Ido Alberto González, fiscal general, a George W.Bush sólo le queda Richard Cheney

Era el último incondicional de Bush. Su gestión fue muy controvertida –defendió hasta el fin los abusos en Guantánamo- y no faltaron escándalos. Su carrera la hizo apoyándose en el ultraconservadurismo. Ahora, resta el vicepresidente Cheney.

28 agosto, 2007

De hecho, las presiones por su defenestramiento se sucedían desde enero, pero se estrellaban contra la tozudez presidencial. Ahora, crece una sensación de vacío de poder en la Casa Blanca, aunque les queden aún más de dieciséis meses de mandato a Bush y Cheney.

González se despidió del cargo con una declaración de circunstancia. Ni siquiera mencionó a un potencial sucesor. Entretanto, el procurador general Paul Clement actuará como substituto provisional. Algunos observadores estiman que el cargo recaerá en Michael Chertoff, polémico secretario de seguridad interior, Lawrence Thomson –ex segundo de González- o Christopher Cox.

Los dos últimos candidatos serían elecciones curiosas: Thompson es vicepresidente de PepsiCo y Cox encaabeza la Securities & exchange commission (SEC, comisión de valores). ¿Quién abandonaría puestos tan estables para desempeñar uno que durará apenas dieciséis meses? La vieja magia de Bush no funciona desde la derrota parlamentaria de noviembre.

Fiel a Bush, González estuvo en el centro de un incendio político, generado en el despido de ocho fiscales en 2006. En el congreso, se sostuvo que eso obedecía a razones políticas y se relacionaba con intentos locales de fraude durante la campaña electoral de ese año.

En rigor, gente allegada al dimitente pretendía poner en comisión al casi centenar de fiscales federales, para luego reorganizar el fuero a medida del ejecutivo. El caso ponía a González en riesgo de ser acusado de perjurio por sus declaraciones parlamentarias. “Fue una puja dura y difícil, pero el ex secretario de justicia hizo bien en abandonar el campo”, señaló el senador Charles Schumer demócrata, Nueva York). Desde la caída de Donald Rumsfeld (defensa), ningún miembro del gabinete se fue porque lo quisiera, sino obligado por los acontecimientos.

González es en sí una contracción, sino algo peor, un desclasado. Hijo de mexicanos ilegales, ha sido uno de los máximos promotores de políticas duras hacia los inmigrantes cetrinos y de habla castellana (idioma que prohíbe usar en su casa). Lo irónico es que tejano Bush y su hermano floritano, Jeb, lo hablen bastante bien.

Este extraño personaje acompañaba al presidente desde 2001. Pero sus desventuras no terminan. Henry Reid, jefe de la mayoría senatorial demócrata, señalaba que ”el congreso debe legar al fondo del descalabro creado por González. No sólo el manoseo de fiscales sino, especialmente, las facultades extraordinarias que se arrogó el propio Bush”. Esto alude a la invasión de Irak y una peligrosa idea del ex secretario de justicia: “la guerra contra el terrorismo modificó la estructura constitucional del país”. La esgrimió para justificar la tortura (Guantánamo, Abú Ghteib) y los vuelos secretos de la CIA, paseando presos ilegales por media Europa, con complicidada de varios gobiernos.

De hecho, las presiones por su defenestramiento se sucedían desde enero, pero se estrellaban contra la tozudez presidencial. Ahora, crece una sensación de vacío de poder en la Casa Blanca, aunque les queden aún más de dieciséis meses de mandato a Bush y Cheney.

González se despidió del cargo con una declaración de circunstancia. Ni siquiera mencionó a un potencial sucesor. Entretanto, el procurador general Paul Clement actuará como substituto provisional. Algunos observadores estiman que el cargo recaerá en Michael Chertoff, polémico secretario de seguridad interior, Lawrence Thomson –ex segundo de González- o Christopher Cox.

Los dos últimos candidatos serían elecciones curiosas: Thompson es vicepresidente de PepsiCo y Cox encaabeza la Securities & exchange commission (SEC, comisión de valores). ¿Quién abandonaría puestos tan estables para desempeñar uno que durará apenas dieciséis meses? La vieja magia de Bush no funciona desde la derrota parlamentaria de noviembre.

Fiel a Bush, González estuvo en el centro de un incendio político, generado en el despido de ocho fiscales en 2006. En el congreso, se sostuvo que eso obedecía a razones políticas y se relacionaba con intentos locales de fraude durante la campaña electoral de ese año.

En rigor, gente allegada al dimitente pretendía poner en comisión al casi centenar de fiscales federales, para luego reorganizar el fuero a medida del ejecutivo. El caso ponía a González en riesgo de ser acusado de perjurio por sus declaraciones parlamentarias. “Fue una puja dura y difícil, pero el ex secretario de justicia hizo bien en abandonar el campo”, señaló el senador Charles Schumer demócrata, Nueva York). Desde la caída de Donald Rumsfeld (defensa), ningún miembro del gabinete se fue porque lo quisiera, sino obligado por los acontecimientos.

González es en sí una contracción, sino algo peor, un desclasado. Hijo de mexicanos ilegales, ha sido uno de los máximos promotores de políticas duras hacia los inmigrantes cetrinos y de habla castellana (idioma que prohíbe usar en su casa). Lo irónico es que tejano Bush y su hermano floritano, Jeb, lo hablen bastante bien.

Este extraño personaje acompañaba al presidente desde 2001. Pero sus desventuras no terminan. Henry Reid, jefe de la mayoría senatorial demócrata, señalaba que ”el congreso debe legar al fondo del descalabro creado por González. No sólo el manoseo de fiscales sino, especialmente, las facultades extraordinarias que se arrogó el propio Bush”. Esto alude a la invasión de Irak y una peligrosa idea del ex secretario de justicia: “la guerra contra el terrorismo modificó la estructura constitucional del país”. La esgrimió para justificar la tortura (Guantánamo, Abú Ghteib) y los vuelos secretos de la CIA, paseando presos ilegales por media Europa, con complicidada de varios gobiernos.

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