Economía del opio, lo único que prospera en Afganistán

La expectativa de vida no sube de 42 años, 25% de la población sobrevive con un dólar diario, hay 75% de analfabetos y la mortalidad infantil llega a 165 sobre mil. Pero en 2006 ese país producía 85% del opio mundial.

7 marzo, 2007

En zonas controladas por los talibán, al-Qa’eda o señores de la guerra, los cultivos de amapolas van de mil a 12.000 hectáreas, tomando comuna por comuna. El total se siembras a fin de 2005 se estimaba en algo más de 130.000 ha. Los derivados más comercializados son heroína, morfina, tebaína, noscapina y codeína; todos tienen usos médicos seculares.

Igual que la producción, el cultivo mundial está dominado por Afganistán (66%) y Birmania (23%, incluyendo en triángulo de oro indochino). Pero el rinde es superior en el primero, de ahí la brecha productiva. La segunda, en cambio, aporta la forma más refinada y cara de heroína, la H4 en gotas, que no se inyecta y presupone por ende menos riesgos de sida.

De acuerdo con proyecciones de Naciones Unidas, la producción afgana seguirá aumentado este año y superará el récord de 2006 (6.200 toneladas), ya 50% mayor que la cifra de 2005. “La economía del opio, particularmente al sur y al sudeste, es más un problema de insurgencia que de narcotráfico”, sostiene Antonio Costa, director de la oficina de la ONU contra la droga y el delito.

Esto sería cierto si la cultura del opio no se extendiese por el norte, con complicidad o participación de caudillos étnicos y funcionarios del endeble gobierno instalado en Kabul. Así ocurrió antes en Colombia, donde la mezcla de guerrillas izquierdistas, paramilitares y corrupción gubernamental ha creado una economía triple: cocaína, marihuana y heroína. El actual escándalo de corrupción en Bogotá lo prueba sin duda alguna.

El papel desempeñado en Colombia por Estados Unidos les cabe, en Afganistán, a la ex Unión Soviética y nuevamente EE.UU. Hay una diferencias: la intervención de al-Qa’eda, un grupo armado por Washington contra Moscú en los años 70/80 y ahora autónomo e internacional.

Pero, contra la idea de Costa, el mayor incentivo de los opiáceos es económico o comercial. Eso incluye la densa red de rutas exportadoras, que cruzan Asia central, Pakistán, India e Irán. También explica un proceso de “difusión y abaratamiento de subproductos cada vez más puros, proceso que se orienta al mundo exterior”, apuntan otros expertos de la ONU.

En zonas controladas por los talibán, al-Qa’eda o señores de la guerra, los cultivos de amapolas van de mil a 12.000 hectáreas, tomando comuna por comuna. El total se siembras a fin de 2005 se estimaba en algo más de 130.000 ha. Los derivados más comercializados son heroína, morfina, tebaína, noscapina y codeína; todos tienen usos médicos seculares.

Igual que la producción, el cultivo mundial está dominado por Afganistán (66%) y Birmania (23%, incluyendo en triángulo de oro indochino). Pero el rinde es superior en el primero, de ahí la brecha productiva. La segunda, en cambio, aporta la forma más refinada y cara de heroína, la H4 en gotas, que no se inyecta y presupone por ende menos riesgos de sida.

De acuerdo con proyecciones de Naciones Unidas, la producción afgana seguirá aumentado este año y superará el récord de 2006 (6.200 toneladas), ya 50% mayor que la cifra de 2005. “La economía del opio, particularmente al sur y al sudeste, es más un problema de insurgencia que de narcotráfico”, sostiene Antonio Costa, director de la oficina de la ONU contra la droga y el delito.

Esto sería cierto si la cultura del opio no se extendiese por el norte, con complicidad o participación de caudillos étnicos y funcionarios del endeble gobierno instalado en Kabul. Así ocurrió antes en Colombia, donde la mezcla de guerrillas izquierdistas, paramilitares y corrupción gubernamental ha creado una economía triple: cocaína, marihuana y heroína. El actual escándalo de corrupción en Bogotá lo prueba sin duda alguna.

El papel desempeñado en Colombia por Estados Unidos les cabe, en Afganistán, a la ex Unión Soviética y nuevamente EE.UU. Hay una diferencias: la intervención de al-Qa’eda, un grupo armado por Washington contra Moscú en los años 70/80 y ahora autónomo e internacional.

Pero, contra la idea de Costa, el mayor incentivo de los opiáceos es económico o comercial. Eso incluye la densa red de rutas exportadoras, que cruzan Asia central, Pakistán, India e Irán. También explica un proceso de “difusión y abaratamiento de subproductos cada vez más puros, proceso que se orienta al mundo exterior”, apuntan otros expertos de la ONU.

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