Pensar Argentina: hay que entender el mundo

spot_img

Estamos empezando a transitar nuevas etapas de mediana o larga duración en la economía argentina, en la global y en las oportunidades que esta brindará a Sudamérica. En el plano global sobresalen tres rasgos. Por Juan José Llach (*)

El primero es la transición de China desde un crecimiento del 10% al 6%/7% y desde el liderazgo de las exportaciones y la inversión a un mayor protagonismo del consumo. El segundo es la gradual normalización de las políticas monetarias extraordinariamente expansivas que nos acompañan desde hace muchos años, sobre todo en los EE.UU y en el área euro. Los mercados anticiparon en demasía este cambio impulsando la apreciación del dólar y la consecuente caída de los commodities. Estos últimos también cayeron por aumentos de la oferta resultantes de muchos años de precios altos, por recientes súper cosechas de granos y por cierta manipulación del mercado petrolero.

El tercer rasgo de la nueva etapa global surge en parte de los dos anteriores y es que la gran mayoría de países emergentes también están en transición hacia un crecimiento menor, de entre 2 y 3 puntos anuales, cuya duración dependerá de las respuestas de políticas que dé cada país.

En este marco seguimos pensando que la Reserva Federal de los EEUU puede postergar todavía algunos meses el aumento de las tasas de interés porque, si bien el desempleo se acerca a su nivel friccional (5.1% en agosto), la inflación relevante está bien por debajo del 2% y dado que la corrección de los mercados fue muy violenta no es fácil que la FED corra el riesgo de aparecer como responsable de un nuevo derrape.

En este contexto es muy probable que el FMI recorte un par de décimas de punto su pronóstico de crecimiento de la economía mundial que se conocerá en octubre.

Lo que está ocurriendo en China merece algunos párrafos. Hay quienes, una vez más, anuncian un duro fin de ciclo para China y ven que la “devaluación” del yuan es un intento casi desesperado de volver a un crecimiento liderado por las exportaciones. En nuestra mirada no es así.

 

Cambio de modelo en China

 

El núcleo del problema de China no es tanto la explosión de una insostenible burbuja bursátil ni una “devaluación” cuya motivación central es dar pasos hacia una flotación más limpia del yuan que permita utilizarlo como moneda de reserva.

El núcleo problemático es lo mucho que le está costando al país cambiar desde un modelo basado en la inversión y la exportación, centrado en buena medida en mano de obra barata, a otro que requiere dar una mayor cabida el consumo.

Algunos pilares esenciales del cambio, por ejemplo los que tienen que ver con un desarrollo industrial basado en la innovación y la productividad, ya están en marcha. Son chinas la cuarta, quinta, séptima, octava y décima compañías de globales Internet medidas por su capitalización bursátil. El país está invirtiendo 2% del PIB en I+D y se propone llegar pronto al 2,8% de los EE.UU. Sus patentes, antes insignificantes, crecen desde el 2000 a la misma velocidad que las de Japón y Corea. La inversión de empresas chinas en el exterior ya es tan importante como la que recibe. Y, si bien es cierto que los servicios están 

creciendo y ocupando parte del lugar de la industria manufacturera, China produce todavía un 25% del valor agregado industrial global, toda su manufactura es privada, ya sea china o extranjera, ha formulado un Plan Made in China 2025;  ya es el principal país productor de robots y sistemas de automación y , apoyada en todo esto, la industria china se está restructurando para atender más y más a un mercado interno que está despegando rápidamente.

A esto le agregan ahora la propuesta de dar mayor cabida a los capitales privados en las empresas estatales. La continuidad del crecimiento de China es muy importante para la demanda de commodities. Si bien su aumento, como hemos mostrado aquí y en otros lados, se origina en un 90% en los países emergentes y sólo un 30% en China, el impulso de este país es muy importante para el propio crecimiento de los emergentes y así, por vía indirecta, también es importante la contribución del gigante asiático al aumento total de la demanda de commodities.

 

Difícil situación en Brasil

 

Más delicada, y también muy relevante para la Argentina, es la situación de Brasil. Sus defectos, en verdad crónicos, se manifiestan ahora como enfermedades agudas. La inversión total de nuestro vecino promedia desde hace mucho tiempo, lo mismo que la Argentina de hoy, sólo un 17%/18% del PIB. El gasto público total se acerca al 40% del PIB –también muy similar al nuestro- y la presión tributaria llega al 35% -3 puntos menos que la nuestra- en parte por el impuesto inflacionario. Una clarísima ventaja de Brasil respecto de la Argentina es una menor inflación -ayudada por tasas reales de interés muy elevadas- lo que le permite devaluar con menores costos.

Pero la situación fiscal se ha deteriorado, el superávit fiscal primario desapareció después de mucho tiempo y su endeudamiento bruto se acerca al 70% y es mucho mayor que el de la Argentina. Como si todo esto fuera poco, la Presidenta Dilma Rousseff tiene una imagen positiva inferior al 10% y, al igual que parte de la clase política brasileña, se encuentra sospechada de corrupción.

Las semejanzas con nuestro país en este aspecto son realmente notables. Brasil necesita reinventarse y buscar renovadas vías de crecimiento sostenido. Le llevará tiempo conseguirlo y esto, junto a la fortísima depreciación del real, es un serio problema adicional para la Argentina, sobre todo para la industria manufacturera.

Está pues muy claro que los años iniciales del próximo gobierno serán bastante más difíciles que los que vieron nacer a la era kirchnerista. No sólo por el cambio desfavorable de la economía global, sino también por la pesada herencia que recibirán quienes se hagan cargo el próximo 10 de diciembre, bastando mencionar por ahora la alta inflación, el retraso cambiario, subsidios insostenibles y un gran déficit fiscal. No se subraya lo suficiente, sin embargo, que para superar tales desafíos la Argentina tiene ventajas respecto no solo de Brasil sino también de la gran mayoría de países del mundo. Porque con sólo volver a la racionalidad y dejar atrás las desmesuras y los relatos fantasiosos nuestro país puede acceder a

un crecimiento 3 puntos mayor que en los últimos cuatro años. La lista de desmesuras y fantasías a dejar atrás es bien conocida pero no está de más recordarla: la quinta mayor inflación entre 189 países; la persecución a las exportaciones, las importaciones y la inversión; el cepo cambiario, resultado en parte de los dos puntos anteriores; un crecimiento desmesurado del gasto público improductivo (léase bien: no del genuino), y por ello un nivel de gasto estatal similar al de los países desarrollados; subsidios a los sectores pudientes cercanos al 3% del PIB; presión tributaria de más del 37% del PIB y superior a la de los países desarrollados; altísima incidencia –del orden del 6% del PIB- de impuestos distorsivos que castigan directamente la producción; proliferación de regulaciones de las actividades del sector privado y, lo último pero esencial, la destrucción del sistema estadístico nacional y los avances reiterados y contumaces del Poder ejecutivo sobre el Judicial y sobre la prensa que, amén de otros males, contribuyeron a que semejantes desmesuras fueran posibles.

Aun incompleto, este listado evidencia algo importante. La verdadera discusión no es, como pretende instalarse desde el gobierno, entre seguir con el “modelo” o volver atrás sino entre seguir con las desmesuras y engaños o volver a la racionalidad. Los candidatos opositores muestran tenerlo más claro que el oficialismo. Pero éste cuenta a su favor con que buena parte del electorado ha mejorado su nivel de vida, no sólo por “los planes”, y teme perder esos logros o volver a una crisis como la de 2001-2002. El resultado electoral, hoy todavía incierto, dependerá mucho de hasta qué punto la oposición logre convencer al 10% o 15% todavía indeciso, que es posible cambiar sin arriesgar los logros genuinos y que acertando en el modo de superar los graves errores de los últimos años la Argentina puede tener un crecimiento potencial del 5% del PIB por muchos años, lo que permitiría crear no menos de un millón de puestos de trabajo formales durante la próxima presidencia. En función de lo dicho seguimos creyendo que las oportunidades de mejora de la economía argentina son amplias a partir del 10 de diciembre próximo y que la diferencia entre la tasa de crecimiento de un gobierno opositor u oficialista es favorable al primero por un 3%.

(*) Director del Centro de Estudios de gobierno, empresa, sociedad y economía.

Compartir:

spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img

Noticias

CONTENIDO RELACIONADO