Bush sigue sin tener un equipo económico serio

En llamativa coincidencia, medios británicos, alemanes y suizos piensan casi lo mismo: el programa económico de la Casa Blanca no tiene quienes lo apliquen. George W.Bush carece de un equipo idóneo y no parece preocupado por eso.

21 marzo, 2005

Por lo menos dos objetivos básicos para el segundo mandato, reformas tributaria y jubilatoria, exigen un afiatado elenco de primera y segunda línea. Máxime ante el riesgo de una crisis internacional latente en varios campos. En lo formal, el equipo económico federal tiene al frente a John Snow, secretario de Hacienda. Bush estuvo a punto de despedirlo varias veces en 2004 y ahora lo ha reducido a marquetinero de la privatización de la seguridad social.

Ex gerente ferroviario, este mediocre funcionario no pesa en los mercados y nadie lo toma muy serio. Su antecesor, Paul O’Neill, algo entendía en materia económica, pero era un improvisado y ni siquiera Bush le prestaba atención. El nuevo jefe del consejo de asesores económicas, Allan Hubbard, es viejo amigo del presidente, pero no sabe nada del tema. Igual ocurre con el evangelista de ultraderecha Karl Rove.

El nuevo subjefe de gabinete para política económica fue un gran jefe de campaña, pero no entiende nada de presupuesto ni demás asuntos que debiera abordar. En realidad, su objetivo es pelear la sucesión de Bush en la interna republicana, aliado a los judíos ultraconservadores que rodean al presidente.

En cuanto a quien reemplaza a Robert Zoellick como representa comercial viajero, Robert Portman, es un respetado legislador republicano, apto para vender políticas presidenciales en el Congreso. No para manejar complicadas negociaciones en el plano internacional y en un campo donde la hegemonía militar no sirve de mucho. Tampoco Paul Wolfowitz parece idóneo para dirigir el Banco Mundial, más allá de su fanatismo castrense. De hecho, nunca puso hacerse cargo de una tarea asignada tras la invasión a Irak: coordinar políticas económicas y financieras para el territorio ocupado.

A diferencia de su padre, Bush prefiere empresarios petroleros afines a Richard Cheney y fundamentalistas religiosos, no profesionales económicos ni, mucho menos, gente allegada a Wall Street.
En este plano se parece a Carlos S.Ménem o Hugo Chávez, que se dejaban o se dejan enroscar la serpiente por cualquier charlatán de ideas pegadizas.

Pero, a diferencia de esos ejemplos, el presidente norteamericano puede afrontar en cualquier momento una crisis sistémica global peor que las de 1982, 1995 o 1997/8. El caso de Hacienda es una clara muestra de pasividad. Bajo William J.Clinton y conducida por Robert Rubin y Lawrence Summers, dominaba al resto del gabinete. Hoy no tiene presencia, especialmente ante Alan Greenspan, jefe saliente de la Reserva Federal.

Según “The Economist” o el “Frankfurter Allegemeine Zeitung”, un tercio de puestos jerárquicos en Hacienda está vacante o en manos provisorias, particularmente en el área tributaria. Al menos, durante su primer mandato Bush contó con dos sucesivos asesores principales de sólida formación, Glenn Hubbard (sin relación con Allan) y Gregory Mankiw. El primero dimitió porque nadie le prestaba atención, el segundo fue apartado porque apoyaba la tercerización laboral en el exterior (la última novedad en varios sectores que asocian productividad sólo con mano de obra barata). Quien substituye a Mankiw es Harvey Rosen, experto en finanzas públicas sin acceso directo a Bush.

Analistas y observadores temen que, en materia de equipo económico, el presidente sólo quiere promotores de sus proyectos específicos. Con notable fe en los mercados virtuosos, Bush parece suponer que la economía se maneja sola y sólo se precisan vendedores hábiles de sus reformas.

Eso explica en entusiasmo por marquetineros como el cubano Carlos Gutiérrez, que pasó de vender cereales Kellogg para desayuno a secretario de Comercio. “La lealtad y el amiguismo importan más que el conocimiento o la experiencia”, decía años atrás Lawrence Lindsay, primer asesor económico presidencial, que debió irse por estimar que la aventura iraquí podría costar más de US$ 200.000. Tenía razón y, como solía ocurrir con quienes –dentro o fuera del gobierno- la tuvieron en tiempos de Domingo F.Cavallo, fue dejado al margen.

Entretanto, el único funcionario de gabinete con experiencia internacional (John Taylor, subsecretario de Hacienda saliente) tal vez sea reemplazado por Timothy Adams. ¿Quién es? Pues un ex miembro del equipo de la campaña electoral y, antes, el jefe de gabinete de Snow. Por ende ¿qué pararía en caso de crisis grande? Que la Casa Blanca dependa de Zoellick –ahora segundo de Condoleezza Rice en el departamento de Estado- y Greenspan, ya viejo, proclive a teorías raras y a punto de jubilarse.

Durante la crisis de 1982, recordaba Frederick Bergsten (Institute for International Economics, “lobby” monetarista), Ronald Reagan contaba con Henry Kissiger como asesor, Paul Volcker (un banquero central más talentoso que Greenspan) y Jacques de Larosière en el Fondo Monetario. O sea, un experto muy superior a Hans Köhler y su sucesor actual, Rodrigo Rato.

Perfecto, y ¿quién podría substituir a Greenspan cuando se retire? A criterio del “Financial Times”, están Glenn Hubbard (técnico fiscal más que monetario y poco simpático a Bush), Benjamin Bernanke –colega de Greenspan e ideólogo de las curiosas teorías hoy predicadas por ambos- y Martin Feldstein, principal asesor económico de Reagan y algo entrado en años. Ninguno ha lidiado con crisis importantes sin ingredientes militares. Tampoco Bush y su entorno político.

Por lo menos dos objetivos básicos para el segundo mandato, reformas tributaria y jubilatoria, exigen un afiatado elenco de primera y segunda línea. Máxime ante el riesgo de una crisis internacional latente en varios campos. En lo formal, el equipo económico federal tiene al frente a John Snow, secretario de Hacienda. Bush estuvo a punto de despedirlo varias veces en 2004 y ahora lo ha reducido a marquetinero de la privatización de la seguridad social.

Ex gerente ferroviario, este mediocre funcionario no pesa en los mercados y nadie lo toma muy serio. Su antecesor, Paul O’Neill, algo entendía en materia económica, pero era un improvisado y ni siquiera Bush le prestaba atención. El nuevo jefe del consejo de asesores económicas, Allan Hubbard, es viejo amigo del presidente, pero no sabe nada del tema. Igual ocurre con el evangelista de ultraderecha Karl Rove.

El nuevo subjefe de gabinete para política económica fue un gran jefe de campaña, pero no entiende nada de presupuesto ni demás asuntos que debiera abordar. En realidad, su objetivo es pelear la sucesión de Bush en la interna republicana, aliado a los judíos ultraconservadores que rodean al presidente.

En cuanto a quien reemplaza a Robert Zoellick como representa comercial viajero, Robert Portman, es un respetado legislador republicano, apto para vender políticas presidenciales en el Congreso. No para manejar complicadas negociaciones en el plano internacional y en un campo donde la hegemonía militar no sirve de mucho. Tampoco Paul Wolfowitz parece idóneo para dirigir el Banco Mundial, más allá de su fanatismo castrense. De hecho, nunca puso hacerse cargo de una tarea asignada tras la invasión a Irak: coordinar políticas económicas y financieras para el territorio ocupado.

A diferencia de su padre, Bush prefiere empresarios petroleros afines a Richard Cheney y fundamentalistas religiosos, no profesionales económicos ni, mucho menos, gente allegada a Wall Street.
En este plano se parece a Carlos S.Ménem o Hugo Chávez, que se dejaban o se dejan enroscar la serpiente por cualquier charlatán de ideas pegadizas.

Pero, a diferencia de esos ejemplos, el presidente norteamericano puede afrontar en cualquier momento una crisis sistémica global peor que las de 1982, 1995 o 1997/8. El caso de Hacienda es una clara muestra de pasividad. Bajo William J.Clinton y conducida por Robert Rubin y Lawrence Summers, dominaba al resto del gabinete. Hoy no tiene presencia, especialmente ante Alan Greenspan, jefe saliente de la Reserva Federal.

Según “The Economist” o el “Frankfurter Allegemeine Zeitung”, un tercio de puestos jerárquicos en Hacienda está vacante o en manos provisorias, particularmente en el área tributaria. Al menos, durante su primer mandato Bush contó con dos sucesivos asesores principales de sólida formación, Glenn Hubbard (sin relación con Allan) y Gregory Mankiw. El primero dimitió porque nadie le prestaba atención, el segundo fue apartado porque apoyaba la tercerización laboral en el exterior (la última novedad en varios sectores que asocian productividad sólo con mano de obra barata). Quien substituye a Mankiw es Harvey Rosen, experto en finanzas públicas sin acceso directo a Bush.

Analistas y observadores temen que, en materia de equipo económico, el presidente sólo quiere promotores de sus proyectos específicos. Con notable fe en los mercados virtuosos, Bush parece suponer que la economía se maneja sola y sólo se precisan vendedores hábiles de sus reformas.

Eso explica en entusiasmo por marquetineros como el cubano Carlos Gutiérrez, que pasó de vender cereales Kellogg para desayuno a secretario de Comercio. “La lealtad y el amiguismo importan más que el conocimiento o la experiencia”, decía años atrás Lawrence Lindsay, primer asesor económico presidencial, que debió irse por estimar que la aventura iraquí podría costar más de US$ 200.000. Tenía razón y, como solía ocurrir con quienes –dentro o fuera del gobierno- la tuvieron en tiempos de Domingo F.Cavallo, fue dejado al margen.

Entretanto, el único funcionario de gabinete con experiencia internacional (John Taylor, subsecretario de Hacienda saliente) tal vez sea reemplazado por Timothy Adams. ¿Quién es? Pues un ex miembro del equipo de la campaña electoral y, antes, el jefe de gabinete de Snow. Por ende ¿qué pararía en caso de crisis grande? Que la Casa Blanca dependa de Zoellick –ahora segundo de Condoleezza Rice en el departamento de Estado- y Greenspan, ya viejo, proclive a teorías raras y a punto de jubilarse.

Durante la crisis de 1982, recordaba Frederick Bergsten (Institute for International Economics, “lobby” monetarista), Ronald Reagan contaba con Henry Kissiger como asesor, Paul Volcker (un banquero central más talentoso que Greenspan) y Jacques de Larosière en el Fondo Monetario. O sea, un experto muy superior a Hans Köhler y su sucesor actual, Rodrigo Rato.

Perfecto, y ¿quién podría substituir a Greenspan cuando se retire? A criterio del “Financial Times”, están Glenn Hubbard (técnico fiscal más que monetario y poco simpático a Bush), Benjamin Bernanke –colega de Greenspan e ideólogo de las curiosas teorías hoy predicadas por ambos- y Martin Feldstein, principal asesor económico de Reagan y algo entrado en años. Ninguno ha lidiado con crisis importantes sin ingredientes militares. Tampoco Bush y su entorno político.

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