Prat Gay explica cómo se equivocaron tantos analistas

A fin de 2002, gurúes locales y analistas del exterior no veían factible reparar el maltrecho sistema financiero argentino. A menos de dos años, los bancos están líquidos, grandes pérdidas truecan en moderadas ganancias y repunta el crédito.

14 septiembre, 2004

Ésa es la visión de Alfonso Prat Gay, presidente del Banco Central, en un artículo que firma hoy (martes 14) en el “Financial Times”. Si bien algunos conceptos son opinables, el sólo hecho de salir en uno de los periódicos económicos líderes del mundo le da trascendencia.

En realidad, sostiene el alto funcionario, “el ritmo de recuperación en préstamos al sector privado es el mayor en una década”. De todos modos, para dejar definitivamente atrás la crisis de 2001/2, la banca “debe apresurarse a cambiar de la liquidez al crédito, como motor de la recuperación. Sólo un sistema sano puede hacerlo y asegurar un crecimiento autosostenido. Al respecto, existen evidencias de que la estrategia del BC funciona”.

A principios de 2003, por supuesto, “había buenas razones para el escepticismo y hasta para el pesimismo. Casi tres cuartos de los depósitos estaban congelados, la red carecía de normas fiduciarias adecuadas, no había recursos público ni privados para reconstruir la base de capital tras la crisis del sistema y su deudor máximo –el gobierno federal- acumulaba atrasos con el Banco Mundial”.

Apoyándose en experiencias exitosas en el exterior, “casi todos los analistas recomendaban terapias de choque. Por el contrario, nuestra opinión era y es que no eran necesarias ni factibles. En esencia, porque el sistema se había achicado durante la larga astringencia crediticia previa a la crisis. La reducción o eliminación de entidades, durante el cimbronazo posterior al Tequila (México, mediados de los 90), alcanzó toda Latinoamérica”.

En Argentina, la honda recesión originada en la excesiva rigidez de la convertibilidad y la errónea gestión fiscal, sumada a la crisis sistémica internacional de 1997/8, “acentuó la contracción bancaria entre 1998 y 2002. En ese lapso, disminuyeron 10% el número de sucursales y los sueldos abonados. Una terapia de choque era imposible”.

Por otra parte, “los fondos públicos son muy escasos cuando la relación entre deuda soberana y producto bruto interno está por encima de 100%. Ninguna de las situaciones tomadas como referencias por quienes sugerían terapias de choque era comparable”. Además, los flujos iban en dirección contraria: “desde que el peso dejó de estar atado al dólar, Argentina ha hecho pagos netos por más de US$ 3.000 millones al Fondo Monetario Internacional. Por el contrario, ese organismo hizo desembolsos netos medios de US$ 6.000 millones anuales a cada país golpeado por una crisis, desde la mexicana de 1994”.

Más aún, “mientras México recibía asistencia externa por US$ 50.000 millones para capear sucesivas crisis, Argentina –sumida en una peor- ha hecho pagos netos por más de US$ 8.000 millones a instituciones multilaterales de crédito desde principios de 2002 al presente”. Ante semejante emergencia, Argentina prefirió enfocarse en el futuro, no en el pasado del sistema financiero, donde había potencial de recuperación”.

Por de pronto, “el crédito bancario al sector privado representa apenas 8% del PBI y las entidades necesitaban un conjunto apropiado de normas para afrontar pérdidas derivadas de la crisis. También era preciso inducirlas a evaluar la solvencia del prestatario por futuros flujos de caja, no por sus experiencias durante la crisis”.

En otro plano, “el sistema no debiera discriminar –como sigue haciéndolo, detalle omitido por Prat Gay- contra familias y pequeñas empresas. Eso entraña eliminar restricciones fiduciarias excesivas y liberar el potencial de los bancos para reconstruir sus bases de capital partiendo de resultados no asignados”.

Al cabo, “una perceptible reactivación y las menores tasas reales en muchos años iniciaron una reacción en el sistema financiero. En escala nacional, los superávit fiscales superaron todas las expectativas” (empezando por las de gurúes y usinas estadigráficas). Como subraya el presidente del BC, “también mejoraba la calificación de los bonos de deuda soberanos, a los cuales están expuestos los bancos. En tanto, superávit locales permitieron a las provincias empezar a recapitalizar sus bancos públicos, otrora el talón de Aquiles del sistema financiero argentino”.

Hace un año, recuerda Prat Gay, Kenneth Rogoff -entonces analista jefe del FMI- se refirió en Dubái a la incipiente recuperación del crecimiento global. Sin adherir al optimismo fácil imperante en algunos círculos, el experto la definió como “lo mejor que se podía conseguir por plata”. Después, en el FMI, el BM y la Reserva Federal hubo varios debates sobre si la recuperación alcanza para suprimir estímulos monetarios y fiscales. “Ésa es una prueba que no precisa afrontar la banca argentina –sostiene Prat Gay-, cuya reactivación se ha logrado casi sin plata”.

Ésa es la visión de Alfonso Prat Gay, presidente del Banco Central, en un artículo que firma hoy (martes 14) en el “Financial Times”. Si bien algunos conceptos son opinables, el sólo hecho de salir en uno de los periódicos económicos líderes del mundo le da trascendencia.

En realidad, sostiene el alto funcionario, “el ritmo de recuperación en préstamos al sector privado es el mayor en una década”. De todos modos, para dejar definitivamente atrás la crisis de 2001/2, la banca “debe apresurarse a cambiar de la liquidez al crédito, como motor de la recuperación. Sólo un sistema sano puede hacerlo y asegurar un crecimiento autosostenido. Al respecto, existen evidencias de que la estrategia del BC funciona”.

A principios de 2003, por supuesto, “había buenas razones para el escepticismo y hasta para el pesimismo. Casi tres cuartos de los depósitos estaban congelados, la red carecía de normas fiduciarias adecuadas, no había recursos público ni privados para reconstruir la base de capital tras la crisis del sistema y su deudor máximo –el gobierno federal- acumulaba atrasos con el Banco Mundial”.

Apoyándose en experiencias exitosas en el exterior, “casi todos los analistas recomendaban terapias de choque. Por el contrario, nuestra opinión era y es que no eran necesarias ni factibles. En esencia, porque el sistema se había achicado durante la larga astringencia crediticia previa a la crisis. La reducción o eliminación de entidades, durante el cimbronazo posterior al Tequila (México, mediados de los 90), alcanzó toda Latinoamérica”.

En Argentina, la honda recesión originada en la excesiva rigidez de la convertibilidad y la errónea gestión fiscal, sumada a la crisis sistémica internacional de 1997/8, “acentuó la contracción bancaria entre 1998 y 2002. En ese lapso, disminuyeron 10% el número de sucursales y los sueldos abonados. Una terapia de choque era imposible”.

Por otra parte, “los fondos públicos son muy escasos cuando la relación entre deuda soberana y producto bruto interno está por encima de 100%. Ninguna de las situaciones tomadas como referencias por quienes sugerían terapias de choque era comparable”. Además, los flujos iban en dirección contraria: “desde que el peso dejó de estar atado al dólar, Argentina ha hecho pagos netos por más de US$ 3.000 millones al Fondo Monetario Internacional. Por el contrario, ese organismo hizo desembolsos netos medios de US$ 6.000 millones anuales a cada país golpeado por una crisis, desde la mexicana de 1994”.

Más aún, “mientras México recibía asistencia externa por US$ 50.000 millones para capear sucesivas crisis, Argentina –sumida en una peor- ha hecho pagos netos por más de US$ 8.000 millones a instituciones multilaterales de crédito desde principios de 2002 al presente”. Ante semejante emergencia, Argentina prefirió enfocarse en el futuro, no en el pasado del sistema financiero, donde había potencial de recuperación”.

Por de pronto, “el crédito bancario al sector privado representa apenas 8% del PBI y las entidades necesitaban un conjunto apropiado de normas para afrontar pérdidas derivadas de la crisis. También era preciso inducirlas a evaluar la solvencia del prestatario por futuros flujos de caja, no por sus experiencias durante la crisis”.

En otro plano, “el sistema no debiera discriminar –como sigue haciéndolo, detalle omitido por Prat Gay- contra familias y pequeñas empresas. Eso entraña eliminar restricciones fiduciarias excesivas y liberar el potencial de los bancos para reconstruir sus bases de capital partiendo de resultados no asignados”.

Al cabo, “una perceptible reactivación y las menores tasas reales en muchos años iniciaron una reacción en el sistema financiero. En escala nacional, los superávit fiscales superaron todas las expectativas” (empezando por las de gurúes y usinas estadigráficas). Como subraya el presidente del BC, “también mejoraba la calificación de los bonos de deuda soberanos, a los cuales están expuestos los bancos. En tanto, superávit locales permitieron a las provincias empezar a recapitalizar sus bancos públicos, otrora el talón de Aquiles del sistema financiero argentino”.

Hace un año, recuerda Prat Gay, Kenneth Rogoff -entonces analista jefe del FMI- se refirió en Dubái a la incipiente recuperación del crecimiento global. Sin adherir al optimismo fácil imperante en algunos círculos, el experto la definió como “lo mejor que se podía conseguir por plata”. Después, en el FMI, el BM y la Reserva Federal hubo varios debates sobre si la recuperación alcanza para suprimir estímulos monetarios y fiscales. “Ésa es una prueba que no precisa afrontar la banca argentina –sostiene Prat Gay-, cuya reactivación se ha logrado casi sin plata”.

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