Londres y Varsovia: suspender consultas y reformar el proyecto

El canciller británico Jack Straw ya recomienda públicamente un replanteo del proceso constitucional. Por otro lados, su colega polaco –en forma discreta- se suma a esa postura junto con Luxemburgo. Pero hay problemas aún más serios.

3 junio, 2005

En apariencia, los gobiernos de la Unión Europea hacen lo impoisible para salvar la ronda de plebiscitos. Pero los NO francés y holandés, más la certeza del mismo resultado en Gran Bretaña, plantean disyuntivas más graves. Así lo subrayó en Amsterdam el primer ministro Jan Pieter Balkenende, diciendo: “La dirigencia regional no debe insistir en avanzar a cualquier costo. Por el contrario, ha de ver cómo cerrar la brecha entre los ciudadanos y la propia UE”.

Tanto Straw como Balkenede, Jacques Chirac o Silvio Berlusconi están casi seguros de que –se prosiga o no con los referendos- las primeras “bajas institucionales” serán los ingresos de Rumania, Bulgaria y Turquía. Especialmente el del país islámico (con 70 millones, quedaría segundo en población, tras Alemania), resistido en buena parte de la zona y objeto de una campaña diplomática entre bambalinas iniciada por el Vaticano, que ya habían protestado por la “omisión de Cristo” en el denso proyecto de tratado.

En estrecha relación con el caso turco, las críticas al farragoso documento se mezclan con el creciente problema de la inmigración ilegal, mayormente la africana. Eso se combina con la afluencia al oeste de europeos orientales en busca de trabajo al oeste.

Como han puntualizado dirigentes alemanes, italianos y polacos, sin inmigrantes dispuestos a hacer tareas mal pagadas que los europeos rechazan, el escaso crecimiento vegetativo y el envejecimiento de la población local llevan a un callejón sin salida. En otras palabras, cada vez más sectores de la industria y los servicios sufrirán (a) déficit de mano de obra y, por consiguiente, (b) aumentos salariales vía horas o turnos extras.

Ésos riesgos ya los afrontan Estados Unidos –seducido por la cháchara antihispana de la derecha blanca y negra- y España, cuya nueva política hacia inmigrantes es una insensatez promovida por las derechas catalana y gallega. Como temen muchos intelectuales moderados, los plebiscitos pueden fácilemnte convertirse en instrumentos de extremismos étnicos y religiosos. Por ejemplo, los católicos polacos ven con malos ojos la alfuencia de rusos ortodoxos que han sido sus enemigos ancestrales.

Pero las complicaciones no paran ahí. Otro factor influyente en el NO es la imagen que la gente tiene de la Comisión Europea y el pacto de estabilidad fiscal en la Eurozona (1996). En este caso, la rigidez monetarista involucrada en un techo de sólo 3% -en términos de PBI- para los déficit nacionales tiene efectos depresivo en los ingresos de las personas. Tampoco el Banco Central Europeo goza de aprecio entre el público.

En apariencia, los gobiernos de la Unión Europea hacen lo impoisible para salvar la ronda de plebiscitos. Pero los NO francés y holandés, más la certeza del mismo resultado en Gran Bretaña, plantean disyuntivas más graves. Así lo subrayó en Amsterdam el primer ministro Jan Pieter Balkenende, diciendo: “La dirigencia regional no debe insistir en avanzar a cualquier costo. Por el contrario, ha de ver cómo cerrar la brecha entre los ciudadanos y la propia UE”.

Tanto Straw como Balkenede, Jacques Chirac o Silvio Berlusconi están casi seguros de que –se prosiga o no con los referendos- las primeras “bajas institucionales” serán los ingresos de Rumania, Bulgaria y Turquía. Especialmente el del país islámico (con 70 millones, quedaría segundo en población, tras Alemania), resistido en buena parte de la zona y objeto de una campaña diplomática entre bambalinas iniciada por el Vaticano, que ya habían protestado por la “omisión de Cristo” en el denso proyecto de tratado.

En estrecha relación con el caso turco, las críticas al farragoso documento se mezclan con el creciente problema de la inmigración ilegal, mayormente la africana. Eso se combina con la afluencia al oeste de europeos orientales en busca de trabajo al oeste.

Como han puntualizado dirigentes alemanes, italianos y polacos, sin inmigrantes dispuestos a hacer tareas mal pagadas que los europeos rechazan, el escaso crecimiento vegetativo y el envejecimiento de la población local llevan a un callejón sin salida. En otras palabras, cada vez más sectores de la industria y los servicios sufrirán (a) déficit de mano de obra y, por consiguiente, (b) aumentos salariales vía horas o turnos extras.

Ésos riesgos ya los afrontan Estados Unidos –seducido por la cháchara antihispana de la derecha blanca y negra- y España, cuya nueva política hacia inmigrantes es una insensatez promovida por las derechas catalana y gallega. Como temen muchos intelectuales moderados, los plebiscitos pueden fácilemnte convertirse en instrumentos de extremismos étnicos y religiosos. Por ejemplo, los católicos polacos ven con malos ojos la alfuencia de rusos ortodoxos que han sido sus enemigos ancestrales.

Pero las complicaciones no paran ahí. Otro factor influyente en el NO es la imagen que la gente tiene de la Comisión Europea y el pacto de estabilidad fiscal en la Eurozona (1996). En este caso, la rigidez monetarista involucrada en un techo de sólo 3% -en términos de PBI- para los déficit nacionales tiene efectos depresivo en los ingresos de las personas. Tampoco el Banco Central Europeo goza de aprecio entre el público.

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