No sólo de imagen vive el hombre

De la Rúa lanzó una dinámica ofensiva para mejorar la imagen del gobierno. Lo favorecen las circunstancias externas, pero la opinión pública reclama estrategia política y hechos concretos. por Sergio Cerón

27 enero, 2001

La semana política culminó el jueves con la publicitada reunión de Gabinete en la que el presidente de la Nación firmó una treintena de decretos, acto al que los observadores atribuyen la intención de exhibir una impactante imagen de dinamismo y eficiencia.

Para algunos, el paquete de medida resultó más amplio y de mayor audacia de lo esperado; destacan los decretos que prevén reducciones en las jubilaciones de privilegio, la fusión de organismos descentralizados, el estímulo a la racionalización de las reparticiones estatales, la ampliación de reintegros del IVA en favor del turismo externo, la garantía a las inversiones mineras y la creación de un sistema único de datos sobre el mercado de empleo para reducir el trabajo en negro.

Otros, más críticos, apuntan a que no se anunció nada que no hubiera sido anticipado y que la falta de reales novedades incluye la carencia del anuncio de una estrategia política que abarque, además del presente, el corto, mediano y largo plazo.

Esto es, se hace hincapié en un alarde mediático destinado a borrar la imagen de abulia y parálisis que caracterizaba al gobierno, en amplios sectores de la opinión pública, a finales del año pasado,
aprovechando el blindaje financiero y el cambio de las circunstancias internacionales. (Ver “Euforia por la colocación de Letes”).

Estiman, además, que una política de Estado no se agota en la difusión de imágenes positivas, sino que debe estar respaldada en la producción de hechos políticos, que muestren al Gobierno como su generador y no como mero espectador.

Incluso se objeta la falta de prudencia política al producirse un salto abrupto, pendular, entre el quietismo de hace pocas semanas y las espectacularidad con que se pretende rodear los actos del equipo gobernante, que podrán restarle credibilidad.

Precisamente el politólogo Rosendo Fraga, cuya juventud atesora su paso por funciones de segunda línea en la administración radical, ha señalado la necesidad de cambios substanciales que tiendan a reactivar la economía y crear empleo. ( Ver “Mejora la imagen del Gobierno”).

Fernando de la Rúa debe afrontar los preparativos de la ofensiva del justicialismo que procuran aglutinar, con vistas a las elecciones de octubre, los gobernadores de Buenos Aires y Córdoba, a quienes se percibe la posibilidad de que se les una Carlos Reutemann.

Mientras la Alianza busca aumentar el número de bancas en el Congreso, el mayor partido opositor trata de aprovechar las circunstancias para ampliar su base de poder, atacando al gobierno en su aspecto más débil: la precipitada caída de la confianza popular registrada en 2000.

En medios cercanos a Carlos Ruckauf y José Manuel de la Sota, incluso en los fieles que le restan a Carlos Menem, circula con delectación el dicho de que “El gobierno es, para los radicales, un molesto interludio entre dos elecciones”.

La intencionada frase fue, de alguna manera, avalada por los movimientos registrados en el seno de la Alianza, durante la semana, en los que se habló de eventuales estrategias para ganar los comicios de 2002; se barajaron candidaturas y se cruzaron entrevistas de alto nivel. (Ver “Sugestivos encuentros en la Alianza” ).

Raúl Alfonsin, al abrigo de los signos positivos de los últimos días, decidió el jueves aumentar su calificación del gobierno De la Rúa, al pasar de sus veladas críticas de diciembre a un “distinguido” en pocas semanas, mostrando un rápido cambio de ánimo; atribuyó “éxitos ruidosos” a su allegado José Luis Machinea, a pesar de sus discrepancias sobre el modelo económico imperante.

El aluvión pluvial que asoló el barrio de Belgrano y otros sectores de la ciudad, habitados predominantemente por la clase media, resultó un golpe imprevisto para la búsqueda de mejor imagen; los encuestadores no han medido aún el impacto negativo para las cifras de popularidad, pero de seguro que en la capital, bastión de la Alianza, han mermado.

La gente del común, el “uomo qualunque” de los italianos, no ve en general con simpatía las urgencias electorales de sus políticos, teme que los lleve a postergar, una vez más, la propuesta y realización de un proyecto nacional abarcante, donde cada sector tenga asignadas responsabilidad y, también perciba su cuota de beneficios.

Esta parece ser una asignatura pendiente, no sólo del Gobierno nacional, sino de todos los exponentes del mundo político argentino.

Mientras los ánimos se muestran predispuestos a negociar espacios de poder y acaso de privilegios en base a los resultados de los comicios de renovación parlamentaria, en la población resuena el sabio “Res non verba” (“Hechos, no palabras”) de los viejos romanos imperiales.

Que de ganar el poder y poder mantenerlo, aglutinando naciones, culturas e intereses diversos, algo sabían…

La semana política culminó el jueves con la publicitada reunión de Gabinete en la que el presidente de la Nación firmó una treintena de decretos, acto al que los observadores atribuyen la intención de exhibir una impactante imagen de dinamismo y eficiencia.

Para algunos, el paquete de medida resultó más amplio y de mayor audacia de lo esperado; destacan los decretos que prevén reducciones en las jubilaciones de privilegio, la fusión de organismos descentralizados, el estímulo a la racionalización de las reparticiones estatales, la ampliación de reintegros del IVA en favor del turismo externo, la garantía a las inversiones mineras y la creación de un sistema único de datos sobre el mercado de empleo para reducir el trabajo en negro.

Otros, más críticos, apuntan a que no se anunció nada que no hubiera sido anticipado y que la falta de reales novedades incluye la carencia del anuncio de una estrategia política que abarque, además del presente, el corto, mediano y largo plazo.

Esto es, se hace hincapié en un alarde mediático destinado a borrar la imagen de abulia y parálisis que caracterizaba al gobierno, en amplios sectores de la opinión pública, a finales del año pasado,
aprovechando el blindaje financiero y el cambio de las circunstancias internacionales. (Ver “Euforia por la colocación de Letes”).

Estiman, además, que una política de Estado no se agota en la difusión de imágenes positivas, sino que debe estar respaldada en la producción de hechos políticos, que muestren al Gobierno como su generador y no como mero espectador.

Incluso se objeta la falta de prudencia política al producirse un salto abrupto, pendular, entre el quietismo de hace pocas semanas y las espectacularidad con que se pretende rodear los actos del equipo gobernante, que podrán restarle credibilidad.

Precisamente el politólogo Rosendo Fraga, cuya juventud atesora su paso por funciones de segunda línea en la administración radical, ha señalado la necesidad de cambios substanciales que tiendan a reactivar la economía y crear empleo. ( Ver “Mejora la imagen del Gobierno”).

Fernando de la Rúa debe afrontar los preparativos de la ofensiva del justicialismo que procuran aglutinar, con vistas a las elecciones de octubre, los gobernadores de Buenos Aires y Córdoba, a quienes se percibe la posibilidad de que se les una Carlos Reutemann.

Mientras la Alianza busca aumentar el número de bancas en el Congreso, el mayor partido opositor trata de aprovechar las circunstancias para ampliar su base de poder, atacando al gobierno en su aspecto más débil: la precipitada caída de la confianza popular registrada en 2000.

En medios cercanos a Carlos Ruckauf y José Manuel de la Sota, incluso en los fieles que le restan a Carlos Menem, circula con delectación el dicho de que “El gobierno es, para los radicales, un molesto interludio entre dos elecciones”.

La intencionada frase fue, de alguna manera, avalada por los movimientos registrados en el seno de la Alianza, durante la semana, en los que se habló de eventuales estrategias para ganar los comicios de 2002; se barajaron candidaturas y se cruzaron entrevistas de alto nivel. (Ver “Sugestivos encuentros en la Alianza” ).

Raúl Alfonsin, al abrigo de los signos positivos de los últimos días, decidió el jueves aumentar su calificación del gobierno De la Rúa, al pasar de sus veladas críticas de diciembre a un “distinguido” en pocas semanas, mostrando un rápido cambio de ánimo; atribuyó “éxitos ruidosos” a su allegado José Luis Machinea, a pesar de sus discrepancias sobre el modelo económico imperante.

El aluvión pluvial que asoló el barrio de Belgrano y otros sectores de la ciudad, habitados predominantemente por la clase media, resultó un golpe imprevisto para la búsqueda de mejor imagen; los encuestadores no han medido aún el impacto negativo para las cifras de popularidad, pero de seguro que en la capital, bastión de la Alianza, han mermado.

La gente del común, el “uomo qualunque” de los italianos, no ve en general con simpatía las urgencias electorales de sus políticos, teme que los lleve a postergar, una vez más, la propuesta y realización de un proyecto nacional abarcante, donde cada sector tenga asignadas responsabilidad y, también perciba su cuota de beneficios.

Esta parece ser una asignatura pendiente, no sólo del Gobierno nacional, sino de todos los exponentes del mundo político argentino.

Mientras los ánimos se muestran predispuestos a negociar espacios de poder y acaso de privilegios en base a los resultados de los comicios de renovación parlamentaria, en la población resuena el sabio “Res non verba” (“Hechos, no palabras”) de los viejos romanos imperiales.

Que de ganar el poder y poder mantenerlo, aglutinando naciones, culturas e intereses diversos, algo sabían…

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