jueves, 26 de diciembre de 2024

Se inicia la tregua. pero se complica la situación de Olmert

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Kofi Annan, secretario general de la ONU, anunció que Israel, Líbano y Hezbol-lá abren una tregua desde el lunes. Mientras se apacigua el sur libanés, surgen presiones para que renuncie el primer ministro y haya elecciones.

Finalmente, la ONU logró abrir el camino a una fuerza de paz, previo cese de fuego y retiro de ambos contendientes. Pero, no obstante, la ofensiva proseguía y los israelíes hasta atacaron un convoy de asistencia. A criterio de analistas europeos, continúa empero la puja entre sectores duros y blandos en la interna judía. Inclusive, se sospecha que algunos mandos no querían acatar la tregua hasta haber alcanzado el sur de Beirut, si bien crece en Israel la resistencia a continuar con la aventura y se hunde el mito de los “militares invencibles”.

El martes, Tel Aviv desplazó a quien comandaba la campaña en Líbano. Desde ahora, el general Moshé Kaplinski reemplaza a Udí Adam. El miércoles, anunciaron una megaofensiva que luego se diluyó, en espera de las negociaciones del fin de semana.

Israel, en un cambio relevante, se mostraba el viernes dispuesta a discutir una propuesta del gobierno libanés (algo que irritaba a muchos analistas vinculados con el Pentágono, dentro y fuera de Estados Unidos). El sábado se anunció la tregua, aunque no cesaba la lucha.

De un modo u otro, culminaba un complicado proceso. Hace una semana, el gabinete israelí parecía desechar toda salida diplomática y anunciaba que sus fuerzas tendrían carta blanca hasta el río Litaní. Días después, empero, el jefe de estado mayor, general Dan Haluts, informaba que Kaplinski substituiría a Adam (hombre de su confianza) en el comando norte “por todo cuanto dure esta guerra”. Era un plazo implícito, en tanto afloran divergencias entre altos mandos y el gabinete.

Haluts, oficial de aeronáutica, ha sido criticado por ampliar la campaña aérea, causando tragedias pero sin perturbar los ataques enemigos con proyectiles. Acaba, entonces, de ceder autoridad en lo atinente a conducir la guerra. Como es obvio, eso implica severas objeciones al desempeño militar en las últimas semanas. En Washington, George W.Bush obviamente no quería seguir siendo operador político de Israel, pero intentaba usar el frustrado ataque múltiple a aviones comerciales –atribuido oficialmente a Al Qa’eda por Pakistán y Estados Unidos- para “hacer más potable” el belicismo de Tel Aviv.

El significado de estas movidas no era claro. Lo único obvio es que los judíos han salido de la fase triunfalista para ingresar a otra, más realista, sembrada de dudas. Ni siquiera el síndrome de pueblo elegido parece funcionar como antes.

Según afirman expertos allegados al Pentágono, Hezbol-lá tampoco tenía muchas opciones en esta etapa. En el sur, estaba comprometida con una forma estática de defensa que maneja bien. En el Beka’a, podría resistir, tentar a los israelíes para meterse en una trampa estilo Afganistán o Vietnam o, simplemente, retirarse a Siria para lamer las heridas y rearmarse. Ni siquiera Irán parecía convencido de esas alternativas.

Continúan las incertidumbres. Tel Aviv está sufriendo cambios no deseados, aunque algunos analistas lo duden. Sea como fuere, a Olmert ya no le quedaba espacio de maniobra en la estrategia seguida hasta el jueves, tan poco efectiva como sus gestos políticos. La propia interna israelí impone hoy límites inimaginables hasta hace una semana.

En medio de tantas idas y vueltas, el viernes el gabinete aprobaba la ampliación de la ofensiva en Líbano, hasta Beirut. En apariencia, nueve ministros dijeron sí y sólo tres no pero, entre bambalinas, la mayoría estaba contra el plan. Sólo que tuvieron miedo de sacar a luz la creciente brecha entre los militares y buena parte del gobierno. El primer ministro es virtual operador de Amir Pérets (defensa), en tanto los objetores están encabezados por Tsipí Livní (la canciller) y el estado mayor.

Finalmente, la ONU logró abrir el camino a una fuerza de paz, previo cese de fuego y retiro de ambos contendientes. Pero, no obstante, la ofensiva proseguía y los israelíes hasta atacaron un convoy de asistencia. A criterio de analistas europeos, continúa empero la puja entre sectores duros y blandos en la interna judía. Inclusive, se sospecha que algunos mandos no querían acatar la tregua hasta haber alcanzado el sur de Beirut, si bien crece en Israel la resistencia a continuar con la aventura y se hunde el mito de los “militares invencibles”.

El martes, Tel Aviv desplazó a quien comandaba la campaña en Líbano. Desde ahora, el general Moshé Kaplinski reemplaza a Udí Adam. El miércoles, anunciaron una megaofensiva que luego se diluyó, en espera de las negociaciones del fin de semana.

Israel, en un cambio relevante, se mostraba el viernes dispuesta a discutir una propuesta del gobierno libanés (algo que irritaba a muchos analistas vinculados con el Pentágono, dentro y fuera de Estados Unidos). El sábado se anunció la tregua, aunque no cesaba la lucha.

De un modo u otro, culminaba un complicado proceso. Hace una semana, el gabinete israelí parecía desechar toda salida diplomática y anunciaba que sus fuerzas tendrían carta blanca hasta el río Litaní. Días después, empero, el jefe de estado mayor, general Dan Haluts, informaba que Kaplinski substituiría a Adam (hombre de su confianza) en el comando norte “por todo cuanto dure esta guerra”. Era un plazo implícito, en tanto afloran divergencias entre altos mandos y el gabinete.

Haluts, oficial de aeronáutica, ha sido criticado por ampliar la campaña aérea, causando tragedias pero sin perturbar los ataques enemigos con proyectiles. Acaba, entonces, de ceder autoridad en lo atinente a conducir la guerra. Como es obvio, eso implica severas objeciones al desempeño militar en las últimas semanas. En Washington, George W.Bush obviamente no quería seguir siendo operador político de Israel, pero intentaba usar el frustrado ataque múltiple a aviones comerciales –atribuido oficialmente a Al Qa’eda por Pakistán y Estados Unidos- para “hacer más potable” el belicismo de Tel Aviv.

El significado de estas movidas no era claro. Lo único obvio es que los judíos han salido de la fase triunfalista para ingresar a otra, más realista, sembrada de dudas. Ni siquiera el síndrome de pueblo elegido parece funcionar como antes.

Según afirman expertos allegados al Pentágono, Hezbol-lá tampoco tenía muchas opciones en esta etapa. En el sur, estaba comprometida con una forma estática de defensa que maneja bien. En el Beka’a, podría resistir, tentar a los israelíes para meterse en una trampa estilo Afganistán o Vietnam o, simplemente, retirarse a Siria para lamer las heridas y rearmarse. Ni siquiera Irán parecía convencido de esas alternativas.

Continúan las incertidumbres. Tel Aviv está sufriendo cambios no deseados, aunque algunos analistas lo duden. Sea como fuere, a Olmert ya no le quedaba espacio de maniobra en la estrategia seguida hasta el jueves, tan poco efectiva como sus gestos políticos. La propia interna israelí impone hoy límites inimaginables hasta hace una semana.

En medio de tantas idas y vueltas, el viernes el gabinete aprobaba la ampliación de la ofensiva en Líbano, hasta Beirut. En apariencia, nueve ministros dijeron sí y sólo tres no pero, entre bambalinas, la mayoría estaba contra el plan. Sólo que tuvieron miedo de sacar a luz la creciente brecha entre los militares y buena parte del gobierno. El primer ministro es virtual operador de Amir Pérets (defensa), en tanto los objetores están encabezados por Tsipí Livní (la canciller) y el estado mayor.

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