El macabro negocio de órganos humanos en Estados Unidos

Hay una gran disparidad entre lo que dice la ley sobre utilización de cadáveres y la actividad comercial que genera. El gobierno regula la procuración de órganos y tejidos, pero no vigila el uso de despojos humanos para investigación y educación.

10 agosto, 2006

Los cadáveres son un negocio muy grande en Estados Unidos. Tejidos, órganos,
tendones, huesos, articulaciones, extremidades, pies, torsos y cabezas, todo eso
extraído de los muertos forma la base del importante y lucrativo negocio
de hacer progresar el conocimiento científico y mejorar las técnicas
médicas. Los “repuestos” humanos están en la base de la
más avanzada investigación y permiten muchas operaciones que ya
son cotidianas en la actualidad. Grandes empresas como Johnson & Johnson,
Bristol-Myers Squibb
o Medtronic dependen de despojos humanos para
orientarse en el desarrollo de nuevos procedimientos médicos. Los investigadores
los necesitan para mejorar técnicas quirúrgicas y hasta para crear
cosméticas. Los médicos los usan para reemplazar válvulas
cardíacas y tratar quemaduras, para reemplazar hueso y hasta para engrosar
labios y eliminar arrugas.

Poca gente se pregunta de dónde proviene el material que sostiene este
enorme negocio. La excepción la aporta la periodista Annie Cheney, autora
de “Body Brokers: Inside America´s Underground Trade in Human Remains
(Los intermediarios del cuerpo: en el interior del comercio subterráneo
de despojos humanos en Estados Unidos). En ese libro Cheney relata el largo periplo
que tuvo que recorrer para averiguar cómo se procuran, procesan, venden
y usan los restos humanos. Lo que descubre es la historia complicada de un negocio
floreciente y de una alarmante falta de vigilancia; de oferta limitada y demanda
sin fin; de inescrupulosos traficantes y de los ansiosos donantes, científicos
y médicos a quienes explotan; de alevosas violaciones a los muertos para
permitir maravillosos avances científicos.

El gobierno regula la procuración de órganos y tejido para transplantes,
pero no hace lo mismo con los despojos humanos que se usan para investigación
y educación. Cheney dice que según la ley de 1968 “Uniform
Anatomical Gift
“, es ilegal comprar y vender muertos. Pero según
la misma ley, es legal recuperar los costos incurridos en asegurar, transportar,
almacenar y procesar cadáveres. Y como la palabra “costos” es
inmensamente amplia, puede significar lo que cualquier intermediario o proveedor
quiera que signifique.

En la práctica, ese agujero legal significa que huesos, tejido, órganos,
articulaciones, extremidades cabezas y hasta torsos enteros constituyen una materia
prima codiciadísima en un mercado en el que las demandas de los investigadores,
desarrolladores de productos y médicos exceden por mucho a la oferta. Un
cadáver totalmente desmembrado y eviscerado, puede generar cerca de US$
10.000 en el mercado abierto. Para los intermediarios que venden materiales a
empresas, centros de investigación y bancos de tejidos, la motivación
monetaria es fuerte, la vigilancia inexistente y la corrupción rampante.

Cheney detecta dos formas diferentes de malversación en el mercado de restos
humanos. La primera es la procuración y venta ilegal de partes extraídas
a individuos que nunca aceptaron convertirse en donantes. Luego de aclarar que
sólo 10% de los estados inspeccionan los crematorios o exigen la inscripción
de sus empleados, Cheney cuenta la historia de un crematorio en California cuyo
propietario ganó cientos de miles de dólares desmembrando ilícitamente
cuerpos destinados a cremación y vendiendo las partes al mejor postor corporativo
(ahora está preso por estafa y mutilación de cadáveres).

Otras personas en buena posición para vender partes cuando nadie mira son
los asistentes del patólogo en las autopsias y los que manejan las morgues.
También los sepultureros.

La segunda forma de malversación es más complicada pues implica
el comercio de cuerpos de personas que se han donado a la ciencia. Los donantes
y sus familias creen que van a terminar sobre una mesa en el laboratorio de la
facultad de medicina y que, al ser seccionados, ayudarán a capacitar a
la próxima generación de médicos. Muchos van por ese camino.
Pero no todos. Se ha comprobado que las facultades de medicina de todo el país
han traficado subrepticiamente con despojos humanos, vendido cuerpos y partes
a intermediarios, quienes luego revenden la mercadería a compradores independientes.
Y en el proceso, esos cadáveres van dando mucho dinero a los proveedores,
intermediarios y vendedores que los manejan. A las familias de los donantes, por
supuesto, ni las notifican ni las invitan a compartir ganancias.

Un problema sistémico

Una de las muchas personas que entrevistó Cheney para hacer su libro fue
Michael Mastromarino, ex CEO de Biomedical Tissue Services Ltd., y en el
momento de la charla, principal proveedor de tejidos de Regeneration Technologies,
procesadora de tejidos de Florida (con ganancias de US$ 75 millones en 2003) y
oscuro traficante de partes humanas procuradas ilícitamente. En las mismas
narices de la FDA, que había inspeccionado su compañía y
sabía en qué consistía su negocio, Mastromarino compraba
tejidos ilegalmente, no los procesaba adecuadamente y luego los vendía
con enormes ganancias.

La medicina norteamericana siempre ha codiciado cuerpos para investigar y educar.
Desde finales del siglo 18, cuando la disección se convirtió en
componente esencial de la capacitación médica, la demanda de cadáveres
siempre excedió en mucho a la oferta. En aquel entonces, la solución
era robar tumbas. Hoy se violan cuerpos, los deseos de los donantes, y además
se arriesga la salud de los pacientes si lo que se les implanta es tejido contaminado.

Los cadáveres son un negocio muy grande en Estados Unidos. Tejidos, órganos,
tendones, huesos, articulaciones, extremidades, pies, torsos y cabezas, todo eso
extraído de los muertos forma la base del importante y lucrativo negocio
de hacer progresar el conocimiento científico y mejorar las técnicas
médicas. Los “repuestos” humanos están en la base de la
más avanzada investigación y permiten muchas operaciones que ya
son cotidianas en la actualidad. Grandes empresas como Johnson & Johnson,
Bristol-Myers Squibb
o Medtronic dependen de despojos humanos para
orientarse en el desarrollo de nuevos procedimientos médicos. Los investigadores
los necesitan para mejorar técnicas quirúrgicas y hasta para crear
cosméticas. Los médicos los usan para reemplazar válvulas
cardíacas y tratar quemaduras, para reemplazar hueso y hasta para engrosar
labios y eliminar arrugas.

Poca gente se pregunta de dónde proviene el material que sostiene este
enorme negocio. La excepción la aporta la periodista Annie Cheney, autora
de “Body Brokers: Inside America´s Underground Trade in Human Remains
(Los intermediarios del cuerpo: en el interior del comercio subterráneo
de despojos humanos en Estados Unidos). En ese libro Cheney relata el largo periplo
que tuvo que recorrer para averiguar cómo se procuran, procesan, venden
y usan los restos humanos. Lo que descubre es la historia complicada de un negocio
floreciente y de una alarmante falta de vigilancia; de oferta limitada y demanda
sin fin; de inescrupulosos traficantes y de los ansiosos donantes, científicos
y médicos a quienes explotan; de alevosas violaciones a los muertos para
permitir maravillosos avances científicos.

El gobierno regula la procuración de órganos y tejido para transplantes,
pero no hace lo mismo con los despojos humanos que se usan para investigación
y educación. Cheney dice que según la ley de 1968 “Uniform
Anatomical Gift
“, es ilegal comprar y vender muertos. Pero según
la misma ley, es legal recuperar los costos incurridos en asegurar, transportar,
almacenar y procesar cadáveres. Y como la palabra “costos” es
inmensamente amplia, puede significar lo que cualquier intermediario o proveedor
quiera que signifique.

En la práctica, ese agujero legal significa que huesos, tejido, órganos,
articulaciones, extremidades cabezas y hasta torsos enteros constituyen una materia
prima codiciadísima en un mercado en el que las demandas de los investigadores,
desarrolladores de productos y médicos exceden por mucho a la oferta. Un
cadáver totalmente desmembrado y eviscerado, puede generar cerca de US$
10.000 en el mercado abierto. Para los intermediarios que venden materiales a
empresas, centros de investigación y bancos de tejidos, la motivación
monetaria es fuerte, la vigilancia inexistente y la corrupción rampante.

Cheney detecta dos formas diferentes de malversación en el mercado de restos
humanos. La primera es la procuración y venta ilegal de partes extraídas
a individuos que nunca aceptaron convertirse en donantes. Luego de aclarar que
sólo 10% de los estados inspeccionan los crematorios o exigen la inscripción
de sus empleados, Cheney cuenta la historia de un crematorio en California cuyo
propietario ganó cientos de miles de dólares desmembrando ilícitamente
cuerpos destinados a cremación y vendiendo las partes al mejor postor corporativo
(ahora está preso por estafa y mutilación de cadáveres).

Otras personas en buena posición para vender partes cuando nadie mira son
los asistentes del patólogo en las autopsias y los que manejan las morgues.
También los sepultureros.

La segunda forma de malversación es más complicada pues implica
el comercio de cuerpos de personas que se han donado a la ciencia. Los donantes
y sus familias creen que van a terminar sobre una mesa en el laboratorio de la
facultad de medicina y que, al ser seccionados, ayudarán a capacitar a
la próxima generación de médicos. Muchos van por ese camino.
Pero no todos. Se ha comprobado que las facultades de medicina de todo el país
han traficado subrepticiamente con despojos humanos, vendido cuerpos y partes
a intermediarios, quienes luego revenden la mercadería a compradores independientes.
Y en el proceso, esos cadáveres van dando mucho dinero a los proveedores,
intermediarios y vendedores que los manejan. A las familias de los donantes, por
supuesto, ni las notifican ni las invitan a compartir ganancias.

Un problema sistémico

Una de las muchas personas que entrevistó Cheney para hacer su libro fue
Michael Mastromarino, ex CEO de Biomedical Tissue Services Ltd., y en el
momento de la charla, principal proveedor de tejidos de Regeneration Technologies,
procesadora de tejidos de Florida (con ganancias de US$ 75 millones en 2003) y
oscuro traficante de partes humanas procuradas ilícitamente. En las mismas
narices de la FDA, que había inspeccionado su compañía y
sabía en qué consistía su negocio, Mastromarino compraba
tejidos ilegalmente, no los procesaba adecuadamente y luego los vendía
con enormes ganancias.

La medicina norteamericana siempre ha codiciado cuerpos para investigar y educar.
Desde finales del siglo 18, cuando la disección se convirtió en
componente esencial de la capacitación médica, la demanda de cadáveres
siempre excedió en mucho a la oferta. En aquel entonces, la solución
era robar tumbas. Hoy se violan cuerpos, los deseos de los donantes, y además
se arriesga la salud de los pacientes si lo que se les implanta es tejido contaminado.

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