Irak: las grandes petroleras aún esperan la hora de regreso

Cuando las tropas invasoras tomaron Bagdad en abril de 2003 e iniciaron el peor desastre desde Vietnam, un edificio fue tratado con consideración especial: el ministerio de hidrocarburos. Todos creían que el negocio se norteamericanizaría.

26 diciembre, 2006

Rodeado por alambrados de púas con docenas de tanques en los acceso y tropas en los techos, el edificio se mantuvo indemne durante las interminables escaramuzas ulteriores. El pretexcto era que Estados Unidos deseaba “proteger recurso vitales del país”, sostenían altos funcionarios. Empezando por el vicepresidente Richard Cheney, operador de Halliburton (firma cuyas subsidiarias obtenían un jugoso contrato tras otro).

Pero el papel de Cheney –que ahora puede costarle el juicio político- y la actitud de los militares inspiraban una sospecha clave. La invasión y el derrocamiento del laico Saddam Huséin obedecían no a la necesidad de acabar con el terrorismo profesional de al Qa’eda –tan enemiga de Bagdad como de Occidente-, sino a un compromiso entre Washington, Londres y los grandes grupos petroleros.

En verdad, el sesgo desfavorable que luego caracterizó las operaciones fue postergando las expectativas del negocio. Ataques, sabotajes, violencia civil, falta de inversiones y corrupción rampante (rasgo árabe que no desapareció bajo los virreyes estadounidenses) devastaron la actividad. En 45 meses de ocupación, Irak no ha recobrado ni de lejos niveles productivos anteriores, cuanto era el tercer exportador de la Opep.

Hasta su caída, el régimen ba’athí prosperaba merced a los ingresos petroleros. Hoy, la puja por controlar el sector (cuyas reservas son sólo inferiores a las de Rusia, Saudiarabia e Irán) amenaza con hacer pedazos la unidad del país. Máxime si EE.UU. prolonga la ocupación.

Por supuesto, la distribución geográfica de esos recursos es desigual entre las áreas controladas por la mayoría shi’ita, la minoría sunnita –trabadas en guerra civil- y los kurdos. Por ende, el destino político general es clave en materia de hidrocarburos. Incapaz de contener el conflicto y remiso a encarar una retirada en serio, Washington presiona al endeble parlamento iraquí para forzar una nueva ley que replantee una redistribución de la renta petrolera aceptables a los tres grupos. La idea no es mala.

Quienes promueven esa salida, entre ellos cabilderos del negocio, presumen que una reforma consensuada podría desactivar la propia guerra civil, particularmente si se combina con el retiro ordenado de tropas ocupantes. Pero el conventillo parlamentario en Bagdad traba lo que bien pudiera ser una ley decisiva. Al respecto, cabe recordar que Saddam estaba avanzado hacia una apertura petrolera, interesado en que las grandes compañías rompiesen con el bloqueo impuesto desde 1991 por Naciones Unidas.

El dictador y el gobierno actual pretendían y pretenden básicamente lo mismo: revertir la nacionalización de hidrocarburos dictada en 1972 por Ajmán Hasán al Bakr, un general ocasionalmente en el poder. Era un visionario, pues al año siguiente la Opep desató la primera crisis de precios.

Según dos anteproyectos en circulación, la reforma permitiría varias formas de asociación con capitales extranjeros, inclusive producción compartida. En realidad, este factor expresa de deseos del sector privado: las compañías prefieren ese tipo de contratos, pues les reduce riesgos por costos extra y les significan más ganancias potenciales en caso de alza de valores en el mercado.

Si bien una legislación moderna y flexible proporcionará un marco jurídico adecuado a los intereses internacionales (anglosajones y holandeses, en especial), varios directivos empresarios estiman que “el despegue inversor sigue distante. Todos estamos pendientes de Irak, pero la situación local debiera mejorar muchísimo en materia de seguridad, antes de adoptar decisiones”. Así señala un reciente informe interno de British Petroleum.

Como se sabe, los riegos mineros en exploración y explotación exigen un horizonte mínimo de cinco años, en cualquier parte del planeta. Aunque las petroleras están habituadas a trabajar en contextos tan duros como Nigeria (otra guerra civil, piratería y secuestros extorsivos) o Indonesia, Irak empequeñece todo antecedente al respecto. Por lo menos desde la cruenta guerra con Iran –años 80- y la subsiguiente guerra del golfo Pérsico (1991). De hecho, la prolongación del actual conflicto y la ocupación pueden licuar lo que resta del estado iraquí.

A diferencia de la guerra civil argelina de los años 90, tras la cual el fortalecimiento del gobierno y sus fuerzas armadas atrajeron de vuelta capitales externos, Irak tiene un régimen contestado por guerrilleros y facciones. En tanto, al fracaso de EE.UU. le ha arrebatado la hegemonía militar en el mundo: casi nadie cree que Washington pueda atacar Irán, porque ya retrocede en Afganistán, Irak y, de nuevo, Somalía.

“Mirar el futuro petrolero local es como asomarse al vacío”, opina Walid Jaddurí, experto en recursos naturales no renovables residente en Basora. Hablando durante una conferencia técnica en Londres, agrega: “No es posible analizar el porvenir antes de saber quién controlará el sur y el sudeste, donde se concentran las mayores existencias de hidrocarburos. ¿Será un partido shiita nacional o uno local, sujeto al vecino iraní?”.

De acuerdo con el grupo de estudios bipartidario sobre Irak (encabezado por el republicano James Baker y el demócrata Lee Hamilton), el país está extrayendo apenas 2.200.000 barriles diarios –poco más que Sudán- y exportando 1.500.00 b/d. El segundo guarismo está lejos de la pauta oficial (2.500.000) y más aún del potencial previo a 2003. Otro informe, del ministerio de hidrocarburos, señala que el país ha perdido más de US$ 24.700 millones en ingresos petroleros potenciales, por inestabilidad, violencia a las personas y sabotajes a ductos.

En perspectiva global, la producción iraquí, valga la ironía, es cada vez más importante. Al margen de precios volátiles, la demanda crece en China, India, Japón, Vietnam, Surcorea y Occidente. Aumentan los yacimientos que empiezan a agotarse, con pocas salvedades como Rusia o Venezuela. A criterio de la Agencia internacional de energía (hidrocarburos, en realidad), Irak debiera elevar producción al ritmo de 4,9% anual hasta 2030, para cubrir necesidades del exterior y suponiendo que sus propias reservas lleguen hasta entonces. Entretanto, la demanda mundial pasará de 85 millones de b/d (2005) a 116 millones.

Claro, las multinacionales se desesperan desde 2003 por el negocio en Irak. El país contiene, supuestamente, reservas conocidas por 115.000 millones de barriles y apenas veintidós de 87 yacimientos cubicados están en explotación. En rigor, los gigantes petroleros nadan desde 2004 en un mar de liquidez, derivado de crecientes utilidades. La tendencia recién comenzó a agrietarse, no mucho, luego del récord nominal histórico ( 14 de julio, US$ 78,40 el barril en Nueva York).

Ahí surge otro factor difícil de evaluar: en los últimos años, importantes estados petroleros vuelven a sostener criterios “nacionalistas”, similares a los de la pionera ley iraquí de 1972. Saudiarabia restringe el acceso al gas natural, Rusia construye un imperio nacional -con proyecciones hacia este y oeste- y Venezuela arma un “frente sudamericano” poco favorable a las empresas. Sólo dos países parecen orientarse a la privatización: Irak (si prospera alguno de los anteproyectos circulantes) e Irán. Los satélites de Riyadh en el golfo –Kuweit, Bahréin, Qatar, UEA, Omán- siguen las pautas saudíes.

Por supuesto, los gigantes siguen preparándose para regresar a Bagdad, cortejando –es un decir- a los funcionarios de actual régimen, que podrían eclipsarse en un futuro sistema federal. La meta real de BP, Royal Dutch/Shell o Exxon Mobil es obtener nuevos datos sobre reservas sin visitar personalmente el escenario de una guerra civil (les sobra con Nigeria). A cambio, ofrecen evaluaciones gratuitas de aspectos geológicos y técnicos.

Esta campaña tiene en la mira no a los iraquíes, sino a rivales más astutos. Por ejemplo, Chevron, la francesa Total o el italiano ENI, que obtuvieron datos frescos hasta 2002, mientras negociaban contratos con Saddam. Aplicando un modelo ensayado en Argentina (1958/63), estas compañías conseguían información de primera mano haciendo seminarios técnicos en Irak y el exterior.

Como es natural, el cabildeo nunca para. Así quedó demostrado durante recientes investigaciones australianas sobre sobornos, pagados por la junta local de granos a funcionarios de Saddam. Relativos a la iniciativa de la ONU “petróleo por alimentos”, involucran a BHP Billiton (consorcio angloaustraliano dedicado a minería y petróleo), la tejana Halliburton y otras firmas interesadas en concesiones iraquíes. Éste es apenas un coletazo de un escándalo internacional que implicó 2.300 compañías y fue velozmente tapado en 2004.

Así, el parlamentario británico Malcolm Rifkind, ex ministro conservador, recomendaba a BHP y una subsidiaria holandesa registrar el proyecto BHP Billiton-RD/S-Tigris ante las autoridades de ocupación en mayo de 2003. Por entonces, la cancillería británica (Foreign office) señalaba: “la administración estadounidense en Bagdad nos sugiere confesar que hay intereses privados en ese proyecto”.

Pese a tanto “lobby”, posiblemente los beneficiarios reales de una apertura petrolera iraquí sean rusos, chinos, venezolanos, brasileños e indios, más proclives a asumir riesgos geopolíticos. Huséin Shahrastaní, ministro iraquí de hidrocarburos, realizó hace poco una jira por Asia oriental y meridional. En Beijing conversó con los cuatro mayores grupos de combustibles y energía. Ninguno de ellos le planteó problemas de seguridad.

Lyeonid Fedun, vicepresidente de la rusa Lukoil trata estos días de renovar acuerdos firmados con el régimen ba’athí, del cual el actual gobierno se considera sucesor legal. El principal hace al desarrollo de Qurna occidental, el mayor yacimiento cubicado en la mesopotamia. “Estamos dispuestos a trabajar en todo tipo de circunstancias. Nuestra idea de riesgo es muy distinta a la occidental”, señalaba Vádim Alyekpyérov, presidente del grupo, que ha visitado Bagdad varias veces este año.

Algunos expertos en Londres creen que la reaparición de Lukoil ha atraído el interés de ConocoPhillips, tercera petrolera norteamericana, que todavía tiene 20% del paquete ruso. Otros analistas sostienes que, si se restablece la normalidad en Irak, las empresas occidentales optarán por empezar invirtiendo en el noreste kurdo, relativamente pacífico y poco explorado.

Rodeado por alambrados de púas con docenas de tanques en los acceso y tropas en los techos, el edificio se mantuvo indemne durante las interminables escaramuzas ulteriores. El pretexcto era que Estados Unidos deseaba “proteger recurso vitales del país”, sostenían altos funcionarios. Empezando por el vicepresidente Richard Cheney, operador de Halliburton (firma cuyas subsidiarias obtenían un jugoso contrato tras otro).

Pero el papel de Cheney –que ahora puede costarle el juicio político- y la actitud de los militares inspiraban una sospecha clave. La invasión y el derrocamiento del laico Saddam Huséin obedecían no a la necesidad de acabar con el terrorismo profesional de al Qa’eda –tan enemiga de Bagdad como de Occidente-, sino a un compromiso entre Washington, Londres y los grandes grupos petroleros.

En verdad, el sesgo desfavorable que luego caracterizó las operaciones fue postergando las expectativas del negocio. Ataques, sabotajes, violencia civil, falta de inversiones y corrupción rampante (rasgo árabe que no desapareció bajo los virreyes estadounidenses) devastaron la actividad. En 45 meses de ocupación, Irak no ha recobrado ni de lejos niveles productivos anteriores, cuanto era el tercer exportador de la Opep.

Hasta su caída, el régimen ba’athí prosperaba merced a los ingresos petroleros. Hoy, la puja por controlar el sector (cuyas reservas son sólo inferiores a las de Rusia, Saudiarabia e Irán) amenaza con hacer pedazos la unidad del país. Máxime si EE.UU. prolonga la ocupación.

Por supuesto, la distribución geográfica de esos recursos es desigual entre las áreas controladas por la mayoría shi’ita, la minoría sunnita –trabadas en guerra civil- y los kurdos. Por ende, el destino político general es clave en materia de hidrocarburos. Incapaz de contener el conflicto y remiso a encarar una retirada en serio, Washington presiona al endeble parlamento iraquí para forzar una nueva ley que replantee una redistribución de la renta petrolera aceptables a los tres grupos. La idea no es mala.

Quienes promueven esa salida, entre ellos cabilderos del negocio, presumen que una reforma consensuada podría desactivar la propia guerra civil, particularmente si se combina con el retiro ordenado de tropas ocupantes. Pero el conventillo parlamentario en Bagdad traba lo que bien pudiera ser una ley decisiva. Al respecto, cabe recordar que Saddam estaba avanzado hacia una apertura petrolera, interesado en que las grandes compañías rompiesen con el bloqueo impuesto desde 1991 por Naciones Unidas.

El dictador y el gobierno actual pretendían y pretenden básicamente lo mismo: revertir la nacionalización de hidrocarburos dictada en 1972 por Ajmán Hasán al Bakr, un general ocasionalmente en el poder. Era un visionario, pues al año siguiente la Opep desató la primera crisis de precios.

Según dos anteproyectos en circulación, la reforma permitiría varias formas de asociación con capitales extranjeros, inclusive producción compartida. En realidad, este factor expresa de deseos del sector privado: las compañías prefieren ese tipo de contratos, pues les reduce riesgos por costos extra y les significan más ganancias potenciales en caso de alza de valores en el mercado.

Si bien una legislación moderna y flexible proporcionará un marco jurídico adecuado a los intereses internacionales (anglosajones y holandeses, en especial), varios directivos empresarios estiman que “el despegue inversor sigue distante. Todos estamos pendientes de Irak, pero la situación local debiera mejorar muchísimo en materia de seguridad, antes de adoptar decisiones”. Así señala un reciente informe interno de British Petroleum.

Como se sabe, los riegos mineros en exploración y explotación exigen un horizonte mínimo de cinco años, en cualquier parte del planeta. Aunque las petroleras están habituadas a trabajar en contextos tan duros como Nigeria (otra guerra civil, piratería y secuestros extorsivos) o Indonesia, Irak empequeñece todo antecedente al respecto. Por lo menos desde la cruenta guerra con Iran –años 80- y la subsiguiente guerra del golfo Pérsico (1991). De hecho, la prolongación del actual conflicto y la ocupación pueden licuar lo que resta del estado iraquí.

A diferencia de la guerra civil argelina de los años 90, tras la cual el fortalecimiento del gobierno y sus fuerzas armadas atrajeron de vuelta capitales externos, Irak tiene un régimen contestado por guerrilleros y facciones. En tanto, al fracaso de EE.UU. le ha arrebatado la hegemonía militar en el mundo: casi nadie cree que Washington pueda atacar Irán, porque ya retrocede en Afganistán, Irak y, de nuevo, Somalía.

“Mirar el futuro petrolero local es como asomarse al vacío”, opina Walid Jaddurí, experto en recursos naturales no renovables residente en Basora. Hablando durante una conferencia técnica en Londres, agrega: “No es posible analizar el porvenir antes de saber quién controlará el sur y el sudeste, donde se concentran las mayores existencias de hidrocarburos. ¿Será un partido shiita nacional o uno local, sujeto al vecino iraní?”.

De acuerdo con el grupo de estudios bipartidario sobre Irak (encabezado por el republicano James Baker y el demócrata Lee Hamilton), el país está extrayendo apenas 2.200.000 barriles diarios –poco más que Sudán- y exportando 1.500.00 b/d. El segundo guarismo está lejos de la pauta oficial (2.500.000) y más aún del potencial previo a 2003. Otro informe, del ministerio de hidrocarburos, señala que el país ha perdido más de US$ 24.700 millones en ingresos petroleros potenciales, por inestabilidad, violencia a las personas y sabotajes a ductos.

En perspectiva global, la producción iraquí, valga la ironía, es cada vez más importante. Al margen de precios volátiles, la demanda crece en China, India, Japón, Vietnam, Surcorea y Occidente. Aumentan los yacimientos que empiezan a agotarse, con pocas salvedades como Rusia o Venezuela. A criterio de la Agencia internacional de energía (hidrocarburos, en realidad), Irak debiera elevar producción al ritmo de 4,9% anual hasta 2030, para cubrir necesidades del exterior y suponiendo que sus propias reservas lleguen hasta entonces. Entretanto, la demanda mundial pasará de 85 millones de b/d (2005) a 116 millones.

Claro, las multinacionales se desesperan desde 2003 por el negocio en Irak. El país contiene, supuestamente, reservas conocidas por 115.000 millones de barriles y apenas veintidós de 87 yacimientos cubicados están en explotación. En rigor, los gigantes petroleros nadan desde 2004 en un mar de liquidez, derivado de crecientes utilidades. La tendencia recién comenzó a agrietarse, no mucho, luego del récord nominal histórico ( 14 de julio, US$ 78,40 el barril en Nueva York).

Ahí surge otro factor difícil de evaluar: en los últimos años, importantes estados petroleros vuelven a sostener criterios “nacionalistas”, similares a los de la pionera ley iraquí de 1972. Saudiarabia restringe el acceso al gas natural, Rusia construye un imperio nacional -con proyecciones hacia este y oeste- y Venezuela arma un “frente sudamericano” poco favorable a las empresas. Sólo dos países parecen orientarse a la privatización: Irak (si prospera alguno de los anteproyectos circulantes) e Irán. Los satélites de Riyadh en el golfo –Kuweit, Bahréin, Qatar, UEA, Omán- siguen las pautas saudíes.

Por supuesto, los gigantes siguen preparándose para regresar a Bagdad, cortejando –es un decir- a los funcionarios de actual régimen, que podrían eclipsarse en un futuro sistema federal. La meta real de BP, Royal Dutch/Shell o Exxon Mobil es obtener nuevos datos sobre reservas sin visitar personalmente el escenario de una guerra civil (les sobra con Nigeria). A cambio, ofrecen evaluaciones gratuitas de aspectos geológicos y técnicos.

Esta campaña tiene en la mira no a los iraquíes, sino a rivales más astutos. Por ejemplo, Chevron, la francesa Total o el italiano ENI, que obtuvieron datos frescos hasta 2002, mientras negociaban contratos con Saddam. Aplicando un modelo ensayado en Argentina (1958/63), estas compañías conseguían información de primera mano haciendo seminarios técnicos en Irak y el exterior.

Como es natural, el cabildeo nunca para. Así quedó demostrado durante recientes investigaciones australianas sobre sobornos, pagados por la junta local de granos a funcionarios de Saddam. Relativos a la iniciativa de la ONU “petróleo por alimentos”, involucran a BHP Billiton (consorcio angloaustraliano dedicado a minería y petróleo), la tejana Halliburton y otras firmas interesadas en concesiones iraquíes. Éste es apenas un coletazo de un escándalo internacional que implicó 2.300 compañías y fue velozmente tapado en 2004.

Así, el parlamentario británico Malcolm Rifkind, ex ministro conservador, recomendaba a BHP y una subsidiaria holandesa registrar el proyecto BHP Billiton-RD/S-Tigris ante las autoridades de ocupación en mayo de 2003. Por entonces, la cancillería británica (Foreign office) señalaba: “la administración estadounidense en Bagdad nos sugiere confesar que hay intereses privados en ese proyecto”.

Pese a tanto “lobby”, posiblemente los beneficiarios reales de una apertura petrolera iraquí sean rusos, chinos, venezolanos, brasileños e indios, más proclives a asumir riesgos geopolíticos. Huséin Shahrastaní, ministro iraquí de hidrocarburos, realizó hace poco una jira por Asia oriental y meridional. En Beijing conversó con los cuatro mayores grupos de combustibles y energía. Ninguno de ellos le planteó problemas de seguridad.

Lyeonid Fedun, vicepresidente de la rusa Lukoil trata estos días de renovar acuerdos firmados con el régimen ba’athí, del cual el actual gobierno se considera sucesor legal. El principal hace al desarrollo de Qurna occidental, el mayor yacimiento cubicado en la mesopotamia. “Estamos dispuestos a trabajar en todo tipo de circunstancias. Nuestra idea de riesgo es muy distinta a la occidental”, señalaba Vádim Alyekpyérov, presidente del grupo, que ha visitado Bagdad varias veces este año.

Algunos expertos en Londres creen que la reaparición de Lukoil ha atraído el interés de ConocoPhillips, tercera petrolera norteamericana, que todavía tiene 20% del paquete ruso. Otros analistas sostienes que, si se restablece la normalidad en Irak, las empresas occidentales optarán por empezar invirtiendo en el noreste kurdo, relativamente pacífico y poco explorado.

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