lunes, 30 de diciembre de 2024

Estados y territorios inviables ¿una nueva amenaza mundial?

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Casi dos mil millones viven en países al borde del colapso. Esto no es nuevo, pero lo pone sobre el tapete un nuevo indicador que define “estados fracasados”. No sin reminiscencias maltusianaa que remiten a los años 70.

Estados Unidos se halla hoy amenazado no por potencias que le disputan espacios, sino por países que han fracasado como tales. Uno de los síntomas es el terrorismo globalizado, que golpea –desde esas bases- al resto del planeta. Este cuadro ya había sido descripto en un informe sobre estrategia de seguridad nacional (Washington, 2002).

Para una potencia cuya política exterior estuvo casi todo el siglo XX dominada por la puja con rivales estilo Alemania, Japón o la Unión Soviética, el surgimiento de tantos países parias causa cierto asombro. No debiera hacerlo, pues –hace más de treinta años- Washington promovía el control compulsivo de natalidad en áreas muy retrasadas de Latinoamérica (sobre todo en Bolivia, Perú y Méjico), vía el “Cuerpo de Paz”, para reducir riesgos de subversión o estallidos sociales. Por entonces, la idea era frenar el crecimiento vegerativo de poblaciones sin futuro social ni económico, un concepto que oscilaba entre Malthus y Spencer.

Ya en año pasado, el presidente Jacques Chirac aludía a “los riesgos creados al equlibrio global por países frustrados o inviables”. Los mismos líderes que solían preocuparse por quienes acumulaban poder, lo hacen hoy por quienes lo pierden. Por supuesto, el presidente francés pensaba en esas partes de África que sufrieron una coloniuzación predadora y llegaron a la independencia dentro de límites inventados por los europeos.

Esos procesos no eran nuevos. En la segunda mitad del siglo XIX, Gran Bretaña necesitaba frustrar el desarrollo industrial de Paraguay y reconvertirlo en una economìa primaria. Apeló a sus títeres de Brasil, Argentina y Uruguay. La guerra resultante redujo Paraguay a un ejemplo clásico de estado fracasado. Similar fin tuvo, en el tercer cuarto del siglo XX, la intervención soviética para impedir que Cuba diversificase su producción.

Ya en el siglo XXI, los países frustrados pasan de la periferia al centro de los desvelos geopolìticos. Durante la Guerra Fría, esos casos se veían por el prisma de conflictos entre superpotencias y se les restaba relevancia. En los años 90, el problema era de tipo humanitario y hacía a derechos humanos. Poco a poco, empero, la superpotencia remanente comenzaba a ocuparse e intervenía en Somalía –un desastre-, Afganistán, Haití (ambos casos todavía en curso), la ex Yugoslavia –fue preciso el auxilio de la Unión Europea- y, ahora, Irak, donde no se vislumbre una salida virtuosa.

En poco tiempo, los países parias han pasado a primer plano, seguramente porque habita en ellos más de 25% de la población mundial y son bases para el terrorismo global, el narcotráfico mayorista, el contrabando y el negocio ilícito de armas. Un “histórico” como Paraguay opera en las cuatro actividades.

Ahora bien ¿qué es exactamente un país fracasado? No siempre es fácil dar definiciones claras. Por supuesto, lo es un estado cuyo gobierno ha perdido autoridad (“imperium”) y el monopolio de la fuerza. Pero hay síntomas más complejos, entre ellos la falta de moneda, de autoridad para adoptar e imponer medidas o de capacidad para hacer funcionar los servicios públicos, educación y seguridad inclusive.

En otros países, la gente debe acudir al mercado informal para cubvrir sus necesidades, deja de pagar impuestos, se lanza a la desobediencia civil en gran escala o se arma. La intervención exógena puede ser tanto signo como detonante del colapso, pues un estado en falencia puede ser sujeto a restricciones involuntarias a su soberanía, sanciones económicas o presencia de tropas extranjeras.

¿Cuántos paìses corren esos riesgos? El Banco Mundial identificó en 2004 treinta “estados pobres en emergencia”. A su vez, el departamento británico para desarrollo internacional eleva a 46 el número de “países frágiles”. Hace poco, un informe pedido por la CIA estimaba en veinte los estados en licuación.

Para trazar un cuadro más preciso, el Fondo para la Paz –grupo investigador en apariencia independiente- y “Foreign Policy”, una revista conservadora, han encarado un censo mundial de estados débiles y fracasados. Aplicando doce parámetros sociales, económicos, políticos y militares, elaboraron un índice ponderado sobre sesenta países. Esto ofrece un perfil del “nuevo malestar global” y demuestra que los problemas son mucho más graves de cuanto solía suponerse.

Básicamente, el indicador diagnostica inestabilidades de diverso tipo. Así, en Congo-Kinshasa, Sudán o Somalía, el colapso del estado central data de años y se manifiesta en guerras tribales, hambre, epidemias, endemias, masas de refugiados y masacres étnicas o religiosas. En otros casos, las señales son menos tajantes, la corrosión aún no se torna visible y la crisis está larvada.

Los conflictos pueden concentrarse en territorios que buscan autonomía o secesión (Rusia, Filipinas, Indonesia, India, Tailandia). En otros países, la inestabilidad adopta la forma de guerras episódicas, mafias de drogas o armas, señores de la guerra que controlan áreas (Afganistán, Colombia, Angola, Congo-Kinshasa). A veces, un estado se derrumba de golpe pero, más a manudo, atraviesa un lento, persistente deterioro de instituciones políticas, sociales y económicas (Zimbabwe, Sierra Leona o Guinea son ejemplos).

Algunos países que emergen de crisis están en peligro de recaer (nuevamente, Angola, Sierra Leona más Liberia, Somalía, Rwanda y Burundi). Según el Banco Mundial, en cinco años la mitad de los estados que habían salido de guerras civiles recae en el mismo fenómeno y orillan el colapso (Haití, Liberia, Comores).

Los diez países en mayor riesgo, de acuerdo con el trabajo publicado por “Foreign Policy”, ya han manifestado claros síntomas de fracaso sistémico. En la actualidad, Costa de Marfil –cortado en dos por la guerra civil, ante la impotencia francesa- es el más expuesto a la desintegración. Lo siguen Congo-Kinshasa, Sudán, Irak, Somalía, Sierra Leona, Chad, Yemén, Liberia y Haití. El índice incluye otros menos críticos, pero en diversos grados de riesco. Por ejemplo, Zimbabwe (puesto 12),Bangladesh (17), Bolivia (24), Guatemala (31), Paraguay (35), Egipto (38), Saudiarabia (45) o Rusia (59).

¿Cuáles son los síntomas iniciales o más claros? Entre los doce parámetros del índice FP-FP, hay dos claves. Uno es el desarrollo desigual, donde la inequidad social pesa más que la pobreza. Otro es la deslegimización del estado, que surge cuando instituciones y dirigencias se perciben como corruptas, decadentes e inefectivas. En general, esas señales viene acompñadas de arropellos a los derechos civiles y otras formas de vioilencia desde arriba.

Estados Unidos se halla hoy amenazado no por potencias que le disputan espacios, sino por países que han fracasado como tales. Uno de los síntomas es el terrorismo globalizado, que golpea –desde esas bases- al resto del planeta. Este cuadro ya había sido descripto en un informe sobre estrategia de seguridad nacional (Washington, 2002).

Para una potencia cuya política exterior estuvo casi todo el siglo XX dominada por la puja con rivales estilo Alemania, Japón o la Unión Soviética, el surgimiento de tantos países parias causa cierto asombro. No debiera hacerlo, pues –hace más de treinta años- Washington promovía el control compulsivo de natalidad en áreas muy retrasadas de Latinoamérica (sobre todo en Bolivia, Perú y Méjico), vía el “Cuerpo de Paz”, para reducir riesgos de subversión o estallidos sociales. Por entonces, la idea era frenar el crecimiento vegerativo de poblaciones sin futuro social ni económico, un concepto que oscilaba entre Malthus y Spencer.

Ya en año pasado, el presidente Jacques Chirac aludía a “los riesgos creados al equlibrio global por países frustrados o inviables”. Los mismos líderes que solían preocuparse por quienes acumulaban poder, lo hacen hoy por quienes lo pierden. Por supuesto, el presidente francés pensaba en esas partes de África que sufrieron una coloniuzación predadora y llegaron a la independencia dentro de límites inventados por los europeos.

Esos procesos no eran nuevos. En la segunda mitad del siglo XIX, Gran Bretaña necesitaba frustrar el desarrollo industrial de Paraguay y reconvertirlo en una economìa primaria. Apeló a sus títeres de Brasil, Argentina y Uruguay. La guerra resultante redujo Paraguay a un ejemplo clásico de estado fracasado. Similar fin tuvo, en el tercer cuarto del siglo XX, la intervención soviética para impedir que Cuba diversificase su producción.

Ya en el siglo XXI, los países frustrados pasan de la periferia al centro de los desvelos geopolìticos. Durante la Guerra Fría, esos casos se veían por el prisma de conflictos entre superpotencias y se les restaba relevancia. En los años 90, el problema era de tipo humanitario y hacía a derechos humanos. Poco a poco, empero, la superpotencia remanente comenzaba a ocuparse e intervenía en Somalía –un desastre-, Afganistán, Haití (ambos casos todavía en curso), la ex Yugoslavia –fue preciso el auxilio de la Unión Europea- y, ahora, Irak, donde no se vislumbre una salida virtuosa.

En poco tiempo, los países parias han pasado a primer plano, seguramente porque habita en ellos más de 25% de la población mundial y son bases para el terrorismo global, el narcotráfico mayorista, el contrabando y el negocio ilícito de armas. Un “histórico” como Paraguay opera en las cuatro actividades.

Ahora bien ¿qué es exactamente un país fracasado? No siempre es fácil dar definiciones claras. Por supuesto, lo es un estado cuyo gobierno ha perdido autoridad (“imperium”) y el monopolio de la fuerza. Pero hay síntomas más complejos, entre ellos la falta de moneda, de autoridad para adoptar e imponer medidas o de capacidad para hacer funcionar los servicios públicos, educación y seguridad inclusive.

En otros países, la gente debe acudir al mercado informal para cubvrir sus necesidades, deja de pagar impuestos, se lanza a la desobediencia civil en gran escala o se arma. La intervención exógena puede ser tanto signo como detonante del colapso, pues un estado en falencia puede ser sujeto a restricciones involuntarias a su soberanía, sanciones económicas o presencia de tropas extranjeras.

¿Cuántos paìses corren esos riesgos? El Banco Mundial identificó en 2004 treinta “estados pobres en emergencia”. A su vez, el departamento británico para desarrollo internacional eleva a 46 el número de “países frágiles”. Hace poco, un informe pedido por la CIA estimaba en veinte los estados en licuación.

Para trazar un cuadro más preciso, el Fondo para la Paz –grupo investigador en apariencia independiente- y “Foreign Policy”, una revista conservadora, han encarado un censo mundial de estados débiles y fracasados. Aplicando doce parámetros sociales, económicos, políticos y militares, elaboraron un índice ponderado sobre sesenta países. Esto ofrece un perfil del “nuevo malestar global” y demuestra que los problemas son mucho más graves de cuanto solía suponerse.

Básicamente, el indicador diagnostica inestabilidades de diverso tipo. Así, en Congo-Kinshasa, Sudán o Somalía, el colapso del estado central data de años y se manifiesta en guerras tribales, hambre, epidemias, endemias, masas de refugiados y masacres étnicas o religiosas. En otros casos, las señales son menos tajantes, la corrosión aún no se torna visible y la crisis está larvada.

Los conflictos pueden concentrarse en territorios que buscan autonomía o secesión (Rusia, Filipinas, Indonesia, India, Tailandia). En otros países, la inestabilidad adopta la forma de guerras episódicas, mafias de drogas o armas, señores de la guerra que controlan áreas (Afganistán, Colombia, Angola, Congo-Kinshasa). A veces, un estado se derrumba de golpe pero, más a manudo, atraviesa un lento, persistente deterioro de instituciones políticas, sociales y económicas (Zimbabwe, Sierra Leona o Guinea son ejemplos).

Algunos países que emergen de crisis están en peligro de recaer (nuevamente, Angola, Sierra Leona más Liberia, Somalía, Rwanda y Burundi). Según el Banco Mundial, en cinco años la mitad de los estados que habían salido de guerras civiles recae en el mismo fenómeno y orillan el colapso (Haití, Liberia, Comores).

Los diez países en mayor riesgo, de acuerdo con el trabajo publicado por “Foreign Policy”, ya han manifestado claros síntomas de fracaso sistémico. En la actualidad, Costa de Marfil –cortado en dos por la guerra civil, ante la impotencia francesa- es el más expuesto a la desintegración. Lo siguen Congo-Kinshasa, Sudán, Irak, Somalía, Sierra Leona, Chad, Yemén, Liberia y Haití. El índice incluye otros menos críticos, pero en diversos grados de riesco. Por ejemplo, Zimbabwe (puesto 12),Bangladesh (17), Bolivia (24), Guatemala (31), Paraguay (35), Egipto (38), Saudiarabia (45) o Rusia (59).

¿Cuáles son los síntomas iniciales o más claros? Entre los doce parámetros del índice FP-FP, hay dos claves. Uno es el desarrollo desigual, donde la inequidad social pesa más que la pobreza. Otro es la deslegimización del estado, que surge cuando instituciones y dirigencias se perciben como corruptas, decadentes e inefectivas. En general, esas señales viene acompñadas de arropellos a los derechos civiles y otras formas de vioilencia desde arriba.

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