicos acusan a Wal-Mart de diezmarlos, los industriales de importar productos y sus propios proveedores de imponerles condiciones poco razonables. En síntesis –señala el FT-, la empresa translada a los clientes lo que ahorra presionando a terceros. Pero las críticas apuntan a un modelo que, hasta cierto punto, depende de mano de obra no agremiada”. Eso es un viejo rasgo del capitalismo propio de Estados Unidos que, desde el hoy difunto Consenso de Washington, ha exportado a Latinoamérica (donde exitía ya una secular tradición de gleba).

El pleito inicial, radicado por seis mujeres en 2002, sostiene que la firma les retacea sistemáticamente igualdad salarial con los varones y posibilidades de ascenso. Ahora, un juez federal de San Francisco (distrito IX) admite que la causa puede seguir adelante como “acción colectiva –class action- a nombre y beneficio de 1.600.000 empleadas de la firma, incorporadas desde la Navidad de 1998”.

A menos que la cámara de alzada haga lugar a la apelación, “Wal-Mart afronta una larga pelea judicial más el riesgo de indemnizaciones y punitorios por miles de millones”, puntualiza el “Financial times”. De paso, el dictamen innova radicalmente en materia de jurisprudencia y ha puesto nerviosa a Wall Street.

“Si cae la fortaleza Wal-Mart, cientos de empresas quedarán expuestas al asedio. No sólo de mujeres sino de minorías étnicas o religiosas y hasta de gente estéticamente poco agraciada (ya ocurrió con una cantante de ópera rechazada en Salzburgo por su gordura)”, señala el diario alemán “Die Welt”.

Por supuesto, la compañía se apresuró a subrayar que el fallo no se relaciona con la cuestión de fondo. No obstante, la demanda puntualiza: “mientras aproximadamente dos tercios del personal son mujeres, apenas un tercio de cargos jerárquicos está en sus manos. La competencia muestra proporción femenina muy superior”.

Wal-Mart, recuerda el periódico londinense, “afronta ya docenas de juicios por obligar a hacer horas extras sin paga adicional. En 2003, además, debió presionar a contratistas de limpieza para dejar de tomar inmigrantes ilegales, que resultan mucho más baratos”. Un tribunal federal en Pennsilvania continúa indagando si la firma estaba al tanto de esa práctica.

Los éxitos de la cadena son frutos de una obsesiva reducción de costos y precios. Con cierta exageración, algunos analistas le atribuyen papel decisivo en la baja inflación y la mayor productividad norteamericana en los últimos años. Por supuesto, el método también elimina puestos laborales y fomenta desempleo, amén de dar mala imagen pública y política.

“Los comercios chicos acusan a Wal-Mart de diezmarlos, los industriales de importar productos y sus propios proveedores de imponerles condiciones poco razonables. En síntesis –señala el FT-, la empresa translada a los clientes lo que ahorra presionando a terceros. Pero las críticas apuntan a un modelo que, hasta cierto punto, depende de mano de obra no agremiada”. Eso es un viejo rasgo del capitalismo propio de Estados Unidos que, desde el hoy difunto Consenso de Washington, ha exportado a Latinoamérica (donde exitía ya una secular tradición de gleba).

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