Esa es la tesis que presenta hoy en el Financial Times el columnista Philip Stevens.
Ver cómo las naciones cierran sus fronteras y los gobiernos recurren a medidas drásticas para combatir el Covid-9, es posible esperar lo peor. Para los políticos, todo lo que no sea coronavirus hoy es trivial. Sean de derecha o de izquierda, cualquiera sean sus plataformas electorales, promesas o programas de gobierno, la actual generación de líderes políticos será juzgada por su manejo de la pandemia.
El retorno del gobierno al centro de la escena marca el fin de una era donde el poder y la responsabilidad habían migrado de los estados a los mercados. La respuesta a la pandemia ha visto a líderes democráticos asumir poderes que no se habían visto nunca en tiempos que no fueran de guerra. La pandemia no es una consecuencia ni de la globalización ni del capitalismo pero ha sacado a la luz las limitaciones de los mercados librados a su antojo.
La crisis ha tirado a la hoguera un montón de otras ortodoxias. Solo con ver cómo los gobiernos destinan millones de millones de dólares para impedir el colapso económico se ve cuán absurda era la preocupación de los últimos años con el equilibrio de los presupuestos, el déficit de la cuenta corriente o la relación de la deuda con el PBI. Está claro que los gobiernos deben fijar límites sostenibles al gasto y al crédito pero la era del fundamentalismo fiscal ha pasado.
La factura final de lo que cuesta derrotar al coronavirus va a ser fenomenal. En algún momento va a haber que pagar las deudas. Pero, con suerte, el contexto será un debate racional sobre las respectivas responsabilidades de gobiernos, empresas privadas y ciudadanos.
La crisis financiera del 2008 fue la última oportunidad perdida para el cambio. El resultado fue aumento del descontento público y la proliferación de populismos enojados de derecha y de izquierda.
El coronavirus no deja lugar para un segundo titubeo, dice Stevens. Los votantes en la mayoría de los países con democracias avanzadas están pagando el precios con sistemas de salud debilitados por la devoción ideológica al estado pequeño y a las economías de bajos impuestos. Los mercados liberales tienen futuro de largo plazo solo si tienen el consentimiento político.
La conclusión más simple de todo esto es que la pandemia será un regalo para los populistas y un preludio del avance hacia el nacionalismo autoritario. El retorno del estado se puede mostrar como prueba de que los populistas tenían razón sobre las élites globales. Las fronteras cerradas son la única salvaguarda contra el mundo exterior. Los poderes que han asumido ahora los estados para combatir la pandemia se ajustan ala preferencia del público: seguridad por encima de libertad.
Pero, si los políticos del mundo quieren, el coronavirus podría prometer abrirle la puerta a la rehabilitación de los gobiernos, a un acuerdo político y económico más equitativo, a la restauración de la fe en la política democrática y a una cooperación global renovada.
Extractado del Financial Times