Unión Europea, ante un diagnóstico de ribetes terminales

“La muerte se acerca”, sostiene el analista geopolítico Charles Kupchan. Según él, los síntomas más peligrosos son ahora las recientes elecciones en Gran Bretaña y, con mayor énfasis, Polonia.

5 junio, 2006

En los comicios británicos, “el partido Conservador –nunca muy convencido de la integración continental- ha hecho pedazos al Laborista. Poco antes, en Polonia, dos partidos antieuropeos (y antijudíos) entraron en la coalición gubernativa”. En cuanto al tratado constitucional, los dos fracasados plebiscitos (Francia, Holanda) lo hundieron en el silencio. En sentido contrario, ”nacionalismo y proteccionismo prosperan. Los gobiernos francés, español, polaco e italiano han dictado medidas para impedir que sectores locales sean objeto de adquisiciones transfronterizas”. Vale decir, dentro de la Eurozona.

En una región que soñaba con eliminar fronteras nacionales, la hostilidad a inmigrantes –especialmente musulmanes y negros- también está en ascenso. En síntesis, “la vida sociopolítica europea se renacionaliza –apunta Kupchan- y empuja la integración a su peor crisis desde la II guerra mundial”. Pero, en este proceso, “los europeos no serán perdedores únicos. Los norteamericanos podrían afrontar no sólo la vuelta de rivalidades nacionales, sino una UE demasiado débil como socio económico y estratégico”.

Hay cuatro factores que minan la Unión Europea. Primero, “los estados benefactores se debaten a medio camino entre la integración y la globalización. Sus ciudadanos pretenden que se refirme la soberanía local contra cambios desagradables para ellos”. En general, ven la integración como instrumentos de fuerzas neoconservadora adictas al mercado, como solía ser común en Latinoamérica.

Segundo, “la ampliación de la UE, junto con el flujo de inmigrantes islámicos, diluye identidades tradicionales y genera tensiones sociales. Hoy la UE contiene veinticinco miembros –algunos poco viables como países separados- en estadios muy diversos de desarrollo. Ya residen en ellos quince millones de musulmanes y Turquía, con sus 70 millones, espera en la puerta. Son demasiados”. Eso sin contar aspirantes, como Rumania, Bulgaria y ahora Montenegro, donde imperan desigualdades, mafias y violencia urbana.

Tercero, el populismo extremista. “En Francia, la ultraderecha del Frente nacional goza de una popularidad sin precedentes. En Polonia, acaban de elegir a un presidente nacionalista y proteccionista, Lech Kaczysnki, y dos grupos extremos ingresaron al parlamento y al gabinete”. El papa Benito XVI acaba de descalificar –desde Auschwitz/Oswiecim- a uno de ellos, ultracatólico, por su prédica antisemita.

Por último, “la UE carece de un guía fuerte, indispensable para reinfundirle vigor. Parìs, Berlín, Roma y Londres viven entre desvelos electorales y económicos. Para los europeos que aún recuerdan la II guerra mundial –son cada vez menos-, la UE era un antídoto contra semejante pasado. Pero las nuevas generaciones no tienen una historia de la cual huir y tampoco entusiasmo por el futuro de unidad política y económica”.

En los comicios británicos, “el partido Conservador –nunca muy convencido de la integración continental- ha hecho pedazos al Laborista. Poco antes, en Polonia, dos partidos antieuropeos (y antijudíos) entraron en la coalición gubernativa”. En cuanto al tratado constitucional, los dos fracasados plebiscitos (Francia, Holanda) lo hundieron en el silencio. En sentido contrario, ”nacionalismo y proteccionismo prosperan. Los gobiernos francés, español, polaco e italiano han dictado medidas para impedir que sectores locales sean objeto de adquisiciones transfronterizas”. Vale decir, dentro de la Eurozona.

En una región que soñaba con eliminar fronteras nacionales, la hostilidad a inmigrantes –especialmente musulmanes y negros- también está en ascenso. En síntesis, “la vida sociopolítica europea se renacionaliza –apunta Kupchan- y empuja la integración a su peor crisis desde la II guerra mundial”. Pero, en este proceso, “los europeos no serán perdedores únicos. Los norteamericanos podrían afrontar no sólo la vuelta de rivalidades nacionales, sino una UE demasiado débil como socio económico y estratégico”.

Hay cuatro factores que minan la Unión Europea. Primero, “los estados benefactores se debaten a medio camino entre la integración y la globalización. Sus ciudadanos pretenden que se refirme la soberanía local contra cambios desagradables para ellos”. En general, ven la integración como instrumentos de fuerzas neoconservadora adictas al mercado, como solía ser común en Latinoamérica.

Segundo, “la ampliación de la UE, junto con el flujo de inmigrantes islámicos, diluye identidades tradicionales y genera tensiones sociales. Hoy la UE contiene veinticinco miembros –algunos poco viables como países separados- en estadios muy diversos de desarrollo. Ya residen en ellos quince millones de musulmanes y Turquía, con sus 70 millones, espera en la puerta. Son demasiados”. Eso sin contar aspirantes, como Rumania, Bulgaria y ahora Montenegro, donde imperan desigualdades, mafias y violencia urbana.

Tercero, el populismo extremista. “En Francia, la ultraderecha del Frente nacional goza de una popularidad sin precedentes. En Polonia, acaban de elegir a un presidente nacionalista y proteccionista, Lech Kaczysnki, y dos grupos extremos ingresaron al parlamento y al gabinete”. El papa Benito XVI acaba de descalificar –desde Auschwitz/Oswiecim- a uno de ellos, ultracatólico, por su prédica antisemita.

Por último, “la UE carece de un guía fuerte, indispensable para reinfundirle vigor. Parìs, Berlín, Roma y Londres viven entre desvelos electorales y económicos. Para los europeos que aún recuerdan la II guerra mundial –son cada vez menos-, la UE era un antídoto contra semejante pasado. Pero las nuevas generaciones no tienen una historia de la cual huir y tampoco entusiasmo por el futuro de unidad política y económica”.

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