Unión Europea: cincuenta años y escasas ilusiones

El domingo 25, el tratado de Roma llega al medio centenario. Salvo el Benelux y España, en los países fundadores de Maastricht cunde el desencanto entre la gente. Además, pesa el fracaso (2005) del proyecto constitucional.

20 marzo, 2007

En promedio, 44% de los europeos cree que las cosas no han mejorado, especialmente desde el tratado de Maastricht (1992) y, más aún, el compromiso pro estabilidad fiscal, de corte monetarista, adoptado en 1994. La adopción del euro como moneda única en doce de los entonces quince socios es resistida aún hoy por 31% del público. Su contracara, el Banco central europeo, recibe 65% de desaprobación en la Eurozona.

Por supuesto, hay vastas diferencias entre la Comunidad europea del carbón y el acero (pacto francoalemán, 1951), la Comunidad económica europea –cuyos cincuenta años están por cumplirse- y sus dos hijas: la Eurozona (gestada en 2002) y la actual Unión Europea de veintisiete miembros. Con varios en lista de espera, sus desigualdades internas plantean serias dudas en muchos economistas y analistas financieros.

Amén de economías todavía en desarrollo (Portugal, Grecia, Rumania, Bulgaria, Eslovaquia, Polonia), hay dos estados insulares poco substanciales (Malta, 2/3 de Chipre) y uno cuya extraterritorialidad financiera (Luxemburgo ) lo hace más peligroso que Suiza. Esta mezcla de contradicciones –que añade gobiernos “neonacionalistas” como los de Madrid, París o Varsovia- incluye divergencias sobre subsidios agrícolas, comercio interior, combustibles, energía (por ejemplo, el matete E.On-Endesa-Enel), ambiente y seguridad.

En general, las encuestas indican que 60% de británicos, 50% de franceses, 48% de italianos y 46% de alemanes creen estar peor que antes de existir el sistema. Los ocho sondeos circulantes desde el lunes no comparan con 1957 (muchos consultados ni siquiera existían entonces), sino con 1994 y 2002. Vale decir, Maastricht y su efecto más perceptible, el euro. Eso acota el universo de encuestas, pues la moneda común abarca sólo trece adherentes, de los cuales el último (Eslovenia) es reciente.

Verbigracia, 52% de británicos desconfían del euro, pero no lo han adoptado. A la inversa, 50% de españoles –que hasta hace pocos eran pesadamente subsidiados desde Bruselas, aunque no se diga- afirman estar mejor. Las ideas dominantes que inspira la UE a los consultados son: mercado único (30%), burocracia costosa (21%), incertidumbres (14%) y desigualdades (8%).

No sorprende, claro, que 70% de alemanes y británicos rechacen la idea de fuerza armadas comunes. Inexplicablemente, atrae (45/50%) a franceses, italianos y españoles. Hasta ahora, el sondeo de mayor sesgo conservador pero también antieuro proviene del “Financial times”. Salvo una encuesta germana, el resto sigue con la mala costumbre de llamar “Europa” a cuatro cosas distintas: toda la península de Asia al oeste de los Urales, Europa occidental, la UE y la Eurozona.

En promedio, 44% de los europeos cree que las cosas no han mejorado, especialmente desde el tratado de Maastricht (1992) y, más aún, el compromiso pro estabilidad fiscal, de corte monetarista, adoptado en 1994. La adopción del euro como moneda única en doce de los entonces quince socios es resistida aún hoy por 31% del público. Su contracara, el Banco central europeo, recibe 65% de desaprobación en la Eurozona.

Por supuesto, hay vastas diferencias entre la Comunidad europea del carbón y el acero (pacto francoalemán, 1951), la Comunidad económica europea –cuyos cincuenta años están por cumplirse- y sus dos hijas: la Eurozona (gestada en 2002) y la actual Unión Europea de veintisiete miembros. Con varios en lista de espera, sus desigualdades internas plantean serias dudas en muchos economistas y analistas financieros.

Amén de economías todavía en desarrollo (Portugal, Grecia, Rumania, Bulgaria, Eslovaquia, Polonia), hay dos estados insulares poco substanciales (Malta, 2/3 de Chipre) y uno cuya extraterritorialidad financiera (Luxemburgo ) lo hace más peligroso que Suiza. Esta mezcla de contradicciones –que añade gobiernos “neonacionalistas” como los de Madrid, París o Varsovia- incluye divergencias sobre subsidios agrícolas, comercio interior, combustibles, energía (por ejemplo, el matete E.On-Endesa-Enel), ambiente y seguridad.

En general, las encuestas indican que 60% de británicos, 50% de franceses, 48% de italianos y 46% de alemanes creen estar peor que antes de existir el sistema. Los ocho sondeos circulantes desde el lunes no comparan con 1957 (muchos consultados ni siquiera existían entonces), sino con 1994 y 2002. Vale decir, Maastricht y su efecto más perceptible, el euro. Eso acota el universo de encuestas, pues la moneda común abarca sólo trece adherentes, de los cuales el último (Eslovenia) es reciente.

Verbigracia, 52% de británicos desconfían del euro, pero no lo han adoptado. A la inversa, 50% de españoles –que hasta hace pocos eran pesadamente subsidiados desde Bruselas, aunque no se diga- afirman estar mejor. Las ideas dominantes que inspira la UE a los consultados son: mercado único (30%), burocracia costosa (21%), incertidumbres (14%) y desigualdades (8%).

No sorprende, claro, que 70% de alemanes y británicos rechacen la idea de fuerza armadas comunes. Inexplicablemente, atrae (45/50%) a franceses, italianos y españoles. Hasta ahora, el sondeo de mayor sesgo conservador pero también antieuro proviene del “Financial times”. Salvo una encuesta germana, el resto sigue con la mala costumbre de llamar “Europa” a cuatro cosas distintas: toda la península de Asia al oeste de los Urales, Europa occidental, la UE y la Eurozona.

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