Paisaje durante la batalla

La dinámica electoral está rodeada por las cifras de un oscuro balance que adquiere ribetes más dramáticos por la incertidumbre, ausencia de proyectos y dilemas primarios.

13 julio, 2002

En la trastienda de las deserciones, apariciones y reapariciones de precandidatos presidenciales para las adelantadas elecciones argentinas maduran las estrategias personales y partidarias que cualquier aspirante a la primera magistratura de un país puede tejer en cualquier país del mundo.

La Argentina no es una excepción. Sólo que todas las conjeturas están condimentadas por una inédita crisis. Más allá de la planificación política, los factores económicos explican claramente la razón de la incertidumbre que, como nunca, condiciona a los postulantes.

La historia reciente indica que en el último año los depósitos privados en los bancos pasaron de $ 95.000 millones a $ 55.000 millones.

Una inédita fuga de capitales.

El nivel de actividad cae durante 2002 a una tasa anual de aproximadamente 15%, triste consagración para un proceso recesivo que ya superó los cuatro años, factor también inédito en historia argentina.

La ruptura de la convertibilidad genera una inflación que con renovados bríos alcanzó 30% en el primer semestre, con salarios reales que perdieron un tercio de su poder adquisitivo.

Las empresas privadas están paralizadas y no toman trabajadores.

Este factor explica que seis millones de personas tengan problemas de empleo, que se reflejan, según cifras de mayo, 23% de desocupación y 22% de subocupación, guarismos que engloban a seis millones de personas.

Sin señales

Más allá de un cuadro que para muchos era inimaginable, subyace una sensación escalofriante: no hay indicios de cambios sustantivos. Ni siquiera puede decirse que la economía argentina ha tocado fondo.

Muchos se habla de los automáticos resortes que se activan al llegar al último peldaño antes de llegar al piso. Sin embargo, la proximidad de este piso se convierte en un enigma si se toman en cuenta las palabras que se le adjudica a un ex presidente argentino. Según cuentan en los pasillos del poder, cuando uno de los enviados del F.M.I. le dijo que la Argentina podía caer más antes del definitivo despegue, el ex mandatario le contestó: “Usted sabe que debajo del suelo hay algo más. Está el sótano”. Hablaba de un lugar más oscuro, claro.

Tal vez por eso, hasta el más temerario de los precandidatos para las elecciones que se anuncian para marzo de 2003 esté desvelado.

Hay otros datos. La administración Duhalde, por otro lado, aún no inició la renegociación con los acreedores externos, de modo que no existe ninguna certeza acerca del superávit comercial que se va a requerir para pagar las deudas con dólares ni cuál será el superávit fiscal primario que hará falta para que el Estado obtenga los pesos para comprar divisas. Hay, como corolario, un interrogante sobre el tipo de cambio real y sobre las cuentas fiscales en el futuro próximo.

Un dilema primario

En la tríada que conforman la deuda externa, el tipo de cambio y las cuentas fiscales, más obstáculos serán los que deba superar quien suceda al Presidente Duhalde. Hay quienes arriesgan que, aunque la dinámica política tome su máxima velocidad, no será fácil que en el momento del traspaso del poder la Argentina tenga un sistema financiero o un mercado de capitales que intermedie entre el ahorro y la inversión para financiar el crecimiento.

Se afirma que en el sistema financiero aún no se producido la fatal reestructuración. Es que ya son cuatro las entidades extranjeras que abandonan sus negocios en el país, mientras que hay dos locales que están suspendidas.

Es que para que el cambio financiero se produzca hay una precondición vital: la existencia de una moneda aceptada como reserva de valor. Esto remite al régimen cambiario, aún en debate entre los especialistas y en el conjunto de la sociedad.

Y en este sentido el dilema adquiere dimensiones típicas de una Nación en su período fundacional o, por lo menos, en el que se decide poner en marcha un proyecto, un sueño de país, algo que también parece lejano.

Si se elige, como pretende Carlos Menem, un régimen creíble (dolarización y convertibilidad), se corre el riesgo de reeditar los costos que impone la rigidez que impide utilizar la herramienta monetaria en tiempos de tormentas en los mercados internacionales: no hay variable para utilizar en defensa de la moneda.
Si se elige la flexibilidad (flotación, moneda común del Mercosur), puede suceder que la moneda nacional siga por el camino de las sorpresas recurrentes.

Está demás decir que cualquier aspirante a la Presidencia desearía tener un peso más fuerte que el de hoy, porque significaría salarios reales más altos y mayor nivel de actividad.
También desearía no verse obligado a nuevos ajustes en las cuentas públicas. Si bien el tipo de cambio real es en la actualidad más alto que el promedio de la década de 1980 -cuando el país estaba inmerso en la crisis de la deuda, tenía un sistema bancario puramente transaccional y convivía con una persistente fuga de capitales al exterior-, poco se puede decir, todavía, acerca del valor de equilibrio del peso para cuando asuma el nuevo gobierno. Este valor del peso es desconocido. Sin embargo, Otto Reich, enviado de George W. Bush, ya dejó traslucir cuál deberá ser el perfil del presidente argentino que reciba esa herencia.

En medio de este escenario, pese a la calma que el dólar mostró en los últimos días, el Gobierno se enfrenta a lo que se considera un nuevo fracaso. El ministro Roberto Lavagna observó el desmoronamiento de la primera fase del canje voluntario de depósitos reprogramados por deuda pública. A su vez, los bancos privados y el presidente del Banco Central, Aldo Pignanelli, han vuelto a la carga argumentando la necesidad de un canje compulsivo, pero Lavagna insiste en el canje voluntario con mejores incentivos. Lo subrayable en este tema es que hace seis meses que está en el centro de la escena y no se ha podido encontrar una solución.

En la trastienda de las deserciones, apariciones y reapariciones de precandidatos presidenciales para las adelantadas elecciones argentinas maduran las estrategias personales y partidarias que cualquier aspirante a la primera magistratura de un país puede tejer en cualquier país del mundo.

La Argentina no es una excepción. Sólo que todas las conjeturas están condimentadas por una inédita crisis. Más allá de la planificación política, los factores económicos explican claramente la razón de la incertidumbre que, como nunca, condiciona a los postulantes.

La historia reciente indica que en el último año los depósitos privados en los bancos pasaron de $ 95.000 millones a $ 55.000 millones.

Una inédita fuga de capitales.

El nivel de actividad cae durante 2002 a una tasa anual de aproximadamente 15%, triste consagración para un proceso recesivo que ya superó los cuatro años, factor también inédito en historia argentina.

La ruptura de la convertibilidad genera una inflación que con renovados bríos alcanzó 30% en el primer semestre, con salarios reales que perdieron un tercio de su poder adquisitivo.

Las empresas privadas están paralizadas y no toman trabajadores.

Este factor explica que seis millones de personas tengan problemas de empleo, que se reflejan, según cifras de mayo, 23% de desocupación y 22% de subocupación, guarismos que engloban a seis millones de personas.

Sin señales

Más allá de un cuadro que para muchos era inimaginable, subyace una sensación escalofriante: no hay indicios de cambios sustantivos. Ni siquiera puede decirse que la economía argentina ha tocado fondo.

Muchos se habla de los automáticos resortes que se activan al llegar al último peldaño antes de llegar al piso. Sin embargo, la proximidad de este piso se convierte en un enigma si se toman en cuenta las palabras que se le adjudica a un ex presidente argentino. Según cuentan en los pasillos del poder, cuando uno de los enviados del F.M.I. le dijo que la Argentina podía caer más antes del definitivo despegue, el ex mandatario le contestó: “Usted sabe que debajo del suelo hay algo más. Está el sótano”. Hablaba de un lugar más oscuro, claro.

Tal vez por eso, hasta el más temerario de los precandidatos para las elecciones que se anuncian para marzo de 2003 esté desvelado.

Hay otros datos. La administración Duhalde, por otro lado, aún no inició la renegociación con los acreedores externos, de modo que no existe ninguna certeza acerca del superávit comercial que se va a requerir para pagar las deudas con dólares ni cuál será el superávit fiscal primario que hará falta para que el Estado obtenga los pesos para comprar divisas. Hay, como corolario, un interrogante sobre el tipo de cambio real y sobre las cuentas fiscales en el futuro próximo.

Un dilema primario

En la tríada que conforman la deuda externa, el tipo de cambio y las cuentas fiscales, más obstáculos serán los que deba superar quien suceda al Presidente Duhalde. Hay quienes arriesgan que, aunque la dinámica política tome su máxima velocidad, no será fácil que en el momento del traspaso del poder la Argentina tenga un sistema financiero o un mercado de capitales que intermedie entre el ahorro y la inversión para financiar el crecimiento.

Se afirma que en el sistema financiero aún no se producido la fatal reestructuración. Es que ya son cuatro las entidades extranjeras que abandonan sus negocios en el país, mientras que hay dos locales que están suspendidas.

Es que para que el cambio financiero se produzca hay una precondición vital: la existencia de una moneda aceptada como reserva de valor. Esto remite al régimen cambiario, aún en debate entre los especialistas y en el conjunto de la sociedad.

Y en este sentido el dilema adquiere dimensiones típicas de una Nación en su período fundacional o, por lo menos, en el que se decide poner en marcha un proyecto, un sueño de país, algo que también parece lejano.

Si se elige, como pretende Carlos Menem, un régimen creíble (dolarización y convertibilidad), se corre el riesgo de reeditar los costos que impone la rigidez que impide utilizar la herramienta monetaria en tiempos de tormentas en los mercados internacionales: no hay variable para utilizar en defensa de la moneda.
Si se elige la flexibilidad (flotación, moneda común del Mercosur), puede suceder que la moneda nacional siga por el camino de las sorpresas recurrentes.

Está demás decir que cualquier aspirante a la Presidencia desearía tener un peso más fuerte que el de hoy, porque significaría salarios reales más altos y mayor nivel de actividad.
También desearía no verse obligado a nuevos ajustes en las cuentas públicas. Si bien el tipo de cambio real es en la actualidad más alto que el promedio de la década de 1980 -cuando el país estaba inmerso en la crisis de la deuda, tenía un sistema bancario puramente transaccional y convivía con una persistente fuga de capitales al exterior-, poco se puede decir, todavía, acerca del valor de equilibrio del peso para cuando asuma el nuevo gobierno. Este valor del peso es desconocido. Sin embargo, Otto Reich, enviado de George W. Bush, ya dejó traslucir cuál deberá ser el perfil del presidente argentino que reciba esa herencia.

En medio de este escenario, pese a la calma que el dólar mostró en los últimos días, el Gobierno se enfrenta a lo que se considera un nuevo fracaso. El ministro Roberto Lavagna observó el desmoronamiento de la primera fase del canje voluntario de depósitos reprogramados por deuda pública. A su vez, los bancos privados y el presidente del Banco Central, Aldo Pignanelli, han vuelto a la carga argumentando la necesidad de un canje compulsivo, pero Lavagna insiste en el canje voluntario con mejores incentivos. Lo subrayable en este tema es que hace seis meses que está en el centro de la escena y no se ha podido encontrar una solución.

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