<p>El líder en la materia gasta unos dos millones diarios en investigaciones tendientes –se dice- a mejorar la obra de la naturaleza. Por ende, se ubica como actor clave en la lucha contra el hambre; le guste o no. Esta multinacional y los chacareros europeos representan dos extremos de un debate cada día más agrio sobre el futuro alimentario del planeta.<br />
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Sin duda, todos quieren reducir el hambre. Pero el camino para hacerlo coloca a los ambientalistas virtualmente contra quienes tratan de combatir el déficit productivo, a las grandes empresas contra el consumidor o a países ricos contra pobres. Esta pelea, agudizada por imperio de la recesión occidental, no impide que las partes estén de acuerdo en un punto: si no se actúa con celeridad vía intervenciones colectivas de largo aliento, el hambre crecerá exponencialmente.<br />
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En efecto, la mezcla de déficit alimentario y crisis sistémica ha elevado a más de mil millones la población mundial en riesgo de hambrunas. La organización para la alimentación y el agro (FAO, Naciones Unidas) prescribe que la producción rural debe subir 70% durante lapso 2010/49. La masa a alimentar añadirá 2.300 millones en cuatro décadas. <br />
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Esta clase de realidades serán abordadas en Roma por una reunión cumbre de la FAO, a realizarse la semana próxima con el lema”seguridad alimentaria”. Todo un eufemismo en una entidad cuyos técnicos ganan cada uno un sueldo suficiente para mantener familias enteras en los países. Como siempre, se escucharán argumentos opuestos sobre cómo afrontar el problema. En particular, habrá duras disputas en cuanto a importancia de la ciencia versus reformas socioeconómicas en favor de agricultores capaces de mejorar cosechas sin apelar a la biotecnología.<br />
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En rigor, Europa occidental, el sudeste asiático y parte de Latinoamérica ya van alejándose de las pequeñas chacras, en favor de unidades económicamente más rentables. Pero algunos países en teoría desarrollados –Italia es uno- retienen una agricultura centrada en lo familiar para producir desde aceitunas o frutas hasta quesos. No emplean nada químico y ni siquiera fertilizantes, pesticidas o herbicidas naturales.<br />
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Esta escuela sostiene que sus explotaciones son ecológicamente sostenibles. Ha recortado costos, pues, eliminando productos comerciales caros y limitando en lo posible el uso de maquinaria. Este tipo de actividad rural, por cierto, podría aplicarse al África subsahariana, Asia meridional y áreas de Latinoamérica. Sin embargo, en el resto del mundo la carrera van ganándola las semillas de Monsanto y compañías similares. Irónicamente, los alimentos orgánicos o naturales reinan en caros restaurantes y almacenes para “gourmets”.</p>
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Puja entre los alimentos naturales y los genéticos
En Europa occidental, los yuyos perjudican sembradíos de arroz o maíz. Sus dueños desechan todo cuanto no sea ecológico. Unos 7.500 kilómetros al oeste, científicos y técnicos de Monsanto hacen al revés: crean semillas biológicamente modificadas.