Definiciones en el Mercosur

La apertura del paso de Jama, demorada en el lado argentino, es un paso decisivo para la integración del Mercosur. Mientras Brasil y Chile sostienen sus intereses, la Argentina se muestra vacilante.

23 diciembre, 2000

Uno de los temas fundamentales para articular una estrategia política argentina es el destino del Mercosur.

El miércoles los presidentes Fernando de la Rúa y Ricardo Lagos inauguraron en el paso de Jama (Jujuy) el tramo chileno de la ruta pavimentada que es clave para establecer un corredor bioecánico y cimentar sobre realidades concretas el futuro de los países del Cono Sur.

Este paso será el segundo que ofrece una ruta pavimentada para desplegar la potencialidad del intercambio económico de la región.

Chile, con una clase dirigente dinámica y esclarecida en cuanto al rumbo de los intereses nacionales, culminó los 357 kilómetros que unen la región de Antofagasta con el Noroeste argentino.

La Argentina, desde la que se lanzó la iniciativa de posibilitar la unión caminera a principios de la década de los ´90, recién inicia los trabajos – se lleva realizado el 9% de la obra – para cumplir ese objetivo para el año 2002.

Este era uno de los proyectos de infraestructura propuestos por el ex ministro Nicolás Gallo hace un año.

Lagos se encargó de especificar la meta que se ha propuesto Chile: llegar al Atlántico; objetivo coincidente con el de la Argentina, que necesita los puertos de aguas profundas del país vecino para enviar sus exportaciones a los mercados del Pacífico, en particular la producción de la gran minería, que se convertirá en uno de los principales rubros de ventas al exterior.

Especialmente a partir del acuerdo firmado con Chile para explotar los yacimientos cordilleranos de ambas naciones.

De la Rúa repitió su conocida aserción de “Chile y la Argentina son hoy aliados estratégicos”, proposición a la que hay que darle sustento en los hechos.

Lagos insistió en que Santiago aspira a tener relaciones comerciales abiertas con los Estados Unidos, pero que de ninguna manera piensa en renunciar a su intención de convertirse en miembro pleno del Mercosur.

Los observadores dieron particular valor a sus expresiones de que la verdadera integración se da entre vecinos geográficos.

Es que la fuerza de los intereses de los pueblos constituyen una fuerza dinámica de tal empuje que supera todas las especulaciones de los geopolíticos y los economistas que se deslizan por las resbaladizas superficies de la teoría.

El Mercosur enfrenta, a juicio de los expertos, el desafío de compatibilizar y propulsar los proyectos individuales de sus miembros.

Porque la alternativa es que sea un instrumento al servicio del desarrollo armónico y equitativo de sus integrantes o, apenas, un trinchera para enfrentar transitoriamente los riesgos de la globalización, en lugar de ser un baluarte para concentrar una capacidad real de negociación con los países ricos.

En este juego estratégico, Brasil tiene la gran responsabilidad de ser en este momento histórico el país líder por su potencialidad y por la congruencia de sus dirigentes.

Pero sus hombres, herederos de una diplomacia imperial, deben tener la inteligencia y la generosidad de reconocer que ninguno de los países del Mercosur está en condiciones de establecer niveles de dignidad en el tratro con los poderosos de manera individual.

La Argentina, por su parte, como socio principal de Brasil, está en deuda en cuanto a la coherencia y continuidad de su política exterior, que tendrá que caminar por los rieles de la evaluación de los factores de poder que controlan el mundo globalizado y del margen de maniobra que dejan a los países menores para decidir su destino.

Un margen de maniobra que se ensancha en la medida en que el Mercosur sea un bloque de naciones claramente determinadas a protagonizar una integración que consolide su proyección en el tiempo, sin pretender sacarse ventajas unas a otras.

Uno de los temas fundamentales para articular una estrategia política argentina es el destino del Mercosur.

El miércoles los presidentes Fernando de la Rúa y Ricardo Lagos inauguraron en el paso de Jama (Jujuy) el tramo chileno de la ruta pavimentada que es clave para establecer un corredor bioecánico y cimentar sobre realidades concretas el futuro de los países del Cono Sur.

Este paso será el segundo que ofrece una ruta pavimentada para desplegar la potencialidad del intercambio económico de la región.

Chile, con una clase dirigente dinámica y esclarecida en cuanto al rumbo de los intereses nacionales, culminó los 357 kilómetros que unen la región de Antofagasta con el Noroeste argentino.

La Argentina, desde la que se lanzó la iniciativa de posibilitar la unión caminera a principios de la década de los ´90, recién inicia los trabajos – se lleva realizado el 9% de la obra – para cumplir ese objetivo para el año 2002.

Este era uno de los proyectos de infraestructura propuestos por el ex ministro Nicolás Gallo hace un año.

Lagos se encargó de especificar la meta que se ha propuesto Chile: llegar al Atlántico; objetivo coincidente con el de la Argentina, que necesita los puertos de aguas profundas del país vecino para enviar sus exportaciones a los mercados del Pacífico, en particular la producción de la gran minería, que se convertirá en uno de los principales rubros de ventas al exterior.

Especialmente a partir del acuerdo firmado con Chile para explotar los yacimientos cordilleranos de ambas naciones.

De la Rúa repitió su conocida aserción de “Chile y la Argentina son hoy aliados estratégicos”, proposición a la que hay que darle sustento en los hechos.

Lagos insistió en que Santiago aspira a tener relaciones comerciales abiertas con los Estados Unidos, pero que de ninguna manera piensa en renunciar a su intención de convertirse en miembro pleno del Mercosur.

Los observadores dieron particular valor a sus expresiones de que la verdadera integración se da entre vecinos geográficos.

Es que la fuerza de los intereses de los pueblos constituyen una fuerza dinámica de tal empuje que supera todas las especulaciones de los geopolíticos y los economistas que se deslizan por las resbaladizas superficies de la teoría.

El Mercosur enfrenta, a juicio de los expertos, el desafío de compatibilizar y propulsar los proyectos individuales de sus miembros.

Porque la alternativa es que sea un instrumento al servicio del desarrollo armónico y equitativo de sus integrantes o, apenas, un trinchera para enfrentar transitoriamente los riesgos de la globalización, en lugar de ser un baluarte para concentrar una capacidad real de negociación con los países ricos.

En este juego estratégico, Brasil tiene la gran responsabilidad de ser en este momento histórico el país líder por su potencialidad y por la congruencia de sus dirigentes.

Pero sus hombres, herederos de una diplomacia imperial, deben tener la inteligencia y la generosidad de reconocer que ninguno de los países del Mercosur está en condiciones de establecer niveles de dignidad en el tratro con los poderosos de manera individual.

La Argentina, por su parte, como socio principal de Brasil, está en deuda en cuanto a la coherencia y continuidad de su política exterior, que tendrá que caminar por los rieles de la evaluación de los factores de poder que controlan el mundo globalizado y del margen de maniobra que dejan a los países menores para decidir su destino.

Un margen de maniobra que se ensancha en la medida en que el Mercosur sea un bloque de naciones claramente determinadas a protagonizar una integración que consolide su proyección en el tiempo, sin pretender sacarse ventajas unas a otras.

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