<p>Rodeado por alambrados de púas con docenas de tanques en los accesos y tropas en los techos, el edificio se mantuvo indemne durante las interminables escaramuzas ulteriores. El pretexto era que Estados Unidos deseaba “proteger recursos vitales del país”, según altos funcionarios. Empezando por el entonces vicepresidente Richard Cheney, operador de Halliburton (firma cuyas subsidiarias obtenían un jugoso contrato tras otro).<br />
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Pero el papel de Cheney y la actitud de los militares inspiraban una sospecha clave. La invasión y el derrocamiento del laico Saddam Huséin obedecían no a la necesidad de acabar con el terrorismo profesional de al Qa’eda –tan enemiga de Bagdad como de occidente-, sino a un compromiso entre Washington, Londres y los grandes grupos petroleros.<br />
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En verdad, el sesgo desfavorable que luego caracterizó las operaciones fue postergando las expectativas del negocio. Ataques, sabotajes, violencia civil, falta de inversiones y corrupción rampante (rasgo árabe que no desapareció bajo los virreyes estadounidenses) devastaron la actividad. En ocho años de ocupación, Irak no ha recobrado niveles productivos anteriores, cuanto era el tercer exportador de la OPEP. <br />
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Hasta su caída, el régimen ba’athí prosperaba merced a los ingresos petroleros. Hoy, la puja por controlar el sector (cuyas reservas son sólo inferiores a las de Rusia, Saudiarabia e Irán) amenaza con hacer pedazos la unidad en la posguerra. Máxime si EE.UU. sigue amparando a los kurdos.<br />
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Por supuesto, la distribución geográfica de esos recursos es desigual entre las áreas controladas por la mayoría shi’ita, la minoría sunnita –trabadas en guerra civil- y los kurdos. Por ende, el destino político general es clave en materia de hidrocarburos. Incapaz de contener el conflicto y remiso a encarar una retirada en serio, Washington aún presiona al endeble parlamento iraquí para forzar una ley que replantee una redistribución de la renta petrolera aceptable a los tres grupos. La idea no es mala.</p>
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Quienes promueven esa salida, entre ellos cabilderos del negocio, presumen que una reforma consensuada podría desactivar la propia guerra civil, particularmente tras el retiro ordenado de tropas ocupantes. Pero el conventillo parlamentario en Bagdad traba lo que bien pudiera ser una ley decisiva. Al respecto, cabe recordar que Saddam estaba avanzado hacia una apertura petrolera, interesado en que las grandes compañías rompiesen con el bloqueo impuesto desde 1991 por Naciones Unidas.<br />
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El dictador y el gobierno actual pretendían y pretenden básicamente lo mismo: revertir la nacionalización de hidrocarburos dictada en 1972 por Ajmán Hasán al Bakr, un general ocasionalmente en el poder. Era un visionario, pues al año siguiente la Opep desató la primera crisis de precios.<br />
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Si bien una legislación moderna y flexible proporcionará un marco jurídico adecuado a los intereses internacionales (anglosajones y holandeses, en especial), varios directivos empresarios estiman que “el despegue inversor sigue distante. Todos estamos pendientes de Irak, pero la situación local debiera mejorar muchísimo en materia de seguridad, antes de adoptar decisiones”. Así señalaba en 2005 un informe interno de British Petroleum.<br />
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Como se sabe, los riegos mineros en exploración y explotación exigen un horizonte mínimo de cinco años, en cualquier parte del planeta. Aunque las petroleras están habituadas a trabajar en contextos tan duros como Nigeria (otra guerra civil, piratería y secuestros extorsivos) o Indonesia, Irak empequeñece todo antecedente al respecto. Por lo menos desde la cruenta guerra con Iran –años 80- y la subsiguiente guerra del golfo Pérsico (1991). <br />
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A diferencia de la guerra civil argelina de los años 90, tras la cual el fortalecimiento del gobierno y sus fuerzas armadas atrajeron de vuelta capitales externos, Irak tiene un régimen contestado por guerrilleros y facciones. En tanto, al fracaso de EE.UU. le ha arrebatado la hegemonía militar en el mundo: casi nadie cree que Washington o la OTAN pueda atacar Irán, porque ya retrocede también en Afganistán-Pakistán. <br />
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De acuerdo con el grupo de estudios bipartidario sobre Irak (encabezado por el republicano James Baker y el demócrata Lee Hamilton), el país está extrayendo apenas 2.200.000 barriles diarios –poco más que Sudán- y exportando 1.500.00 b/d. El segundo guarismo está lejos de la pauta oficial (2.500.000) y más aún del potencial previo a 2003. Otro informe, del ministerio de hidrocarburos, señala que el país ha perdido más de US$ 24.700 millones en ingresos petroleros potenciales, por inestabilidad, violencia a las personas y sabotajes a ductos.</p>