<p>Eso podría pasar antes de lo supuesto. “No obstante, el dólar no se esfumará de la noche a la mañana como divisa de reserva e intercambio. Pero no es eterno”. Eso señala Roubini, docente en la escuela de negocios Stern, universidad de Nueva York, y jefe de una consultora económica homónima. <br />
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“Ese proceso implicará severos costos para EE.UU., pues se reducirán o desaparecerán las posibilidades de financiar los déficit financiero –o sea la deuda externa- y comercial a tasas bajas”. <br />
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En términos históricos, los estados universales también eran acreedores y prestamistas netos para el resto de las sociedades que manejaban. Así lo prueba el Imperio Romano hasta el siglo III de la era común. “Gran Bretaña entró en decadencia –subraya el académico en el ‘New York Times’- y la libra esterlina dejó de ser divisa clave cuando la potencia se transformó en deudor global neto”. <br />
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Esto sucedió durante la depresión de 1933/7 y la Segunda guerra mundial. Tras un período relativamente corto como substituto de Gran Bretaña (1945-89), “Estados Unidos se halla en posición similar, con enormes déficit fiscales y comerciales, dependiendo de prestamistas externos. Éstos comienzan a ver con inquietud ese creciente endeudamiento y la disminución en el valor de sus activos en dólares. De ahí que el fin del dólar como divisa clave sea cuestión de tiempo”. <br />
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Pero ¿ con qué reemplazarlo? La libra y el franco suizo ya no corren. El yen japonés es una divisa poco líquida. Además, ninguno de esos países es potencia mundial. El oro es una reliquia atada a la inflación. El euro tiene mejores posibilidades, aunque vinculadas a la debatible viabilidad geopolítica de la Unión Europea o la Eurozona. Restan, en el limbo, los derechos especiales de giro que arbitra el Fondo Monetario Internacional. <br />
Queda el yuan renminbi, o sea “moneda popular”. <br />
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China, observa Roubini, “es un acreedor neto con altos superávit en cuenta corriente, déficit fiscal chico, escasa deuda pública –en términos de producto bruto interno-, comparada con la norteamericana, y crecimiento sólido”. <br />
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En realidad, Beijing “ya da los primeros pasos en un proceso para desafiar la supremacía del dólar. Junto con Rusia, Brasil e India, planteó al grupo de los 20 (principios de abril) crear una nueva divisa de reserva, estilo los DEG del FMI, vía canasta dólar, euro y yen. Es la misma que emplea para fijar el valor de su moneda. Pero el G-20 no la puso en agenda”. <br />
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Mientras tanto, los chinos presionan para incluir su moneda en aquella canasta y usarla como medio de intercambio bilateral. Una curiosidad: yuan (dinero, originalmente) se pronuncia yen en Japón, won en ambas Coreas y dyong en Vietnam. <br />
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“Por el momento, el yuan está lejos de poder desalojar al dólar. Primero, China debiera aflojar restricciones a la salida y entrada de divisas en su economía, hacer el yuan convertible para una amplia gama de operaciones, tornar más líquido su mercado de bonos y –añade el analista- profundizar reformas financieras. Llevará tiempo, pero acabará ocurriendo. Por de pronto, Beijing ya ha establecido pases de monedas con Argentina, Bielorrusia, Indonesia, Vietnam y otros países”. <br />
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Si un creciente número de economías empezase a diversificar tenencias de moneda extranjera, reduciendo el papel del dólar, EE.UU. no la pasaría bien. La ex potencia hegemónica “ha sacado significativas ventajas financieras, sólo porque su moneda es divisa de cuenta y tarifa precios internacionales. En particular, les permite a los norteamericanos tomar prestado a tasas bajas”. <br />
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Por tanto, Washington ha podido financiar gigantescos déficit durante largo tiempo, así como el desordenado gasto de sus residentes. La propia demanda externa mantiene bajos los rindes para letras de tesorería. Por otra parte, las cotizaciones de productos primarios en dólares significan que, si caen, no inflan el valor de sus importaciones. <br />
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“Imagínese, entonces, un mundo donde China –no ya EE.UU.- pudiese tomar y prestar en yuan. Ello haría que esta moneda funcionara como unidad de reserva, pagos, cuentas e intercambio. En ese caso, los norteamericanos pagarían más por sus importaciones y por colocar deuda pública o privada. Este alza de costos afectaría el gasto, la inversión, el consumo y el crecimiento en general”. <br />
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Roubini cree que el declive del dólar podría tomar más de diez años, pero, “si EE.UU. no pone rápidamente la casa en orden, ese desenlace acaecerá antes. Se trata de morigerar gastos, endeudamiento y, sobre todo, buscar un desarrollo económico no apoyado en burbujas financieras o especulativas. Durante más de veinte años, el país todo –salvo 30 millones de pobres- ha vivido por encima de sus medios, inflando obligaciones externas y deudas insostenibles, gracias al dólar”. <br />
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Ahora, ese estado de cosas ya no es seguro y el gobierno debe cambiar de prioridades. “Ello entraña invertir en una infraestructura tambaleante, recursos renovables y capital humano. No ya bienes raíces innecesarios ni innovaciones financieras que generen activos tóxicos. De lo contrario, el dólar perderá terreno ante el yuan u otras opciones y, entretanto, se esfumará la influencia de Estados Unidos en el mundo”. <br />
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