Etanol: la industria brasileña no quiere concurrentes del exterior

Las compañías locales que han hecho punta y dominan este nuevo sector de biocombustibles rehúsan vender activos a multinacionales. En particular, gigantes como Archer Daniels Midland (ADM) o Cargill, líderes en Estados Unidos.

10 septiembre, 2007

Naturalmente, prolifera todo tipo de aprietes –especialmente en medios anglosajones- que pivotean en lo de siempre: Brasil perderá millones en capital extranjero necesario para competir (pero ya lo hace). Como dato curioso, ADM y otras sostienen que el etanol podría ser rentable aun si los crudos cediesen a US$ 45 el barril, casi un imposible.

Una de las firmas locales objeto de presiones es Companhia açucareira vale do Rosario (CAVR), que produce tanto azúcar de caña como etanol. Un conglomerado de lejano origen belgoargentino, Bunge ltd., ha ofrecido US$ 775 millones por la empresa. El principal propietario, Cícero Junqueira, no quiere saber nada.

Naturalmente, los motivos de los grupos multinacionales son claros: los altos precios de hidrocarburos y la decreciente influencia política de las grandes petroleras en Estados Unidos. A su vez, lo segundo refleja dos hechos: la decadencia de los republicanos -arrastra al “lobby” tejano que orienta el vicepresidente Richard Cheney- y el movimiento internacional contra el “efecto invernadero” (emisiones de monóxido y dióxido de carbono).

En esencia, el mercado brasileño (y argentino) de etanol involucra no uno, sino dos insumos claves, maíz y caña de azúcar. En escala mundial, hoy los mayores productores son EE.UU. (unos 18.500 millones de litros en 2006) y Brasil, con 16.250 millones.

Pero el punto crítico está en el futuro. Hacia 2016, esta categoría de biocombustibles habrá substituido a 15% de los hidrocarburos. Más que EE.UU., Brasil y Argentina aportan tierras, experiencia y bajos costos. Esto despierta la codicia de grandes productoras o intermediarias de insumos, firmas energéticas, fondos especulativos (cobertura, capita extrabursátil) y -créase o no, hasta Google.

Mientras los fondos pierden terreno debido a la doble crisis global (hipotecas, iliquidez financiera), el resto de la gama se da de bruces contra las compañía locales, al menos en Brasil. El caso del azúcar tiene una característica casi folclórica: clanes feudales como Junqueira controlan el negocio desde que los portugueses echaron a los holandeses, en el siglo XVII. Es lógico que no quieran vender o que los escasos operadores dispuestos a hacerlo pidan precios muy superiores al ofrecido por Bunge.

Como sucede en minería, las empresas extranjeras deberán desarrollar proyectos desde el inicio, en vez de aprovechar activos en marcha. Las presiones no se han hecho esperar: columnistas allegados al negocio en EE.UU. sostiene que, si Brasil no se abre, se demorará la adopción de su etanol como combustible para automotores alrededor del mundo. El argumento es ingenuo.

Pero, por otra parte, conglomerados como ADM (encabeza una campaña para ablandar a los brasileños) tienen mejor acceso al financiamiento y pueden modernizar más rápidamente el sector. Por cierto, hace tres años que ADM intenta penetrar en el gigante sudamericano y, hoy, tiene un inesperado rival ruso: Ólyeg Dyeripaska opera vía la transnacional suiza de materias primas Glencore, con intereses en Argentina y Brasil.

Otros interesados son la australiana CSR, la germana Südzucker y la india Bajaj Hindusthan. Se trata de la mayor productora de azúcar y etanol en Asia meridional. Proyecta invertir US$ 500 millones en comprar instalaciones brasileñas. Todas estas empresas tienen ventajas, pues la industria local se maneja en forma poco seria y atomizada, sin libros fiables, evade impuestos y sus métodos laborales son primitivos (aún mas que los argentinos).

A veces, el capital extranjero es afectado por esas características. Eso le ocurrió a Hongkong & Shanghai banking corporation (HSBC), cuando le dio crédicto a Pará pastoril e agricola (Belén). Recién al cerrar tratos, el banco supo que el gobierno federal investigaba a la compañía por emplear mano de obra esclava. El ministerio de trabajo descubrió más de 1.100 personas –menores inclusive- en situación degradante, ocultas en una subsidiaria del grupo, Pagrisa.

Dejando esos excesos de lado, el etanol de maíz norteamericano sigue siendo más caro que el brasileño. Por de pronto, aquél goza de un subsidio equivalente a 13,2 centavos por litro. Pese a ello –que refleja el poder de los cabildeos en el congreso y la Casa Blanca-, ADM y su competidora, Cargill, obtuvieron escasas ganancias en 2006. ¿Por qué? Porque la demanda para fabricar etanol infla los precios del maíz. El perfil es más flexible en Brasil o Argentina, pues ambos tienen un segundo insumo, la caña de azúcar.

Naturalmente, prolifera todo tipo de aprietes –especialmente en medios anglosajones- que pivotean en lo de siempre: Brasil perderá millones en capital extranjero necesario para competir (pero ya lo hace). Como dato curioso, ADM y otras sostienen que el etanol podría ser rentable aun si los crudos cediesen a US$ 45 el barril, casi un imposible.

Una de las firmas locales objeto de presiones es Companhia açucareira vale do Rosario (CAVR), que produce tanto azúcar de caña como etanol. Un conglomerado de lejano origen belgoargentino, Bunge ltd., ha ofrecido US$ 775 millones por la empresa. El principal propietario, Cícero Junqueira, no quiere saber nada.

Naturalmente, los motivos de los grupos multinacionales son claros: los altos precios de hidrocarburos y la decreciente influencia política de las grandes petroleras en Estados Unidos. A su vez, lo segundo refleja dos hechos: la decadencia de los republicanos -arrastra al “lobby” tejano que orienta el vicepresidente Richard Cheney- y el movimiento internacional contra el “efecto invernadero” (emisiones de monóxido y dióxido de carbono).

En esencia, el mercado brasileño (y argentino) de etanol involucra no uno, sino dos insumos claves, maíz y caña de azúcar. En escala mundial, hoy los mayores productores son EE.UU. (unos 18.500 millones de litros en 2006) y Brasil, con 16.250 millones.

Pero el punto crítico está en el futuro. Hacia 2016, esta categoría de biocombustibles habrá substituido a 15% de los hidrocarburos. Más que EE.UU., Brasil y Argentina aportan tierras, experiencia y bajos costos. Esto despierta la codicia de grandes productoras o intermediarias de insumos, firmas energéticas, fondos especulativos (cobertura, capita extrabursátil) y -créase o no, hasta Google.

Mientras los fondos pierden terreno debido a la doble crisis global (hipotecas, iliquidez financiera), el resto de la gama se da de bruces contra las compañía locales, al menos en Brasil. El caso del azúcar tiene una característica casi folclórica: clanes feudales como Junqueira controlan el negocio desde que los portugueses echaron a los holandeses, en el siglo XVII. Es lógico que no quieran vender o que los escasos operadores dispuestos a hacerlo pidan precios muy superiores al ofrecido por Bunge.

Como sucede en minería, las empresas extranjeras deberán desarrollar proyectos desde el inicio, en vez de aprovechar activos en marcha. Las presiones no se han hecho esperar: columnistas allegados al negocio en EE.UU. sostiene que, si Brasil no se abre, se demorará la adopción de su etanol como combustible para automotores alrededor del mundo. El argumento es ingenuo.

Pero, por otra parte, conglomerados como ADM (encabeza una campaña para ablandar a los brasileños) tienen mejor acceso al financiamiento y pueden modernizar más rápidamente el sector. Por cierto, hace tres años que ADM intenta penetrar en el gigante sudamericano y, hoy, tiene un inesperado rival ruso: Ólyeg Dyeripaska opera vía la transnacional suiza de materias primas Glencore, con intereses en Argentina y Brasil.

Otros interesados son la australiana CSR, la germana Südzucker y la india Bajaj Hindusthan. Se trata de la mayor productora de azúcar y etanol en Asia meridional. Proyecta invertir US$ 500 millones en comprar instalaciones brasileñas. Todas estas empresas tienen ventajas, pues la industria local se maneja en forma poco seria y atomizada, sin libros fiables, evade impuestos y sus métodos laborales son primitivos (aún mas que los argentinos).

A veces, el capital extranjero es afectado por esas características. Eso le ocurrió a Hongkong & Shanghai banking corporation (HSBC), cuando le dio crédicto a Pará pastoril e agricola (Belén). Recién al cerrar tratos, el banco supo que el gobierno federal investigaba a la compañía por emplear mano de obra esclava. El ministerio de trabajo descubrió más de 1.100 personas –menores inclusive- en situación degradante, ocultas en una subsidiaria del grupo, Pagrisa.

Dejando esos excesos de lado, el etanol de maíz norteamericano sigue siendo más caro que el brasileño. Por de pronto, aquél goza de un subsidio equivalente a 13,2 centavos por litro. Pese a ello –que refleja el poder de los cabildeos en el congreso y la Casa Blanca-, ADM y su competidora, Cargill, obtuvieron escasas ganancias en 2006. ¿Por qué? Porque la demanda para fabricar etanol infla los precios del maíz. El perfil es más flexible en Brasil o Argentina, pues ambos tienen un segundo insumo, la caña de azúcar.

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