“Estos ejercicios significan que los dos países nos oponenos a cualquier unicato hegemónico. Contribumos –señalaba el domingo Den Xiaoping- a un mundo multipolar”. La alusión era clara: dos dìas antes, George Walker Bush amenazaba con intervenir militares en Irán, si éste no suspendía su plan nuclear.
Al día siguiente, Tehrán le recordaba a Washington que se expondría a un fracaso superior al sufrido en Irak. En el Foreign Office temen lo mismo. ¿Por qué? Porque el riesgo es Moscú. Desde el pacto anglorruso de 1907, que dividió a Persia en dos áreas de influencia, Rusia –Petersburgo, por entonces- tiene intereses especiales en el equilibrio geopolítico del actual Irán. Con ayatollahán o sin ellos.
.
El Pentágono es perfectamente consciente de eso. Por eso no ve con buenos ojos la bravuconadas de la Casa Blanca, que tampoco comparte Condeleezza Rice (de cuya renuncia se hablaba en París, si el presidente insistiera en sus amenazas). Las maniobras rusochinas alrededor de la península de Shandong evidencian una densa, múltiple trama con larga historia, demasiado compleja para la mentalidad de Bush y su neurona, Richard Cheney.
Sin dudas, estos ejercicios conjuntos abren otra fase en el mapa estratégico global, donde los mercados especulativos y sus recetas irán perdiendo influencia, por lo menos en el continente asiático. Desde Vladyivóstok hasta Shanghai, 8.000 divisiones chinas y otras tantas rusas -tierra, mar, aire- replantearán el equilibrio de fuerzas en el Pacífico occidental. Por si las moscas, Surcorea (Seúl está en el vértice del triángulo apoyado en Shandong- Shanghai) y Taiwán se han puesto en una especie de “alerta amarillo moderado”.
Oso y dragón han invitado observadores de Japón, Vietnam, las repúblicas islámicas de Asia Central, Irán, Unión Europea, Pakistán, India y –vaya- Singapur. Hace 55 años, recordaban Tokio, Hanói y París, se romía el pacto de amistas entre Jószif Stalin y Mao Zedong (1943). El aperturismo de Nikolái (Nikita) Jrushchov y la licuación de la URSS acentuaron el distanciamiento entre las dos potencias dominantes del antiguo “segundo mundo”.
Militarmente, el Pentágono maneja cifras preocupantes en escala local. Rusia dispone de 1.200.000 hombres, 42.500 tanques y blindados, 15.500 piezas de artillería, 1.050 proyectiles, 2.300 aviones de combates, 2.200 helicópteros, un portaviones, 50 aviones, 70 submarinos convencionales y 25 nucleares. Por su parte, China posee 2.500.000 hombres, 16.000 tanques y blindados, 14.500 piezas de artillería, 20 proyectiles intercontinentales, 3.700 aviones de combate, 320 helicópteros, aunque sólo 55 naves y 63 submarinos.
En la hipótesis, todavía poco plausible, de ataques norteamericanos sobre Irán, Rusia dispone de bases, equipos y soldados para alcanzar rápidamente la frontera entre Türkmenistán y su vecino meridional. En cuanto a China, tendrá que atravesar Kazajstán y Uzbekistán. EE-UU. Ya está en Irak, pero no pisa terreno firme.
“Estos ejercicios significan que los dos países nos oponenos a cualquier unicato hegemónico. Contribumos –señalaba el domingo Den Xiaoping- a un mundo multipolar”. La alusión era clara: dos dìas antes, George Walker Bush amenazaba con intervenir militares en Irán, si éste no suspendía su plan nuclear.
Al día siguiente, Tehrán le recordaba a Washington que se expondría a un fracaso superior al sufrido en Irak. En el Foreign Office temen lo mismo. ¿Por qué? Porque el riesgo es Moscú. Desde el pacto anglorruso de 1907, que dividió a Persia en dos áreas de influencia, Rusia –Petersburgo, por entonces- tiene intereses especiales en el equilibrio geopolítico del actual Irán. Con ayatollahán o sin ellos.
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El Pentágono es perfectamente consciente de eso. Por eso no ve con buenos ojos la bravuconadas de la Casa Blanca, que tampoco comparte Condeleezza Rice (de cuya renuncia se hablaba en París, si el presidente insistiera en sus amenazas). Las maniobras rusochinas alrededor de la península de Shandong evidencian una densa, múltiple trama con larga historia, demasiado compleja para la mentalidad de Bush y su neurona, Richard Cheney.
Sin dudas, estos ejercicios conjuntos abren otra fase en el mapa estratégico global, donde los mercados especulativos y sus recetas irán perdiendo influencia, por lo menos en el continente asiático. Desde Vladyivóstok hasta Shanghai, 8.000 divisiones chinas y otras tantas rusas -tierra, mar, aire- replantearán el equilibrio de fuerzas en el Pacífico occidental. Por si las moscas, Surcorea (Seúl está en el vértice del triángulo apoyado en Shandong- Shanghai) y Taiwán se han puesto en una especie de “alerta amarillo moderado”.
Oso y dragón han invitado observadores de Japón, Vietnam, las repúblicas islámicas de Asia Central, Irán, Unión Europea, Pakistán, India y –vaya- Singapur. Hace 55 años, recordaban Tokio, Hanói y París, se romía el pacto de amistas entre Jószif Stalin y Mao Zedong (1943). El aperturismo de Nikolái (Nikita) Jrushchov y la licuación de la URSS acentuaron el distanciamiento entre las dos potencias dominantes del antiguo “segundo mundo”.
Militarmente, el Pentágono maneja cifras preocupantes en escala local. Rusia dispone de 1.200.000 hombres, 42.500 tanques y blindados, 15.500 piezas de artillería, 1.050 proyectiles, 2.300 aviones de combates, 2.200 helicópteros, un portaviones, 50 aviones, 70 submarinos convencionales y 25 nucleares. Por su parte, China posee 2.500.000 hombres, 16.000 tanques y blindados, 14.500 piezas de artillería, 20 proyectiles intercontinentales, 3.700 aviones de combate, 320 helicópteros, aunque sólo 55 naves y 63 submarinos.
En la hipótesis, todavía poco plausible, de ataques norteamericanos sobre Irán, Rusia dispone de bases, equipos y soldados para alcanzar rápidamente la frontera entre Türkmenistán y su vecino meridional. En cuanto a China, tendrá que atravesar Kazajstán y Uzbekistán. EE-UU. Ya está en Irak, pero no pisa terreno firme.