Irak: Tenet acusa al gobierno de mentir y se habla de juicios políticos

La muerte dudosa de un inspector de armas inglés, la detección de uranio enriquecido en Irán y los cargos de George Trenet (CIA) a su propio gobierno complican todo. Con el riesgo norcoreano en alza, Washington apela a Rusia y Alemania.

19 julio, 2003

Al parecer, los documentos fraguados por diplomáticos africanos fueron a la inteligencia italiana y se enviaron a Washington “para quedar bien”. La Procuración de la República, el Parlamento y el subsecretario de Inteligencia, Gianni Letta, investigan los falsos datos sobre compras iraquíes de uranio.

Mientras tanto, en EE.UU., Tenet -jefe de la CIA, acusado de mentirle al Congreso sobre armas de destrucción masiva- sostuvo ante un comité bicameral que la Casa Blanca era responsable por denuncias “sin fundamentos” contra Saddam. Pero lo más perjudicial para George W.Bush y sus aspiraciones reelectorales apareció en las pantallas de la TV: desde Irak, militares de uniforme criticaron al presidente y pidieron la renuncia del secretario de Defensa (Donald Rumsfeld). Al mismo tiempo, un grupo de ex agentes de la CIA radicaba una demanda contra Richard Cheney, en tanto empezaban a hablarse de “impeachment” (juicio político) al vicepresidente y al propio Bush.

En Italia, los papeles comprometedores fueron declarados “secretos” por orden de Silvio Berlusconi. “El gobierno insiste en congraciarse con Washington”, explicaba Vincent Canistraro, ex enlace de la CIA en Roma. Tras los ataques terroristas de 2001, “se sabía que Irak era clave para Bush, aunque no hubiese pruebas de sus conexiones con al Qa’eda”.

Respecto de los documentos fraguados, Canistraro sostiene que “el Poder Ejecutivo italiano fue informado por el servicio secreto militar, como es lógico. Ignoro en qué nivel se manejó la entrega, pero no era inferior al ministerial. En cuanto a nuestro gobierno, probablemente la Casa Blanca y el Pentágono conocieran el origen de esos informes”. En Roma, se sabe ya que los datos falsos se fabricaron en una casa de departamentos… a fines de 2001. O sea, cuando el doble ataque terrorista generaba en EE.UU. una “santa furia” en provecho del gobierno. Los funcionarios del África subsahariana “son mal pagados porque, en sus países, la corrupción es una forma de vida y negocios. Eso explica que un diplomático haya vendido documentos fraguados”.

A todo esto, el apoyo público a Bush ha cedido a 48%, la disconformidad con la gestión de posguerra alcanza a 57% y esta guerra cuesta ya más vidas norteamericanas que la anterior. “Hubo un amplio plan de inteligencia corrupta y politizada”, denunció Paul Krugman en el “New York Times”, describiendo presiones sobre el general Wesley Clark –septiembre y octubre de 2001- para vincular los atentados con Saddam. Más tarde, Rumsfeld recomendaba “barrer con todo en Irak. Haya o relación con bin Laden”. Al respecto, Gregory Thielemann (ex agente de inteligencia) reveló que –a fines de 2002- su división había dictaminado que Saddam no tenía nexos con al Qa’eda.

Los problemas no terminan ahí: un tercio del ejército (casi 200.000) está en Irak, mientras Washington amenaza con atacar Norcorea, cuyas propias fuerzas terrestres pasan de 500.000 efectivos. Esto sin contar con que la posguerra puede insumirle US$ 100.000 millones en el corto plazo a un erario cuyo déficit 2003 se proyecta ya en US$ 455.000 millones. Ello explica que, súbitamente, Washington trate de “internacionalizar” la posguerra requiriendo cooperación activa a Rusia y Alemania, mientras Saddam declara la guerra santa (carece de facultades para eso) y se sospecha que hay 50.000 guerrilleros hostigando a los ocupantes. Por su parte, Moscú y Beijing ven serios riesgos bélicos en Corea.

Al parecer, los documentos fraguados por diplomáticos africanos fueron a la inteligencia italiana y se enviaron a Washington “para quedar bien”. La Procuración de la República, el Parlamento y el subsecretario de Inteligencia, Gianni Letta, investigan los falsos datos sobre compras iraquíes de uranio.

Mientras tanto, en EE.UU., Tenet -jefe de la CIA, acusado de mentirle al Congreso sobre armas de destrucción masiva- sostuvo ante un comité bicameral que la Casa Blanca era responsable por denuncias “sin fundamentos” contra Saddam. Pero lo más perjudicial para George W.Bush y sus aspiraciones reelectorales apareció en las pantallas de la TV: desde Irak, militares de uniforme criticaron al presidente y pidieron la renuncia del secretario de Defensa (Donald Rumsfeld). Al mismo tiempo, un grupo de ex agentes de la CIA radicaba una demanda contra Richard Cheney, en tanto empezaban a hablarse de “impeachment” (juicio político) al vicepresidente y al propio Bush.

En Italia, los papeles comprometedores fueron declarados “secretos” por orden de Silvio Berlusconi. “El gobierno insiste en congraciarse con Washington”, explicaba Vincent Canistraro, ex enlace de la CIA en Roma. Tras los ataques terroristas de 2001, “se sabía que Irak era clave para Bush, aunque no hubiese pruebas de sus conexiones con al Qa’eda”.

Respecto de los documentos fraguados, Canistraro sostiene que “el Poder Ejecutivo italiano fue informado por el servicio secreto militar, como es lógico. Ignoro en qué nivel se manejó la entrega, pero no era inferior al ministerial. En cuanto a nuestro gobierno, probablemente la Casa Blanca y el Pentágono conocieran el origen de esos informes”. En Roma, se sabe ya que los datos falsos se fabricaron en una casa de departamentos… a fines de 2001. O sea, cuando el doble ataque terrorista generaba en EE.UU. una “santa furia” en provecho del gobierno. Los funcionarios del África subsahariana “son mal pagados porque, en sus países, la corrupción es una forma de vida y negocios. Eso explica que un diplomático haya vendido documentos fraguados”.

A todo esto, el apoyo público a Bush ha cedido a 48%, la disconformidad con la gestión de posguerra alcanza a 57% y esta guerra cuesta ya más vidas norteamericanas que la anterior. “Hubo un amplio plan de inteligencia corrupta y politizada”, denunció Paul Krugman en el “New York Times”, describiendo presiones sobre el general Wesley Clark –septiembre y octubre de 2001- para vincular los atentados con Saddam. Más tarde, Rumsfeld recomendaba “barrer con todo en Irak. Haya o relación con bin Laden”. Al respecto, Gregory Thielemann (ex agente de inteligencia) reveló que –a fines de 2002- su división había dictaminado que Saddam no tenía nexos con al Qa’eda.

Los problemas no terminan ahí: un tercio del ejército (casi 200.000) está en Irak, mientras Washington amenaza con atacar Norcorea, cuyas propias fuerzas terrestres pasan de 500.000 efectivos. Esto sin contar con que la posguerra puede insumirle US$ 100.000 millones en el corto plazo a un erario cuyo déficit 2003 se proyecta ya en US$ 455.000 millones. Ello explica que, súbitamente, Washington trate de “internacionalizar” la posguerra requiriendo cooperación activa a Rusia y Alemania, mientras Saddam declara la guerra santa (carece de facultades para eso) y se sospecha que hay 50.000 guerrilleros hostigando a los ocupantes. Por su parte, Moscú y Beijing ven serios riesgos bélicos en Corea.

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