miércoles, 11 de diciembre de 2024

China y Estados Unidos: ¿rumbo a un choque?

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Por ahora, el dólar se recobra. Pero eso no excluye temores sobre la divisa o alguna crisis originada en los déficit combinados de EE.UU. (fiscal, comercial, doméstico). En cuanto al yüan, su revaluación es menos que cosmética.

“La reforma cambiaria china apenas sirve para aplacar a los alarmistas. Pero lo básico fue haber pasado a una canasta dólar-euro-yen y una política de flotación sucia, con ajustes muy, muy suaves”. Así señala el columnista neoyorquino Louis Uchitelle y no es el único. “La revaluación fue sólo psicológica y lo que realmente importa es el cambio de uno a tres referentes cambiarios”, apunta James Glassman, de JP Morgan Chase.

Ahora bien ¿qué quieren en verdad quienes postulan una macrodevaluación del yüan? Este grupo abarca no sólo operadores, analistas o funcionarios norteamericanos sino, también, burócratas del Fondo Monetario Internacional y algunos premios Nobel poco prudentes.

A criterio de ese sector, se precisa una contracción del dólar –en términos de yüan- de 30 a 40%, aunque fuese gradual. Dicho de otro modo, un dólar a YR 5,80 o un yüan a 19 centavos de dólar. Sólo así, se supone, los norteamericanos dejarán de comprar bienes de Asia oriental. “Pero un yüan caro –advierte Uchitelle- probablemente detenga la toma de letras federales en la zona, un efecto que sobrecompensará la presunta baja de importaciones”.

Por supuesto, si Beijing dejase de absorber bonos estadounidenses, su precio en mercado descendería. Por ende, subirían las tasas de largo plazo, contrapartida de esa cotización. Eso sería claramente inflacionario aunque, de paso, quizá desinflase la burbuja inmobiliaria.

Los profetas negativos más extremistas no son muchos, pero sí prominentes. Por ejemplo, Paul Volcker, antecesor de Alan Greenspan en el cargo, mucho más influyente en el plano político que su actual sucesor o que el futuro, si resultase ser Benjamin Bernanke.

“Esta situación es tan peligrosa y difícil como cualquiera que uno pueda recordar”, sostenía Volcker al día siguiente de la reforma china. Ya lo había dicho en febrero. “Si la gente pierde confianza en el dólar como activo, o en la solidez política de EE.UU, en algún momento se impondrán ajustes muy amplios y dolorosos”. Muchos quedaron fríos, porque Volcker parecía poner en duda la hegemonía norteamericana en el mundo (que no es financiera sino militar).

A juicio de Paul Krugman, el ex presidente de la RF “no teme por el peso geopolítico del país, pero sabe que un estado tan endeudado como éste no puede aspirar a un papel imperial. Menos con un presidente expuesto a situaciones tan enojosas como la creada por Karl Rove, un personaje tan ambicioso como irresponsable”.

La deuda de EE.UU. con el resto del mundo, subrayó Volcker, “aumenta a razón de US$ 700.000 millones anuales”. La del público norteamericano pasa los 7,5 billones. El problema de fondo, observa Uchitelle, es empero otro: “Todos coinciden en que este ritmo de eudeudamiento no puede proseguir indefinidamente. Los pesimistas temen una correción drástica en un futuro no distante. Los optimistas, que incluyen al gobierno y Wall Street, afirman que la presente situación puede sostenerse. Al menos hasta que Bush pase a la historia.

“Oriente no tiene otra que aferrarse a nuestros bonos. De lo contrario –proclama Glassman-, temblarían sus propias economías”. A eso replica Stephen Roach (Morgan Stanley) ironizando: “Como nada desagradable ha ocurrido desde el colapo de la burbuja bursátil en 2000, todos creen que ya nunca sucederá. La historia muestra que ese tipo de seguridad es falso”. En cuanto al yüan, tirios y troyanos admiten que su revaluación es demasiado pequeña como para reducir la competitividad china.

“La reforma cambiaria china apenas sirve para aplacar a los alarmistas. Pero lo básico fue haber pasado a una canasta dólar-euro-yen y una política de flotación sucia, con ajustes muy, muy suaves”. Así señala el columnista neoyorquino Louis Uchitelle y no es el único. “La revaluación fue sólo psicológica y lo que realmente importa es el cambio de uno a tres referentes cambiarios”, apunta James Glassman, de JP Morgan Chase.

Ahora bien ¿qué quieren en verdad quienes postulan una macrodevaluación del yüan? Este grupo abarca no sólo operadores, analistas o funcionarios norteamericanos sino, también, burócratas del Fondo Monetario Internacional y algunos premios Nobel poco prudentes.

A criterio de ese sector, se precisa una contracción del dólar –en términos de yüan- de 30 a 40%, aunque fuese gradual. Dicho de otro modo, un dólar a YR 5,80 o un yüan a 19 centavos de dólar. Sólo así, se supone, los norteamericanos dejarán de comprar bienes de Asia oriental. “Pero un yüan caro –advierte Uchitelle- probablemente detenga la toma de letras federales en la zona, un efecto que sobrecompensará la presunta baja de importaciones”.

Por supuesto, si Beijing dejase de absorber bonos estadounidenses, su precio en mercado descendería. Por ende, subirían las tasas de largo plazo, contrapartida de esa cotización. Eso sería claramente inflacionario aunque, de paso, quizá desinflase la burbuja inmobiliaria.

Los profetas negativos más extremistas no son muchos, pero sí prominentes. Por ejemplo, Paul Volcker, antecesor de Alan Greenspan en el cargo, mucho más influyente en el plano político que su actual sucesor o que el futuro, si resultase ser Benjamin Bernanke.

“Esta situación es tan peligrosa y difícil como cualquiera que uno pueda recordar”, sostenía Volcker al día siguiente de la reforma china. Ya lo había dicho en febrero. “Si la gente pierde confianza en el dólar como activo, o en la solidez política de EE.UU, en algún momento se impondrán ajustes muy amplios y dolorosos”. Muchos quedaron fríos, porque Volcker parecía poner en duda la hegemonía norteamericana en el mundo (que no es financiera sino militar).

A juicio de Paul Krugman, el ex presidente de la RF “no teme por el peso geopolítico del país, pero sabe que un estado tan endeudado como éste no puede aspirar a un papel imperial. Menos con un presidente expuesto a situaciones tan enojosas como la creada por Karl Rove, un personaje tan ambicioso como irresponsable”.

La deuda de EE.UU. con el resto del mundo, subrayó Volcker, “aumenta a razón de US$ 700.000 millones anuales”. La del público norteamericano pasa los 7,5 billones. El problema de fondo, observa Uchitelle, es empero otro: “Todos coinciden en que este ritmo de eudeudamiento no puede proseguir indefinidamente. Los pesimistas temen una correción drástica en un futuro no distante. Los optimistas, que incluyen al gobierno y Wall Street, afirman que la presente situación puede sostenerse. Al menos hasta que Bush pase a la historia.

“Oriente no tiene otra que aferrarse a nuestros bonos. De lo contrario –proclama Glassman-, temblarían sus propias economías”. A eso replica Stephen Roach (Morgan Stanley) ironizando: “Como nada desagradable ha ocurrido desde el colapo de la burbuja bursátil en 2000, todos creen que ya nunca sucederá. La historia muestra que ese tipo de seguridad es falso”. En cuanto al yüan, tirios y troyanos admiten que su revaluación es demasiado pequeña como para reducir la competitividad china.

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