Por Sebastián Perretta (*)
El problema, sin embargo, no radica tanto en este crecimiento exponencial, sino en lo que implica: según datos de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), se estima que la demanda de proteínas animales aumentará en 60 % para esa fecha.
Esta proyección necesita considerar, además, un factor adicional. Condiciones como la degradación de la tierra, la disminución de la fertilidad de los suelos y el uso irresponsable del agua, así como también las enfermedades animales, entre otros factores, están disminuyendo la capacidad de suministrar alimentos. Y eso no es todo: según la plataforma Global Footprint Network, en agosto de 2016 comenzamos a utilizar más recursos naturales de los que nuestro planeta puede renovar cada año. De hecho, usamos los recursos equivalentes a 1,6 planeta Tierra por año.
El escenario puede resultar un tanto apocalíptico a primera vista, no lo dudo. Sí, la población sigue creciendo cada día. Sí, necesitaremos producir más alimentos. Y sí, contamos con recursos finitos. En esta marea, la industria agroalimentaria deberá esgrimir la cuestión del incremento de la producción. ¿Tendremos la capacidad de producir tal cantidad de alimento? ¿Cómo? Y, con foco en la región, ¿cuál es el papel de la Argentina?
La buena noticia es que corremos con una ventaja. Los avances tecnológicos sin precedentes están revolucionando las sociedades, el trabajo, las formas de relacionarnos y muchos otros planos, y el proceso productivo, claro está, no es la excepción. Tanto a escala global como en nuestra región, contamos con tecnologías de calidad que permiten, por ejemplo, garantizar la sanidad animal a un costo accesible.
Pero el desafío empieza en casa. La brecha con los países que están en la frontera productiva requiere nuestra atención. Las cifras son contundentes: contamos con 53 millones de cabezas bovinas y producimos 2,7 millones de toneladas de carne al año. Esto se traduce en cerca de 50 kilos por animal por año, mientras que en los Estados Unidos hablamos de 130; y se da un fenómeno espejo en relación a la leche. Claro está: el índice de destete de la producción bovina en la Argentina es de 63 %, mientras que en los países de frontera ronda entre 85 a 90 %.
Reducir esta brecha es posible. Contamos con las tecnologías y el conocimiento aplicables a manejo, genética, nutrición y sanidad para lograrlo. Desde el punto de vista sanitario es necesario incentivar la recomendación veterinaria. Sabemos que solo 30 % de los productores ganaderos de nuestro país recibe asesoramiento veterinario de forma asidua, cifra que en otros países alcanza 80 %. Además, debemos ser más rigurosos en la aplicación de los planes sanitarios: en ganadería bovina hoy, se aplican menos de 50 % a escala local frente a 90 % en los países frontera.
La oportunidad es clara y debemos estar a la altura del desafío. Tenemos el potencial, la disponibilidad y los recursos. Pero, aún más importante, tenemos el compromiso de ofrecer mejores soluciones para producir alimentos con menos recursos. Nuestra carne -uno de los principales motivos de orgullo entre los argentinos y marca país- tiene una oportunidad histórica de resignificarse y dar respuesta a una demanda creciente. Está en todos los que integramos la cadena de valor agroalimentaria -el productor, el veterinario, agrónomos, asociaciones ganaderas, instituciones públicas y privadas, frigoríficos, laboratorios, y otros- aprovecharla.
(*) Director de Desarrollo de Negocios y Estrategia de Biogénesis Bagó.