Se fue Mahathir, el autócrata que modernizó Malasia

A los 77 años y con 22 de gestión, Mahathir Mohamad se retira dejando un estado islámico modernizado. Célebre por sus andanadas contra el FMI, Occidente y los judíos, tiene como sucesor a un moderado, Abdullah Badawi (63).

3 noviembre, 2003

Durante una tenida de duración récord en el área, logró
cohesionar una mayoría islámica (malaya) y tres fuertes minorías:
china -en esencia, confuciana-, hindú y budista (tai). Al revés
del filipino Marcos o los indonesios Sukarno y Suharto, se marchó en paz.

Mahathir quebró la dependencia de productos primarios (estaño,
caucho, aceite de palma) y convirtió la economía en exportadora
de valor agregado. Así, Malasia vende la mayoría de computadoras
portátiles Dell y procesadores Intel que circulan en el mundo.

“Ha sido una transformación notable”, señala Joseph
Stiglitz, Nobel económico 2001, hoy en Columbia. “El país
captó inversión externa directa, incorporó tecnologías
y hoy ayuda a otras economías en desarrollo. Es una alternativa al extremismo
maniqueo que se ve por tantos lados”.

La sucesión no será fácil porque, entre otros problemas,
afronta la creciente religiosidad en la mayoría musulmana. Sin embargo,
“con una población de 23 millones, manejable, Malasia puede eventualmente
compatibilizar Islam y modernización”, cree Karim Raslan, abogado
y analista político recibido en Cambridge.

“Para quienes provienen del iluminismo europeo, la religiosidad suele
ser molesta. Nuestra realidad es distinta, si bien es factible que el diálogo
político lime contradicciones. En verdad, el Corán no se opone
necesariamente a la modernización económica ni a la democracia”.
Pero existe un peligro típico del Islam posterior al siglo XIII: la unión
entre estado y mezquita.

Desde la perspectiva occidental, los denuestos de Mahathir contra los judíos
eran alarmantes y generaron fuertes reprimendas de George W. Bush. Pero, justamente
mientras el autócrata se retiraba, una amplia compulsa hecha por dos
firmas líderes en la Unión Europea mostró que 56% de los
encuestados ve al Israel de Sharon como la mayor amenaza a la paz en Levante…

Naturalmente, las diatribas cumplían propósitos internos y, de
paso, le daban a Mahathir el centimetraje que solía monopolizar otro
autócrata, Lee Kwan Yew, señor de Singapur. “Criticando a
los judíos, el ex primer ministro también sacaba patente de musulmán”,
explica Jomo Sundram, un opositor que enseña economía aplicada
en la universidad nacional.

En realidad, los ataques más duros de su despedida fueron contra los
líderes (ulemas) islámicos. Los acusó de no adaptarse a
los tiempos. “El antijudaísmo era una forma de parecer más
musulmán. Sus credenciales religiosas -apunta Sundram- eran débiles,
justamente por tantos años de críticas a los ulemas. Además,
su rival de Singapur -ciudad originalmente parte de Malasia- tiene imagen pro
israelí”.

Badawi ofrece una imagen menos polémica y probablemente no se dedique
a atacar judíos. En parte, porque el nuevo “premier” proviene
de una universidad islámica y tiene buena comunicación con los
líderes religiosos.

En lo económico, seguramente mantendrá la fórmula de Mahathir:
inversión externa directa, sectores tecnológicos y aprovechamiento
de recursos naturales. Hereda un PBI que crecerá 4,5% este año,
superado sólo por el de Tailandia en la región.

Por cierto, el ex jefe de gobierno cosechó rédito en el exterior
al rechazo a las recetas del FMI -tan rígidas como contraproducentes-
en plena crisis sistémica de 1997/8. Años después, Argentina
haría lo mismo, aunque sin los componentes pro desarrollo que muestra
Malasia.

Como recuerdan Stiglitz y Héctor W. Valle, “la política
de tasas bajas y trabas a la salida de capitales especulativos fue censurada
por la ortodoxia financiera. Pero el impacto de la crisis fue más suave
y menos duradero que en otras economías castigadas”, observa el
primero en “Globalización y descontentos”.

Actualmente, Malasia tiene un grado de estabilidad poco frecuente, tras timonear
la crisis sin perder confianza en sí misma. Al abrirse a las tecnologías,
además, el país superó la maldición de los subdesarrollados:
la excesiva dependencia de recursos naturales y sectores primarios (nuevo contraste
con Argentina). Como ocurre en el resto de Asia oriental, sudoriental y meridional,
nadie se plantea el dilema “acero o caramelos”.

En lo político y social, el balance no es tan positivo. Varios observadores
se preguntan si Badawi escuchará a Human Rights Watch y suavizará
la estricta censura sobre los medios. En este plano, Washington no abre la boca,
pues la Casa Blanca va en vía de seguir el ejemplo de Mahathir.

Sea como fuere, el sucesor preservará sus lazos con Bush, forjados inmediatamente
tras el ataque a las Torres Gemelas. Kuala Lumpur pasó a Estados Unidos
datos de inteligencia que ayudaron a arrestar sospechosos de terrorismo. “Para
Washington -subraya Sundram-., Malasia es un aliado bastante menos embarazoso
que Pakistán o Saudiarabia”,

Durante una tenida de duración récord en el área, logró
cohesionar una mayoría islámica (malaya) y tres fuertes minorías:
china -en esencia, confuciana-, hindú y budista (tai). Al revés
del filipino Marcos o los indonesios Sukarno y Suharto, se marchó en paz.

Mahathir quebró la dependencia de productos primarios (estaño,
caucho, aceite de palma) y convirtió la economía en exportadora
de valor agregado. Así, Malasia vende la mayoría de computadoras
portátiles Dell y procesadores Intel que circulan en el mundo.

“Ha sido una transformación notable”, señala Joseph
Stiglitz, Nobel económico 2001, hoy en Columbia. “El país
captó inversión externa directa, incorporó tecnologías
y hoy ayuda a otras economías en desarrollo. Es una alternativa al extremismo
maniqueo que se ve por tantos lados”.

La sucesión no será fácil porque, entre otros problemas,
afronta la creciente religiosidad en la mayoría musulmana. Sin embargo,
“con una población de 23 millones, manejable, Malasia puede eventualmente
compatibilizar Islam y modernización”, cree Karim Raslan, abogado
y analista político recibido en Cambridge.

“Para quienes provienen del iluminismo europeo, la religiosidad suele
ser molesta. Nuestra realidad es distinta, si bien es factible que el diálogo
político lime contradicciones. En verdad, el Corán no se opone
necesariamente a la modernización económica ni a la democracia”.
Pero existe un peligro típico del Islam posterior al siglo XIII: la unión
entre estado y mezquita.

Desde la perspectiva occidental, los denuestos de Mahathir contra los judíos
eran alarmantes y generaron fuertes reprimendas de George W. Bush. Pero, justamente
mientras el autócrata se retiraba, una amplia compulsa hecha por dos
firmas líderes en la Unión Europea mostró que 56% de los
encuestados ve al Israel de Sharon como la mayor amenaza a la paz en Levante…

Naturalmente, las diatribas cumplían propósitos internos y, de
paso, le daban a Mahathir el centimetraje que solía monopolizar otro
autócrata, Lee Kwan Yew, señor de Singapur. “Criticando a
los judíos, el ex primer ministro también sacaba patente de musulmán”,
explica Jomo Sundram, un opositor que enseña economía aplicada
en la universidad nacional.

En realidad, los ataques más duros de su despedida fueron contra los
líderes (ulemas) islámicos. Los acusó de no adaptarse a
los tiempos. “El antijudaísmo era una forma de parecer más
musulmán. Sus credenciales religiosas -apunta Sundram- eran débiles,
justamente por tantos años de críticas a los ulemas. Además,
su rival de Singapur -ciudad originalmente parte de Malasia- tiene imagen pro
israelí”.

Badawi ofrece una imagen menos polémica y probablemente no se dedique
a atacar judíos. En parte, porque el nuevo “premier” proviene
de una universidad islámica y tiene buena comunicación con los
líderes religiosos.

En lo económico, seguramente mantendrá la fórmula de Mahathir:
inversión externa directa, sectores tecnológicos y aprovechamiento
de recursos naturales. Hereda un PBI que crecerá 4,5% este año,
superado sólo por el de Tailandia en la región.

Por cierto, el ex jefe de gobierno cosechó rédito en el exterior
al rechazo a las recetas del FMI -tan rígidas como contraproducentes-
en plena crisis sistémica de 1997/8. Años después, Argentina
haría lo mismo, aunque sin los componentes pro desarrollo que muestra
Malasia.

Como recuerdan Stiglitz y Héctor W. Valle, “la política
de tasas bajas y trabas a la salida de capitales especulativos fue censurada
por la ortodoxia financiera. Pero el impacto de la crisis fue más suave
y menos duradero que en otras economías castigadas”, observa el
primero en “Globalización y descontentos”.

Actualmente, Malasia tiene un grado de estabilidad poco frecuente, tras timonear
la crisis sin perder confianza en sí misma. Al abrirse a las tecnologías,
además, el país superó la maldición de los subdesarrollados:
la excesiva dependencia de recursos naturales y sectores primarios (nuevo contraste
con Argentina). Como ocurre en el resto de Asia oriental, sudoriental y meridional,
nadie se plantea el dilema “acero o caramelos”.

En lo político y social, el balance no es tan positivo. Varios observadores
se preguntan si Badawi escuchará a Human Rights Watch y suavizará
la estricta censura sobre los medios. En este plano, Washington no abre la boca,
pues la Casa Blanca va en vía de seguir el ejemplo de Mahathir.

Sea como fuere, el sucesor preservará sus lazos con Bush, forjados inmediatamente
tras el ataque a las Torres Gemelas. Kuala Lumpur pasó a Estados Unidos
datos de inteligencia que ayudaron a arrestar sospechosos de terrorismo. “Para
Washington -subraya Sundram-., Malasia es un aliado bastante menos embarazoso
que Pakistán o Saudiarabia”,

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