Pentágono: China quiere sacar a EE.UU. del Pacífico occidental

Defensa difundió el informe anual sobre China y sus fines bélicos. A su juicio –compartido por George Friedman y otros analistas conservadores-, ese país busca desarrollar capacidad ofensiva en sus mares contiguos.

2 junio, 2006

Meses atrás, mientras George W.Bush visitaba Beijing, Robert Kaplan –otro vocero informal del Pentágono- postulaba una guerra global entre fuerzas chinas y norteamericanas. “La competencia económica se agudiza, mientras se vislumbran presiones militares de ambos lados y puede temerse una guerra nuclear”. Así afirmaba este “extremista”, aludiendo a las espectaculares maniobras recientes entre fuerzas chinas y rusas en el mar Amarillo (al respecto, sacó un extenso trabajo en “Atlantic Monthly”. A su criterio, “la política norteamericana simula empeñarse en democratizar Levante, pero sus verdaderas preocupaciones estratégicas se cifran en el Pacífico occidental. El escenario es una eventual una lucha por ese espacio. Así lo ven juegos de guerra habituales en Washington”.

Por lo mismo, hay en EE.UU. 150 vietnamitas entrenándose, porque Saigón cree que será el primer objetivo de Beijing. Eso no es nuevo: Vietnam fue durante siglos tributario del viejo imperio y sus herederos nunca han renunciado a reivindicaciones territoriales. También lo fueron toda Corea, media Birmania, Nepal, Bhután, Assam, Ladaj, etc. “Hasta el presente –subraya Friedman- no ha habido fuerzas de mar capaces de amenazar a EE.UU. Esta situación puede cambiar rápidamente.”

Ahora bien, ambos futurólogos quizá lo ignoren, pero están repitiendo ideas del difunto Hermann Kahn , el “doctor No” de Woody Allen, y su instituto Hudson. Hace treinta y cinco años profetizaba, correctamente, que “el sistema norteamericano de alianzas irá perdiendo utilidad”. Mucho después, Kaplan agrega: “Las guerras en la ex Yugoslavia (1992-99), la invasión a Irak y el actual caso de Irán han puesto en evidencia el colapso interno de la OTAN”. Dejando de lado la “derrota emblemática en Vietnam o el papelón en Somalía, “esa alianza demostró su quiebra en Afganistán y la confirmó en Irak”, En la próxima fase, peligrará el comando norteamericano del Pacífico (PaCom), cuya jurisdicción llega hasta Australia y Nueva Zelanda, dos virtuales satélites.

Kaplan y Friedman citan a Michael Vickers (Centro de evaluaciones presupuestarias y estratégicas, Washington DC), en cuya opinión “una guerra contra China será inevitable. El problema será cómo salir. Según un estudio reservado del Pentágono, para lograrlo será preciso reducir drásticamente la capacidad militar y económica del enemigo, amenazar sus fuentes de energía y agua, mientras se busca el colapso del Partido Comunista como aparato de gobierno”.Casi nada.

Estos “doctores No” olvidan que resulta imposible ocupar siquiera las principales ciudades de un país con 9.600.000 km2 y 1.300 millones de habitantes. Sólo los mongoles lo consiguieron en el siglo XIII, pero a costa de chinificarse y abandonar sus tierras patrias. Volviendo a Friedman, “en los decenios venideros, China destinará cada vez recursos al gasto bélico. Lo único realista es que EE.UU. haga lo mismo. Debe tenerse en cuenta que, a diferencia de la perimida Unión Soviética, China tiene tanto poder blando como duro. Su peculiar mezcla de autoritarismo y economía de mercado (pero no libre) está siendo ya imitada por Vladyímir Putin”

El analista apunta algo que Bush persiste en ignorar: “la democracia resulta entendible o deseable –decía en 1982 Henry Kissinger- en las economías centrales”. Eso explica la proliferación de tropas en Uzbekistán, Afganistán, Tadyikistán, Pakistán, Singapur, Tailandia, Filipinas, Malasia, Japón, Surcorea y Australia. Salvo los últimos tres, ninguno es ejemplo de democracia real.

Otro experto allegado a la inteligencia militar, Mark Helprin, reitera la idea de que “empeñarse en democratizar oriente medio es una pérdida de tiempo. Mientras tanto, China recoge los frutos de una política que responde a sus propios intereses. Como hacían el Imperio Británico hasta 1932 o EE.UU. durante la guerra fría”. Este realismo queda en parte neutralizado por el fundamentalismo neoconservador de esos analistas, en general afines a Israel. Sus profecías, amén de contradictorias, trasuntan desconocimiento de la historia: Roma, ese modelo favorito del neoimperialismo norteamericano, cayó cuando no tenía rivales militares serios. Pero sí un desbarajuste económico y financiero de órdago –originado en crecientes gastos bélicos y corrupción-, parecido al del actual EE.UU. Falta sabe qué adversario interno cumplirá el papel de la Iglesia cristiana que, en los siglos III a V, fue vampirizando al estado universal helenístico.

Volviendo al imaginario proyecto chino que describe Friedman, algunos insumos provendrán de Rusia. Por supuesto, la meta atribuida a Beijing es desarrollar armas armas capaces de alcanzar Guam o las isla Marianas, que albergan la mayor base de la VII flota. No importa tanto si este proyecto está o no en marcha, sino que el Pentágono y buena parte de la comunidad norteamericana de inteligencia –pero no la secretaría de Estado ni el MI6 británico- lo creen cierto.

Para Friedman y Kaplan, las razones de tanta inquietud son obvias, Desde la II guerra mundial, Estados Unidos ha dominado los mares. La Unión Soviética tenía una flota relativamente chica, porque era un potencia continental desde el siglo XVII. Por ende, el poder la flota norteamericana es tal que, por hoy, ninguna alianza opositora podría afrontarlo. Por supuesto, la marina no puede estar en todos lado al mismo tiempo, pero sí estar en algunos; por tanto, EE.UU. puede invadir cualquier país con litoral marítimo. Independiente de lo que suceda en la posterior ocupación que, según se ve en Irak o se vio en Vietnam y Somalía, puede fracasar en toda la línea.

Sin duda, los soviéticos entendían el poder naval y, en caso de guerra en Europa occidental, Washington debería transportar fuerzas masivas cruzando el Atlántico norte. Si Moscú cortaba esa línea, Europa occidental quedaba aislada. Naturalmente, los rusos tenían ambiciosos planes de construcción naval, pero eran enormemente caros: no se podía financiarlos y, al mismo tiempo, mantener fuerza terrestres para proteger su periferia al este, el sur y el oeste.

En cambio, los soviéticos optaron por submarinos y cazabombarderos munidos de proyectiles nucleares y tácticos. Su objeto: poder lanzar ataques por la brecha Gran Bretaña-Islandia-Groelandia. Esa guerra nunca pasó, pero ahora –supone el Pentágono- China toma el modelo soviético. Sin duda, porque no estará en condiciones de desafiar a la VII flota, por lo menos hasta los años 20. No es cuestión sólo de fondos o tecnología, sino de experiencia: EE.UU. opera portaviones gigantescos desde antes de la II guerra, pero China no lo hace nada parecido desde que, en 1895, fuera derrotada por Japón.

Por otra parte, Beijing no tiene interés –sostienen los analistas del Pentágono-en desplazar a Washington de todo el Pacífico, sino sólo del occidental. Esta estrategia le plantea un problema a EE.UU., pues una flota ofensiva es más barata que una protectora. De ahí que los militares y sus contratistas, siempre en pos de fantasmas o buenos negocios, vislumbren, como Friedman, “severas amenazas a nuestros intereses geopolíticos”.

OK, pero ¿por qué China encararía planes de ese tipo? Simple: “desde 1985 va convirtiéndose en potencia económica, por lo cual depende comercialmente de los mares que la rodena por el este y el sur, controlados por la VII flota”. Si la pesadilla del Pentágono es perder libre acceso al Pacífico occidental, la de los chinos es un bloqueo norteamericano. Conocen a EE.UU. y saben que, como Gran Bretaña en otro tiempo, su primera reacción a problemas políticos es dictar sanciones económicas, a menudo aplicadas por el poder naval.

Meses atrás, mientras George W.Bush visitaba Beijing, Robert Kaplan –otro vocero informal del Pentágono- postulaba una guerra global entre fuerzas chinas y norteamericanas. “La competencia económica se agudiza, mientras se vislumbran presiones militares de ambos lados y puede temerse una guerra nuclear”. Así afirmaba este “extremista”, aludiendo a las espectaculares maniobras recientes entre fuerzas chinas y rusas en el mar Amarillo (al respecto, sacó un extenso trabajo en “Atlantic Monthly”. A su criterio, “la política norteamericana simula empeñarse en democratizar Levante, pero sus verdaderas preocupaciones estratégicas se cifran en el Pacífico occidental. El escenario es una eventual una lucha por ese espacio. Así lo ven juegos de guerra habituales en Washington”.

Por lo mismo, hay en EE.UU. 150 vietnamitas entrenándose, porque Saigón cree que será el primer objetivo de Beijing. Eso no es nuevo: Vietnam fue durante siglos tributario del viejo imperio y sus herederos nunca han renunciado a reivindicaciones territoriales. También lo fueron toda Corea, media Birmania, Nepal, Bhután, Assam, Ladaj, etc. “Hasta el presente –subraya Friedman- no ha habido fuerzas de mar capaces de amenazar a EE.UU. Esta situación puede cambiar rápidamente.”

Ahora bien, ambos futurólogos quizá lo ignoren, pero están repitiendo ideas del difunto Hermann Kahn , el “doctor No” de Woody Allen, y su instituto Hudson. Hace treinta y cinco años profetizaba, correctamente, que “el sistema norteamericano de alianzas irá perdiendo utilidad”. Mucho después, Kaplan agrega: “Las guerras en la ex Yugoslavia (1992-99), la invasión a Irak y el actual caso de Irán han puesto en evidencia el colapso interno de la OTAN”. Dejando de lado la “derrota emblemática en Vietnam o el papelón en Somalía, “esa alianza demostró su quiebra en Afganistán y la confirmó en Irak”, En la próxima fase, peligrará el comando norteamericano del Pacífico (PaCom), cuya jurisdicción llega hasta Australia y Nueva Zelanda, dos virtuales satélites.

Kaplan y Friedman citan a Michael Vickers (Centro de evaluaciones presupuestarias y estratégicas, Washington DC), en cuya opinión “una guerra contra China será inevitable. El problema será cómo salir. Según un estudio reservado del Pentágono, para lograrlo será preciso reducir drásticamente la capacidad militar y económica del enemigo, amenazar sus fuentes de energía y agua, mientras se busca el colapso del Partido Comunista como aparato de gobierno”.Casi nada.

Estos “doctores No” olvidan que resulta imposible ocupar siquiera las principales ciudades de un país con 9.600.000 km2 y 1.300 millones de habitantes. Sólo los mongoles lo consiguieron en el siglo XIII, pero a costa de chinificarse y abandonar sus tierras patrias. Volviendo a Friedman, “en los decenios venideros, China destinará cada vez recursos al gasto bélico. Lo único realista es que EE.UU. haga lo mismo. Debe tenerse en cuenta que, a diferencia de la perimida Unión Soviética, China tiene tanto poder blando como duro. Su peculiar mezcla de autoritarismo y economía de mercado (pero no libre) está siendo ya imitada por Vladyímir Putin”

El analista apunta algo que Bush persiste en ignorar: “la democracia resulta entendible o deseable –decía en 1982 Henry Kissinger- en las economías centrales”. Eso explica la proliferación de tropas en Uzbekistán, Afganistán, Tadyikistán, Pakistán, Singapur, Tailandia, Filipinas, Malasia, Japón, Surcorea y Australia. Salvo los últimos tres, ninguno es ejemplo de democracia real.

Otro experto allegado a la inteligencia militar, Mark Helprin, reitera la idea de que “empeñarse en democratizar oriente medio es una pérdida de tiempo. Mientras tanto, China recoge los frutos de una política que responde a sus propios intereses. Como hacían el Imperio Británico hasta 1932 o EE.UU. durante la guerra fría”. Este realismo queda en parte neutralizado por el fundamentalismo neoconservador de esos analistas, en general afines a Israel. Sus profecías, amén de contradictorias, trasuntan desconocimiento de la historia: Roma, ese modelo favorito del neoimperialismo norteamericano, cayó cuando no tenía rivales militares serios. Pero sí un desbarajuste económico y financiero de órdago –originado en crecientes gastos bélicos y corrupción-, parecido al del actual EE.UU. Falta sabe qué adversario interno cumplirá el papel de la Iglesia cristiana que, en los siglos III a V, fue vampirizando al estado universal helenístico.

Volviendo al imaginario proyecto chino que describe Friedman, algunos insumos provendrán de Rusia. Por supuesto, la meta atribuida a Beijing es desarrollar armas armas capaces de alcanzar Guam o las isla Marianas, que albergan la mayor base de la VII flota. No importa tanto si este proyecto está o no en marcha, sino que el Pentágono y buena parte de la comunidad norteamericana de inteligencia –pero no la secretaría de Estado ni el MI6 británico- lo creen cierto.

Para Friedman y Kaplan, las razones de tanta inquietud son obvias, Desde la II guerra mundial, Estados Unidos ha dominado los mares. La Unión Soviética tenía una flota relativamente chica, porque era un potencia continental desde el siglo XVII. Por ende, el poder la flota norteamericana es tal que, por hoy, ninguna alianza opositora podría afrontarlo. Por supuesto, la marina no puede estar en todos lado al mismo tiempo, pero sí estar en algunos; por tanto, EE.UU. puede invadir cualquier país con litoral marítimo. Independiente de lo que suceda en la posterior ocupación que, según se ve en Irak o se vio en Vietnam y Somalía, puede fracasar en toda la línea.

Sin duda, los soviéticos entendían el poder naval y, en caso de guerra en Europa occidental, Washington debería transportar fuerzas masivas cruzando el Atlántico norte. Si Moscú cortaba esa línea, Europa occidental quedaba aislada. Naturalmente, los rusos tenían ambiciosos planes de construcción naval, pero eran enormemente caros: no se podía financiarlos y, al mismo tiempo, mantener fuerza terrestres para proteger su periferia al este, el sur y el oeste.

En cambio, los soviéticos optaron por submarinos y cazabombarderos munidos de proyectiles nucleares y tácticos. Su objeto: poder lanzar ataques por la brecha Gran Bretaña-Islandia-Groelandia. Esa guerra nunca pasó, pero ahora –supone el Pentágono- China toma el modelo soviético. Sin duda, porque no estará en condiciones de desafiar a la VII flota, por lo menos hasta los años 20. No es cuestión sólo de fondos o tecnología, sino de experiencia: EE.UU. opera portaviones gigantescos desde antes de la II guerra, pero China no lo hace nada parecido desde que, en 1895, fuera derrotada por Japón.

Por otra parte, Beijing no tiene interés –sostienen los analistas del Pentágono-en desplazar a Washington de todo el Pacífico, sino sólo del occidental. Esta estrategia le plantea un problema a EE.UU., pues una flota ofensiva es más barata que una protectora. De ahí que los militares y sus contratistas, siempre en pos de fantasmas o buenos negocios, vislumbren, como Friedman, “severas amenazas a nuestros intereses geopolíticos”.

OK, pero ¿por qué China encararía planes de ese tipo? Simple: “desde 1985 va convirtiéndose en potencia económica, por lo cual depende comercialmente de los mares que la rodena por el este y el sur, controlados por la VII flota”. Si la pesadilla del Pentágono es perder libre acceso al Pacífico occidental, la de los chinos es un bloqueo norteamericano. Conocen a EE.UU. y saben que, como Gran Bretaña en otro tiempo, su primera reacción a problemas políticos es dictar sanciones económicas, a menudo aplicadas por el poder naval.

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