Aunque Washington no mencione el tema, existen nexos entre las dos primeras crisis petroleras de posguerra (1973/5, 1979/81), cuyos máximos nunca se repitieron a dólares constantes, y la acumulación de endeudamiento externo e interno en Estados Unidos. Estos vínculos fueron obscurecidos porque, entre esas emergencias y hoy, la cantidad de hidrocarburos necesaria para generar un punto del PBI fue cediendo a la mitad.
Este cambio estructural explica que el alza petrolera de 1990/1 fuese menos traumática y la de este año no tenga los efectos temidos. Pero “el endeudamiento es otro cantar”, apunta el analista Daniel Gross en al “Financial Times”. Desde principios de los 70, el gobierno federal ha ido trocando superávit fiscales y de cuenta corriente en crecientes déficit. La adicción de público y fisco a gastar por encima de sus medios y la virtual desaparición del ahorro interno han remplazado los hidrocarburos por el crédito –o sea, el endeudamiento- como combustible de la economía.
No es casual que ese proceso económico y las crisis petroleras se relacionen con lo mismo: la suspensión “sine die” de la convertibilidad oro-dólar, dictada por Richard M.Nixon –un republicano- en enero de 1971. Al soltarse del corsé, la onza de oro voló de US$ 35 a 850 en nueve años. Como contrapartida, los productos primarios tarifados en dólares compraban cada año menos oro (también menos bienes y servicios). Eso explica, de paso, que aquel barril a US$ 73 en 1981 equivalga ahora a 113.
Al cabo de treinta años, entonces, EE.UU, es particularmente vulnerable al costo del dinero. Por ejemplo, si la tasa hipotecaria subiese –como presumen algunos expertos- del actual 5,4% anual a 7,5% en febrero, los propietarios de viviendas compradas a crédito irían a la bancarrota en corto plazo.
“Mejor acostarse sin comer que levantarse con deudas”, prescribía Benjamin Franklin. Poco caso le han hecho. De 1988 a 2000, la razón entre deuda no financiera y producto bruto interno se mantuvo en 1,8 a uno. Pero entre 2001, tras asumir George W.Bush, y 2003 el PBI creció en US$ 1,32 billón, mientras el endeudamiento agregaba 4,2 billones y aquella relación pasó a 3,2%. Dicho de otro modo, cada punto extra en el PBI exige 3,2 de deuda nueva. Jamás había ocurrido esto en la historia del país.
Ahora bien ¿qué ocurre con el crédito financiero? La deuda generada vía préstamos bancarios se ha más que doblado en la década 1994-2003. Técnicamente, su mera existencia no sería fuente de pánico, porque puede considerarse como insumo, o sea inversión en bienes, servicios, etc., necesarios a la expansión económica. Los teóricos lo ven como subproducto y los políticos casi nunca lo ven. Se crea deuda, entonces, porque gobierno, empresas y personal gastan, comercian y producen.
Desde ese ángulo, el abrupto avance del crédito en los últimos años no debiera sorprender ni alarmar. “Cuando los intereses son bajos, la gente tiende a acumular deuda en términos de PBI, pues resulta barato”, señala Bradford DeLong (universidad de California, Berkeley). Aparte, el bajo costo en el servicio hace creer que el aumento de endeudamiento es perfectamente manejable.
Existe al respecto un gigantesco ejemplo. En 1997, cuando la deuda nacional totalizaba US$ 5,4 billones, Washington abonó 356.000 millones en intereses. En 2003, ya con US$ 6,8 billones, el servicio bajó a 318.000 millones (-10,7%). Un contexto de tasas exiguas, armado por Alan Greenspan desde la Reserva Federal, amortiguaba el impacto del creciente endeudamiento, fruto del descontrol gubernamental.
Pero la adicción al crédito –la deuda- para financiar desde casas hasta gastos militares es todo un problema. Cuando ingresos públicos y privados dejen de crecer, los consumidores tendrán dificultades para pagar cuentas y financiamientos. A su vez, restringirán gastos, igual que las empresas. Por ende, la demanda real comenzará a ceder.
“Hasta ahora, la adicción al endeudamiento es más aguda en las familias que en las empresas”, sostiene Benjamin Friedman (Harvard). “Resulta entonces clave que la gente continúe satisfaciendo sus obligaciones financieras. Pero una economía adicta a la deuda es muy vulnerable al repunte de tasas, un hecho inevitable a causa, precisamente, del déficit federal, fuente de endeudamiento publico”.
Los norteamericanos no parecen tomar el asunto en serio. En el primer trimestre de 2004, la deuda crecía a razón de 8,6% anual. Pero las proyecciones del PBI fueron bajando de 4,2 a 2,8% anual durante el primer semestre. A fines de junio, entonces, cada punto extra del PBI exigía cuatro de endeudamiento.
Mientras tanto, el público substituía financiamientos a tasa fija por financiamientos a tasa ajustable. La Mortgage Bankers Association informó que, a mediados de año, la segunda categoría representaba 35% de nuevos préstamos, contra 27% seis meses antes. Los consumidores –cuyas tarjetas de créditos son comúnmente a tasa flotante- y el gobierno (que arbitra entre instrumentos de corto y largo plazos) están haciendo lo mismo.
Por ende, si finalmente suben los tipos de interés, todo el país gastará más en financiar deudas que en comprar bienes y servicios. Dinero caro implica menor consumo y descenso de la demanda real.
Ese apalancamiento general presupone creciente susceptibilidad a “shocks” y crisis exógenas. “A mayor deuda, menor margen de error”, afirma Austin Goolsbee (Chicago). “Organizaciones con escasa deuda pueden soportar varios años adversos, pero a los endeudados las basta uno para orillar el desastre”. El público norteamericano ha acumuladp deudas por US$ 7,5 billones. El fisco, por 6,8 billones.
Aunque Washington no mencione el tema, existen nexos entre las dos primeras crisis petroleras de posguerra (1973/5, 1979/81), cuyos máximos nunca se repitieron a dólares constantes, y la acumulación de endeudamiento externo e interno en Estados Unidos. Estos vínculos fueron obscurecidos porque, entre esas emergencias y hoy, la cantidad de hidrocarburos necesaria para generar un punto del PBI fue cediendo a la mitad.
Este cambio estructural explica que el alza petrolera de 1990/1 fuese menos traumática y la de este año no tenga los efectos temidos. Pero “el endeudamiento es otro cantar”, apunta el analista Daniel Gross en al “Financial Times”. Desde principios de los 70, el gobierno federal ha ido trocando superávit fiscales y de cuenta corriente en crecientes déficit. La adicción de público y fisco a gastar por encima de sus medios y la virtual desaparición del ahorro interno han remplazado los hidrocarburos por el crédito –o sea, el endeudamiento- como combustible de la economía.
No es casual que ese proceso económico y las crisis petroleras se relacionen con lo mismo: la suspensión “sine die” de la convertibilidad oro-dólar, dictada por Richard M.Nixon –un republicano- en enero de 1971. Al soltarse del corsé, la onza de oro voló de US$ 35 a 850 en nueve años. Como contrapartida, los productos primarios tarifados en dólares compraban cada año menos oro (también menos bienes y servicios). Eso explica, de paso, que aquel barril a US$ 73 en 1981 equivalga ahora a 113.
Al cabo de treinta años, entonces, EE.UU, es particularmente vulnerable al costo del dinero. Por ejemplo, si la tasa hipotecaria subiese –como presumen algunos expertos- del actual 5,4% anual a 7,5% en febrero, los propietarios de viviendas compradas a crédito irían a la bancarrota en corto plazo.
“Mejor acostarse sin comer que levantarse con deudas”, prescribía Benjamin Franklin. Poco caso le han hecho. De 1988 a 2000, la razón entre deuda no financiera y producto bruto interno se mantuvo en 1,8 a uno. Pero entre 2001, tras asumir George W.Bush, y 2003 el PBI creció en US$ 1,32 billón, mientras el endeudamiento agregaba 4,2 billones y aquella relación pasó a 3,2%. Dicho de otro modo, cada punto extra en el PBI exige 3,2 de deuda nueva. Jamás había ocurrido esto en la historia del país.
Ahora bien ¿qué ocurre con el crédito financiero? La deuda generada vía préstamos bancarios se ha más que doblado en la década 1994-2003. Técnicamente, su mera existencia no sería fuente de pánico, porque puede considerarse como insumo, o sea inversión en bienes, servicios, etc., necesarios a la expansión económica. Los teóricos lo ven como subproducto y los políticos casi nunca lo ven. Se crea deuda, entonces, porque gobierno, empresas y personal gastan, comercian y producen.
Desde ese ángulo, el abrupto avance del crédito en los últimos años no debiera sorprender ni alarmar. “Cuando los intereses son bajos, la gente tiende a acumular deuda en términos de PBI, pues resulta barato”, señala Bradford DeLong (universidad de California, Berkeley). Aparte, el bajo costo en el servicio hace creer que el aumento de endeudamiento es perfectamente manejable.
Existe al respecto un gigantesco ejemplo. En 1997, cuando la deuda nacional totalizaba US$ 5,4 billones, Washington abonó 356.000 millones en intereses. En 2003, ya con US$ 6,8 billones, el servicio bajó a 318.000 millones (-10,7%). Un contexto de tasas exiguas, armado por Alan Greenspan desde la Reserva Federal, amortiguaba el impacto del creciente endeudamiento, fruto del descontrol gubernamental.
Pero la adicción al crédito –la deuda- para financiar desde casas hasta gastos militares es todo un problema. Cuando ingresos públicos y privados dejen de crecer, los consumidores tendrán dificultades para pagar cuentas y financiamientos. A su vez, restringirán gastos, igual que las empresas. Por ende, la demanda real comenzará a ceder.
“Hasta ahora, la adicción al endeudamiento es más aguda en las familias que en las empresas”, sostiene Benjamin Friedman (Harvard). “Resulta entonces clave que la gente continúe satisfaciendo sus obligaciones financieras. Pero una economía adicta a la deuda es muy vulnerable al repunte de tasas, un hecho inevitable a causa, precisamente, del déficit federal, fuente de endeudamiento publico”.
Los norteamericanos no parecen tomar el asunto en serio. En el primer trimestre de 2004, la deuda crecía a razón de 8,6% anual. Pero las proyecciones del PBI fueron bajando de 4,2 a 2,8% anual durante el primer semestre. A fines de junio, entonces, cada punto extra del PBI exigía cuatro de endeudamiento.
Mientras tanto, el público substituía financiamientos a tasa fija por financiamientos a tasa ajustable. La Mortgage Bankers Association informó que, a mediados de año, la segunda categoría representaba 35% de nuevos préstamos, contra 27% seis meses antes. Los consumidores –cuyas tarjetas de créditos son comúnmente a tasa flotante- y el gobierno (que arbitra entre instrumentos de corto y largo plazos) están haciendo lo mismo.
Por ende, si finalmente suben los tipos de interés, todo el país gastará más en financiar deudas que en comprar bienes y servicios. Dinero caro implica menor consumo y descenso de la demanda real.
Ese apalancamiento general presupone creciente susceptibilidad a “shocks” y crisis exógenas. “A mayor deuda, menor margen de error”, afirma Austin Goolsbee (Chicago). “Organizaciones con escasa deuda pueden soportar varios años adversos, pero a los endeudados las basta uno para orillar el desastre”. El público norteamericano ha acumuladp deudas por US$ 7,5 billones. El fisco, por 6,8 billones.