La unión sudamericana, no mucho más que un gesto

Al revés de la Unión Europea o el propio Mercosur, el proyecto de “unión sudamericana” no pasa –por ahora- de lo retórico. Tampoco parece muy promisoria el acta que piensan firmar diez presidentes, el 9 de diciembre en Lima.

15 noviembre, 2004

Fuera de algunos países de la región, el asunto no ha sido tomado en serio por la prensa de las economías centrales ni sus analistas políticos o económicos. Salvo un sagaz comentario en el Frankfurter Allgemeine Zeitung. “Sudámerica empieza donde nosotros terminamos. La Unión Europea –señala el anónimo columnista- venía armándose desde 1957 y, recién este año, abarca un conjunto de economías muy dispares y en diversas etapas de desarrollo”.

Con todo, admite el diario, “esta reciente ampliación encuentra obstáculos que los apresurados sudamericanos debieran observar. Uno de ellos es político: la constitución tiene pobres perspectivas, porque los veinticinco gobiernos no han compatibilizado sus concepciones del futuro. Tampoco coinciden las poblaciones de algunos países con sus propios gobiernos y, por otra parte, hay socios casi sin experiencia democrática”.

El suelto se refiere a Polonia, los estados bálticos o Hungría. En el caso sudamericano, existen notorias disparidades políticas entre Uruguay, Chile y Brasil, por un lado, y el resto. Colombia es un tembladeral cuyo gobierno controla sólo una parte del territorio. Venezuela es una “república bolivariana”, donde parece gestarse un régimen de partido único que, en versiones menos obvias o más tolerantes, Argentina viene ensayando desde 1943. En este plano, el libro del actual canciller chileno es lectura recomendable.

Paraguay, por ejemplo, no llega a ser una economía coherente y su democratización política debe afrontar casi dos siglos de sistemas totalitarios y una sociedad poscolonial (como varias provincias argentinas, de paso). El resto de los países sudamericanos muestra más retrasos económicos, políticos –en particular, regímenes inestables- y sociales que los nuevos socios de la UE y los candidatos en puerta.

La visión alemana parece descarnada, pero es realista. Aun los factores más espectaculares (380 millones de habitantes, 17 millones de kilómetros cuadrados, reservas de materias primas, insumos y alimentos) son muy relativos. El continente sudamericano tiene 230 millones de pobres, entre quienes hay 95 millones de indigentes.

Aparte, 170 millones de habitantes viven con dos dólares diarios, por lo cual es difícil apoyarse en un mercado de consumo, siquiera parecido al chino (que sustenta la primera experiencia mundial de economía de mercado sin democracia). Pero la zona tiene una larga historia de intentos unificadores. Desde los proyectos regionales de José Gervasio Artigas –quizás el más sensato de todos-, Simón Bolívar o el mariscal Santa Cruz hasta los inventos venidos de afuera y hoy extintos o en animación suspendida (Unión Panamericana, OEA, Alianza para el Progreso).

Fuera de algunos países de la región, el asunto no ha sido tomado en serio por la prensa de las economías centrales ni sus analistas políticos o económicos. Salvo un sagaz comentario en el Frankfurter Allgemeine Zeitung. “Sudámerica empieza donde nosotros terminamos. La Unión Europea –señala el anónimo columnista- venía armándose desde 1957 y, recién este año, abarca un conjunto de economías muy dispares y en diversas etapas de desarrollo”.

Con todo, admite el diario, “esta reciente ampliación encuentra obstáculos que los apresurados sudamericanos debieran observar. Uno de ellos es político: la constitución tiene pobres perspectivas, porque los veinticinco gobiernos no han compatibilizado sus concepciones del futuro. Tampoco coinciden las poblaciones de algunos países con sus propios gobiernos y, por otra parte, hay socios casi sin experiencia democrática”.

El suelto se refiere a Polonia, los estados bálticos o Hungría. En el caso sudamericano, existen notorias disparidades políticas entre Uruguay, Chile y Brasil, por un lado, y el resto. Colombia es un tembladeral cuyo gobierno controla sólo una parte del territorio. Venezuela es una “república bolivariana”, donde parece gestarse un régimen de partido único que, en versiones menos obvias o más tolerantes, Argentina viene ensayando desde 1943. En este plano, el libro del actual canciller chileno es lectura recomendable.

Paraguay, por ejemplo, no llega a ser una economía coherente y su democratización política debe afrontar casi dos siglos de sistemas totalitarios y una sociedad poscolonial (como varias provincias argentinas, de paso). El resto de los países sudamericanos muestra más retrasos económicos, políticos –en particular, regímenes inestables- y sociales que los nuevos socios de la UE y los candidatos en puerta.

La visión alemana parece descarnada, pero es realista. Aun los factores más espectaculares (380 millones de habitantes, 17 millones de kilómetros cuadrados, reservas de materias primas, insumos y alimentos) son muy relativos. El continente sudamericano tiene 230 millones de pobres, entre quienes hay 95 millones de indigentes.

Aparte, 170 millones de habitantes viven con dos dólares diarios, por lo cual es difícil apoyarse en un mercado de consumo, siquiera parecido al chino (que sustenta la primera experiencia mundial de economía de mercado sin democracia). Pero la zona tiene una larga historia de intentos unificadores. Desde los proyectos regionales de José Gervasio Artigas –quizás el más sensato de todos-, Simón Bolívar o el mariscal Santa Cruz hasta los inventos venidos de afuera y hoy extintos o en animación suspendida (Unión Panamericana, OEA, Alianza para el Progreso).

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