Krugman, Stiglitz, Rubin y Mankiw en otra polémica

El caso argentino sigue en boga. Hoy, algunos economistas lo ponen como muestra de qué puede ocurrirle a EE.UU. Justo cuando Washington presiona para que Buenos Aires retome la apertura económica y financiera que llevó al desastre de 2001.

7 enero, 2004

Como recuerdan Joseph Stiglitz en el “Financial Times” y Paul Krugman
en el “New York Times”, Argentina fue niña mimada de inversores,
banqueros y especuladores entre 1990 y 2001. “Analistas y firma de valores
ignoraban los déficit fiscal y comercial en auge. Confiaban en que una
política -la de Domingo F. Cavallo- aperturista y pro mercado eventualmente
superase esos problemas”.

Por ello, el entonces presidente prometía “convertibilidad y dólar
a un peso para siempre”. Cavallo, claro, sabía que no sería
así. Por eso le prohibió por decreto a la AFJP de Banco Nación
ofrecer a sus clientes aportes en dólares. Pocos advirtieron la maniobra.
Mucho menos, los mismos analistas, columnistas y gurúes que -ahora- descubren
los graves errores de ese programa.

Al desplomarse la confianza, señala Krugman, “se vio que tanto
optimismo era insensato. Otrora modelo del nuevo orden económico, Argentina
se hizo sinónimo de catástrofe”. En la presente fase, apunta
Stiglitz, “se endiosa a China sin explicar los problemas reales de una
economía todavía periférica. Así como se pasaba
por alto la corrupción sistémica argentina, se tolera un régimen
autoritario de partido único. El mismo que justificó la invasión
de Irak”.

Según apuntan Krugman y Stiglitz, “quienes venimos advirtiendo
que la irresponsabilidad de las políticas fiscales y monetarias pueden
conducirnos a un desastre como el argentino hemos sido tachados de agitadores
e histéricos. Como si los mercados no lo fueran…”

Pero pocos le aplicarían esos calificativos a Robert Rubin, secretario
de Hacienda en tiempos demócratas. Por el contrario, su capacidad de
mantener la calma en medio de una crisis y tranquilizar al mercado es legendaria.
Ocurre que Rubin se ha sumado a Krugman, Robert Kuttner y los otros.

En un trabajo presentado días atrás a la American Economic Association
(AEA), Rubin, Peter Orszag (Brookings) y el gurú financiero Allan Sinai
se suman a los críticos de la gestión Bush. “EE.UU. sufre
actualmente -puntualizan- enormes déficit en presupuesto y balanza comercial.
Las fuentes oficiales sostienen que esos rojos irán declinando en el
tiempo, pero carecen de fundamentos concretos”.

Por el contrario, “toda proyección realista revela una acumulación
fenomenal de deuda durante la década 2004-13. Ésta se acelerará
cuando la generación nacida en la posguerra empiece a jubilarse masivamente”.

Estos datos tan convencionales e irrebatibles son anatema para los apólogos
del gobierno Bush, dentro y fuera de EE.UU. Washington “insiste en que
tiene un plan para eliminar medio déficit fiscal, que pasó a US$
450.000 millones en el ejercicio 2003 -subraya Krugman-, pero Rubin y sus colegas
temen un desenlace catastrófico”.

En efecto, el estudio entregado a la AEA sostiene: “Los sustanciales déficit
en aumento pueden perjudicar severamente expectativas y confianza en la economía.
A su vez, eso generará un ciclo negativo autónomo cifrado en el
déficit fiscal subyacente, los mercados de riesgo y la economía
real”.

Los costos potenciales y los efectos de semejante desmadre fiscal y financiero
“son fuertes razones para evitar que el déficit se profundice”.
En otras palabras: la gestión fiscal norteamericana parece seguir las
huellas argentinas. Lo curioso de esta polémica es que la monografía
Rubin-Orszag-Sinai tome como antecedente un trabajo de Laurence Ball y Gregory
Mankiw (1995), orientado en igual sentido.

Pero, actualmente, Mankiw encabeza el Consejo de Asesores Económicos
de George W. Bush. Por ende, está obligado a apoyar las políticas
de su jefe y los secretarios de Hacienda (John Snow) y Defensa (Donald Rumsfeld).
Condicionadas a un doble paquete de rebajas impositivas (US$ 2,35 billones en
2001-12) y a crecientes gastos militares.

Tanto el análisis Ball-Mankiw como el de Rubin-Orszag-Sinai de afirmar
que “ya no existe la histórica inmunidad de economías centrales,
por ejemplo la nuestra, a crisis financieras originadas en el mundo emergente
o subdesarrollado”. Por su parte, Krugman advierte que “los mercados
nos dan el beneficio de la duda sólo si ven que estamos haciendo lo correcto
para controlar el déficit y pagar los costos políticos necesarios.
Inclusive Ronald Reagan aumentó impuestos y tasas cuando el déficit
se fue a las nubes. Pero Bush no quiere saber nada de costos políticos
mientras se juega la reelección”.

Como recuerdan Joseph Stiglitz en el “Financial Times” y Paul Krugman
en el “New York Times”, Argentina fue niña mimada de inversores,
banqueros y especuladores entre 1990 y 2001. “Analistas y firma de valores
ignoraban los déficit fiscal y comercial en auge. Confiaban en que una
política -la de Domingo F. Cavallo- aperturista y pro mercado eventualmente
superase esos problemas”.

Por ello, el entonces presidente prometía “convertibilidad y dólar
a un peso para siempre”. Cavallo, claro, sabía que no sería
así. Por eso le prohibió por decreto a la AFJP de Banco Nación
ofrecer a sus clientes aportes en dólares. Pocos advirtieron la maniobra.
Mucho menos, los mismos analistas, columnistas y gurúes que -ahora- descubren
los graves errores de ese programa.

Al desplomarse la confianza, señala Krugman, “se vio que tanto
optimismo era insensato. Otrora modelo del nuevo orden económico, Argentina
se hizo sinónimo de catástrofe”. En la presente fase, apunta
Stiglitz, “se endiosa a China sin explicar los problemas reales de una
economía todavía periférica. Así como se pasaba
por alto la corrupción sistémica argentina, se tolera un régimen
autoritario de partido único. El mismo que justificó la invasión
de Irak”.

Según apuntan Krugman y Stiglitz, “quienes venimos advirtiendo
que la irresponsabilidad de las políticas fiscales y monetarias pueden
conducirnos a un desastre como el argentino hemos sido tachados de agitadores
e histéricos. Como si los mercados no lo fueran…”

Pero pocos le aplicarían esos calificativos a Robert Rubin, secretario
de Hacienda en tiempos demócratas. Por el contrario, su capacidad de
mantener la calma en medio de una crisis y tranquilizar al mercado es legendaria.
Ocurre que Rubin se ha sumado a Krugman, Robert Kuttner y los otros.

En un trabajo presentado días atrás a la American Economic Association
(AEA), Rubin, Peter Orszag (Brookings) y el gurú financiero Allan Sinai
se suman a los críticos de la gestión Bush. “EE.UU. sufre
actualmente -puntualizan- enormes déficit en presupuesto y balanza comercial.
Las fuentes oficiales sostienen que esos rojos irán declinando en el
tiempo, pero carecen de fundamentos concretos”.

Por el contrario, “toda proyección realista revela una acumulación
fenomenal de deuda durante la década 2004-13. Ésta se acelerará
cuando la generación nacida en la posguerra empiece a jubilarse masivamente”.

Estos datos tan convencionales e irrebatibles son anatema para los apólogos
del gobierno Bush, dentro y fuera de EE.UU. Washington “insiste en que
tiene un plan para eliminar medio déficit fiscal, que pasó a US$
450.000 millones en el ejercicio 2003 -subraya Krugman-, pero Rubin y sus colegas
temen un desenlace catastrófico”.

En efecto, el estudio entregado a la AEA sostiene: “Los sustanciales déficit
en aumento pueden perjudicar severamente expectativas y confianza en la economía.
A su vez, eso generará un ciclo negativo autónomo cifrado en el
déficit fiscal subyacente, los mercados de riesgo y la economía
real”.

Los costos potenciales y los efectos de semejante desmadre fiscal y financiero
“son fuertes razones para evitar que el déficit se profundice”.
En otras palabras: la gestión fiscal norteamericana parece seguir las
huellas argentinas. Lo curioso de esta polémica es que la monografía
Rubin-Orszag-Sinai tome como antecedente un trabajo de Laurence Ball y Gregory
Mankiw (1995), orientado en igual sentido.

Pero, actualmente, Mankiw encabeza el Consejo de Asesores Económicos
de George W. Bush. Por ende, está obligado a apoyar las políticas
de su jefe y los secretarios de Hacienda (John Snow) y Defensa (Donald Rumsfeld).
Condicionadas a un doble paquete de rebajas impositivas (US$ 2,35 billones en
2001-12) y a crecientes gastos militares.

Tanto el análisis Ball-Mankiw como el de Rubin-Orszag-Sinai de afirmar
que “ya no existe la histórica inmunidad de economías centrales,
por ejemplo la nuestra, a crisis financieras originadas en el mundo emergente
o subdesarrollado”. Por su parte, Krugman advierte que “los mercados
nos dan el beneficio de la duda sólo si ven que estamos haciendo lo correcto
para controlar el déficit y pagar los costos políticos necesarios.
Inclusive Ronald Reagan aumentó impuestos y tasas cuando el déficit
se fue a las nubes. Pero Bush no quiere saber nada de costos políticos
mientras se juega la reelección”.

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