La vida y la cultura

La actitud de Estados Unidos frente al SIDA y los cambios tecnológicos en la industria editorial, son factores que los argentinos no deben soslayar.

5 mayo, 2000

Dos temas que escapan a la actualidad cotidiana de los argentinos surgieron durante la semana. Tienen que ver con dos aspectos substanciales del hombre: la salud y la cultura. Dos elementos que son parte indisoluble de la existencia.

El rico hemisferio Norte toma conciencia de que si las especies vegetales y animales son necesarias para el equilibrio de la biosfera, no es menos importante, claro está, la especie humana. Parte de la cual está amenazada de extinción en los países periféricos al sistema de la opulencia consumista, en particular los que habitan el Africa Negra.

Por aquello de que “no preguntes por quién doblan las campanas; doblan por tí”, este asunto atañe a los argentinos, integrantes del vasto sector del planeta al que la globalización empuja hacia la marginalidad poco a poco.

Washington acaba de clasificar al SIDA como una amenaza a su seguridad nacional. Es que la pandemia se ha difundido con tanta celeridad en los últimos veinte años que los estrategas norteamericanos temen que su dispersión desencadene guerras étnicas, derroquen gobiernos y esterilicen los esfuerzos realizados para evangelizar con la democracia a todos los pueblos.

Alguna vez Juan XXIIII, el buen Papa campesino, con el sentido común propio de su clase social, proclamó que no es fácil llevar la Buena Nueva a los estómagos retorcidos por el hambre. El mensaje era “ayudemos al hombre a vivir con una mínima dignidad, para después hablarle de Dios.

Hace mucho que los políticos y economistas más avanzados en sus ideas –no precisamente marxistas– advertían que las condiciones que imponía la usura financiera a las naciones africanas llevarían al planeta, salvados el tiempo y las condiciones sociales, a repetir el drama de la Peste Negra que diezmó a la Europa medieval.

Parecía un despropósito. Por supuesto ni de pensaba en ese flagelo desconocido entonces, más bien se mencionaba la fiebre amarilla, el cólera, la peste bubónica o alguna enfermedad conocida. Las miserables condiciones de vida de las poblaciones negras del sur del Sahara presagiaban una catástrofe local. Pero el nuevo ordenamiento de la Tierra, con facilidad de transporte, migraciones en constante aumento que comenzaban a superar las fronteras, hizo creer que una epidemia bien podría convertirse en una pandemia. Lo que implica su extensión más allá de todos los límites de los estados nacionales.

Hoy el virus del SIDA infecta ya a más de 50 millones de personas y sigue avanzando en progresión prácticamente geométrica allí donde los más pobres no pueden lograr una calidad de vida adecuada, por falta de trabajo, de salarios dignos, de techo, de agua potable, de asistencia sanitaria.

Porque, entre otras causas, los remedios necesarios para combatirlo son costosísimos, porque las investigaciones también lo son o porque, en definitiva, la industria farmacéutica internacional está signada por Mercurio, al que la mitología griega erigiera como dios del comercio y de los ladrones.

De ese total, murieron –se informa– 16 millones. De los 34 millones que aún sobreviven, 23 millones son africanos, según datos de la Organización Mundial de la Salud. Los expertos creen que los próximos territorios invadidos bien podrían ser parte del Asia y de la ex Unión Soviética.

Sida y democracia

Los despachos fechados en Washington el lunes 1º no hablan, lamentablemente de solidaridad y caridad. Hablan de la seguridad. “La Casa Blanca –dice un párrafo– considera que si la inestabilidad en democracias en formación se produce, podría tener consecuencias para la seguridad nacional de los Estados Unidos”.

La directora de la oficina de política sobre el SIDA del gobierno estadounidense, dijo que la enfermedad se ha propagado de tal manera “que en los próximos años amenazaría con desestabilizar naciones y economías en continentes enteros”.

El presidente Clinton creó un grupo de trabajo de enlace para combatir al SIDA y asignó US$ 325 millones para el programa, cuya mayor parte se destinaría al Africa. Solicitará, además, a otros países ricos, en la cumbre europea de mayo y en la reunión del Grupo de los Ocho en julio, más aportes.

Según parece la mayoría de los líderes han aceptado que la epidemia es una amenaza real…

El senador Trent Lott, jefe de la mayoritaria bancada republicana, no se muestra tan sensible como Clinton. En pocas palabras, sostuvo: “No veo al SIDA como una amenaza contra la seguridad nacional”.

Es un criterio que tal vez pueda discutirse. Pero.. ¿acaso preocupa menos una amenaza contra la vida de millones de seres humanos? ¿O los hombres no son bienes tangibles, porque no se cotizan en Wall Street?

Estas noticias promueven a la reflexión. ¿Y la Argentina? ¿Qué pasa con nuestros pobres que no tienen acceso a los costosos cócteles de drogas anti-SIDA? ¿Serán tenidos en cuenta –en el mejor de los casos– si llegan a ser un peligro para la seguridad de la gran república del Norte?

Es algo que debe hacer meditar a nuestros estadistas y movilizar a aquellos que aún creen en la solidaridad humana.

Y que, por otra parte, deben considerar los legisladores cuando sean presionados para aceptar las modificaciones destinadas a modificar la Ley de Patentes. El país elabora algunos remedios usados en la terapéutica específica para el SIDA.

¿Podrá seguir elaborándolos? ¿O deberemos pagar lo que la decisión de quienes monopolizan el derecho a la supervivencia quiera imponer?

Cultura.¿especie en peligro?

Otra especie en riesgo, es la identidad cultural de los pueblos. Algo que preocupó muchos en sus últimos y lúcidos años a Octavio Paz. El profundo ensayista, poeta y novelista mexicano –universal en cultura y en solidaridad humana– temía que la globalización en avance, con la difusión del “pensamiento débil “propio de los tiempos, terminara por atentar contra las especies culturales.

Y llegó a decir, en tono casi profético –los grandes poetas poseen ese don– que la cultura de la humanidad del futuro será la suma de todas las identidades culturales o, en definitiva, no será.

El miércoles 3, mientras la Feria del Libro se celebraba en los terrenos de la Sociedad Rural, en el hotel Sheraton se estaba presentando el proyecto del futuro libro electrónico. Que no es una suerte de versión en tamaño reducido de un lector electrónico unido a una pantalla especial o a una computadora.

Ante el Congreso de la Unión Internacional de Editores, uno de los tecnólogos del Instituto de Tecnología de Massachusetts, explicó: “Imagínense un libro como cualquiera, pero que tiene un microchip que conecta a Internet, donde se recarga. Lo que veremos serán páginas blancas, que se llenarán de texto cuando el lector quiera. Será legible desde cualquier ángulo, no se rompe”.

El libro propuesto se puede hacer sobre plástico, papel o tela. En su lomo, un sistema de botones servirá para elegir la obra que se quiera leer. Tendrá cientos de páginas, puede ser encuadernado en cuero y es fácilmente transportable.

Hay coincidencia, desde Roger Chartier en Francia hasta Giovanni Sartori, en Italia, acerca de que la cultura impresa atraviesa una crisis que amenaza con ser agónica.

Ambos pensadores coinciden en un aspecto: los nuevos medios de comunicación por imágenes no suministran elementos de juicio para que el hombre sin capacidad de abstracción esté en condiciones de juzgar y tomar decisiones.

“El hombre debe su saber y su evolución a la capacidad de abstracción. Casi todo el vocabulario cognoscitivo y teórico consiste en palabras que no tienen correlato con cosas visibles y que no se pueden trasladar ni traducir en imágenes”, dice el italiano.

“El libro tradicional es inmediatamente perceptible en su aspecto físico, es una unidad- En la textualidad electrónica, en cambio, desaparece la forma material. La técnica borra los tradicionales sistemas de percepción y de clasificación de los textos”, sostiene Chartier.

La transmisión de la cultura ha sido el basamento del avance científico, tecnológico, filosófico y ético de la humanidad. La cultura, en definitiva, es vida. Vida plena y digna. El libro ha sido el gran instrumento que catapultó a la humanidad hacia la búsqueda de una mejor calidad de esa vida. Desde que a mediados del siglo XV, como dijera Marshall McLuhan, la imprenta iniciara la “Galaxia Gütenberg”

Un tema para que mediten intelectuales, editores, investigadores y docentes. Algo está en juego también para nosotros, los argentinos. Un punto más para incorporar a la estructura de una estrategia de Estado.

Dos temas que escapan a la actualidad cotidiana de los argentinos surgieron durante la semana. Tienen que ver con dos aspectos substanciales del hombre: la salud y la cultura. Dos elementos que son parte indisoluble de la existencia.

El rico hemisferio Norte toma conciencia de que si las especies vegetales y animales son necesarias para el equilibrio de la biosfera, no es menos importante, claro está, la especie humana. Parte de la cual está amenazada de extinción en los países periféricos al sistema de la opulencia consumista, en particular los que habitan el Africa Negra.

Por aquello de que “no preguntes por quién doblan las campanas; doblan por tí”, este asunto atañe a los argentinos, integrantes del vasto sector del planeta al que la globalización empuja hacia la marginalidad poco a poco.

Washington acaba de clasificar al SIDA como una amenaza a su seguridad nacional. Es que la pandemia se ha difundido con tanta celeridad en los últimos veinte años que los estrategas norteamericanos temen que su dispersión desencadene guerras étnicas, derroquen gobiernos y esterilicen los esfuerzos realizados para evangelizar con la democracia a todos los pueblos.

Alguna vez Juan XXIIII, el buen Papa campesino, con el sentido común propio de su clase social, proclamó que no es fácil llevar la Buena Nueva a los estómagos retorcidos por el hambre. El mensaje era “ayudemos al hombre a vivir con una mínima dignidad, para después hablarle de Dios.

Hace mucho que los políticos y economistas más avanzados en sus ideas –no precisamente marxistas– advertían que las condiciones que imponía la usura financiera a las naciones africanas llevarían al planeta, salvados el tiempo y las condiciones sociales, a repetir el drama de la Peste Negra que diezmó a la Europa medieval.

Parecía un despropósito. Por supuesto ni de pensaba en ese flagelo desconocido entonces, más bien se mencionaba la fiebre amarilla, el cólera, la peste bubónica o alguna enfermedad conocida. Las miserables condiciones de vida de las poblaciones negras del sur del Sahara presagiaban una catástrofe local. Pero el nuevo ordenamiento de la Tierra, con facilidad de transporte, migraciones en constante aumento que comenzaban a superar las fronteras, hizo creer que una epidemia bien podría convertirse en una pandemia. Lo que implica su extensión más allá de todos los límites de los estados nacionales.

Hoy el virus del SIDA infecta ya a más de 50 millones de personas y sigue avanzando en progresión prácticamente geométrica allí donde los más pobres no pueden lograr una calidad de vida adecuada, por falta de trabajo, de salarios dignos, de techo, de agua potable, de asistencia sanitaria.

Porque, entre otras causas, los remedios necesarios para combatirlo son costosísimos, porque las investigaciones también lo son o porque, en definitiva, la industria farmacéutica internacional está signada por Mercurio, al que la mitología griega erigiera como dios del comercio y de los ladrones.

De ese total, murieron –se informa– 16 millones. De los 34 millones que aún sobreviven, 23 millones son africanos, según datos de la Organización Mundial de la Salud. Los expertos creen que los próximos territorios invadidos bien podrían ser parte del Asia y de la ex Unión Soviética.

Sida y democracia

Los despachos fechados en Washington el lunes 1º no hablan, lamentablemente de solidaridad y caridad. Hablan de la seguridad. “La Casa Blanca –dice un párrafo– considera que si la inestabilidad en democracias en formación se produce, podría tener consecuencias para la seguridad nacional de los Estados Unidos”.

La directora de la oficina de política sobre el SIDA del gobierno estadounidense, dijo que la enfermedad se ha propagado de tal manera “que en los próximos años amenazaría con desestabilizar naciones y economías en continentes enteros”.

El presidente Clinton creó un grupo de trabajo de enlace para combatir al SIDA y asignó US$ 325 millones para el programa, cuya mayor parte se destinaría al Africa. Solicitará, además, a otros países ricos, en la cumbre europea de mayo y en la reunión del Grupo de los Ocho en julio, más aportes.

Según parece la mayoría de los líderes han aceptado que la epidemia es una amenaza real…

El senador Trent Lott, jefe de la mayoritaria bancada republicana, no se muestra tan sensible como Clinton. En pocas palabras, sostuvo: “No veo al SIDA como una amenaza contra la seguridad nacional”.

Es un criterio que tal vez pueda discutirse. Pero.. ¿acaso preocupa menos una amenaza contra la vida de millones de seres humanos? ¿O los hombres no son bienes tangibles, porque no se cotizan en Wall Street?

Estas noticias promueven a la reflexión. ¿Y la Argentina? ¿Qué pasa con nuestros pobres que no tienen acceso a los costosos cócteles de drogas anti-SIDA? ¿Serán tenidos en cuenta –en el mejor de los casos– si llegan a ser un peligro para la seguridad de la gran república del Norte?

Es algo que debe hacer meditar a nuestros estadistas y movilizar a aquellos que aún creen en la solidaridad humana.

Y que, por otra parte, deben considerar los legisladores cuando sean presionados para aceptar las modificaciones destinadas a modificar la Ley de Patentes. El país elabora algunos remedios usados en la terapéutica específica para el SIDA.

¿Podrá seguir elaborándolos? ¿O deberemos pagar lo que la decisión de quienes monopolizan el derecho a la supervivencia quiera imponer?

Cultura.¿especie en peligro?

Otra especie en riesgo, es la identidad cultural de los pueblos. Algo que preocupó muchos en sus últimos y lúcidos años a Octavio Paz. El profundo ensayista, poeta y novelista mexicano –universal en cultura y en solidaridad humana– temía que la globalización en avance, con la difusión del “pensamiento débil “propio de los tiempos, terminara por atentar contra las especies culturales.

Y llegó a decir, en tono casi profético –los grandes poetas poseen ese don– que la cultura de la humanidad del futuro será la suma de todas las identidades culturales o, en definitiva, no será.

El miércoles 3, mientras la Feria del Libro se celebraba en los terrenos de la Sociedad Rural, en el hotel Sheraton se estaba presentando el proyecto del futuro libro electrónico. Que no es una suerte de versión en tamaño reducido de un lector electrónico unido a una pantalla especial o a una computadora.

Ante el Congreso de la Unión Internacional de Editores, uno de los tecnólogos del Instituto de Tecnología de Massachusetts, explicó: “Imagínense un libro como cualquiera, pero que tiene un microchip que conecta a Internet, donde se recarga. Lo que veremos serán páginas blancas, que se llenarán de texto cuando el lector quiera. Será legible desde cualquier ángulo, no se rompe”.

El libro propuesto se puede hacer sobre plástico, papel o tela. En su lomo, un sistema de botones servirá para elegir la obra que se quiera leer. Tendrá cientos de páginas, puede ser encuadernado en cuero y es fácilmente transportable.

Hay coincidencia, desde Roger Chartier en Francia hasta Giovanni Sartori, en Italia, acerca de que la cultura impresa atraviesa una crisis que amenaza con ser agónica.

Ambos pensadores coinciden en un aspecto: los nuevos medios de comunicación por imágenes no suministran elementos de juicio para que el hombre sin capacidad de abstracción esté en condiciones de juzgar y tomar decisiones.

“El hombre debe su saber y su evolución a la capacidad de abstracción. Casi todo el vocabulario cognoscitivo y teórico consiste en palabras que no tienen correlato con cosas visibles y que no se pueden trasladar ni traducir en imágenes”, dice el italiano.

“El libro tradicional es inmediatamente perceptible en su aspecto físico, es una unidad- En la textualidad electrónica, en cambio, desaparece la forma material. La técnica borra los tradicionales sistemas de percepción y de clasificación de los textos”, sostiene Chartier.

La transmisión de la cultura ha sido el basamento del avance científico, tecnológico, filosófico y ético de la humanidad. La cultura, en definitiva, es vida. Vida plena y digna. El libro ha sido el gran instrumento que catapultó a la humanidad hacia la búsqueda de una mejor calidad de esa vida. Desde que a mediados del siglo XV, como dijera Marshall McLuhan, la imprenta iniciara la “Galaxia Gütenberg”

Un tema para que mediten intelectuales, editores, investigadores y docentes. Algo está en juego también para nosotros, los argentinos. Un punto más para incorporar a la estructura de una estrategia de Estado.

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