O el marco en que tuvo lugar el Brexit de Gran Bretaña de la unidad integradora continental, o el mismo rechazo de la Unión Europea –y de los dos candidatos presidenciales de Estados Unidos- a firmar tratados comerciales intercontinentales.
Es que hay un nuevo clima global que explica los embates contra uno de los conceptos más sólidamente arraigados en la escena mundial durante muchos años, y hasta hace muy poco tiempo.
¿Qué fue lo que pasó? Un sentimiento de impotencia, de frustración generalizada, y de resentimiento creciente en todas las clases medias de las economías industrializadas e incluso de las emergentes. El crecimiento económico no tiene un ritmo suficiente para garantizar el progreso permanente de esta clase, cuyo axioma central –que ya no se verifica- es que los hijos vivirán mejor que los padres.
La creciente desindustrialización, el flagelo de un desempleo en la mediana edad, cuando cuesta más adquirir nuevos conocimientos y experiencia laboral, han potenciado este clima adverso y tornan al capitalismo en el mejor chivo expiatorio posible.
En este contexto, acaba de aparecer un nuevo libro – The Corruption of Capitalism, firmado por Guy Standing, un profesor de la London School of Oriental and African Studies de la Universidad de Londres. El título es revelador del nuevo clima y arriesga algunas propuestas que siempre se identificaron con la izquierda – ya no- como establecer un ingreso básico universal, donde todos los ciudadanos recibirían un pagos mensuales por parte del Estado, trabajen o no.
La tesis de Standing es que el capitalismo se ha corrompido en la medida que la seguridad y el bienestar de las mayorías se han debilitado, mientras crece la fortaleza de los sectores más privilegiados de la sociedad. Hoy, afirma el autor, a los que menos tienen les quedan muy pocos derechos. Toma prestado de John Maynard Keynes la oposición a la clase rentista que son, en su criterio, quienes viven de ingresos derivados de la propiedad, incluyendo marcas y patentes, e inversiones financieras. Sostiene que el sistema resultante es ineficiente, pero sobre todo, injusto.
El resultado es que cada vez está peor el “precariado”. Una nueva clase social que se distingue de los proletarios industriales que vendían su trabajo a cambio de un salario. Los precarios viven una existencia sin seguridad y predictibilidad, lo que los afecta en su bienestar y en su salud psicológica.
Los precarios trabajan, pero casi siempre sin empleos fijos que son de corta duración. Los que consiguen un empleo normal, permanente, no saben cuándo serán despedidos para conjurar alguna crisis económica que sobrevenga.
En esa línea de pensamiento, el autor sostiene que la autonomía de los bancos centrales para fijar la política monetaria, no está bien ya que unos pocos deciden cómo todos los otros deberán enfrentar las fuerzas financieras.
Standing omite decir que esa independencia de los bancos centrales fue la que permitió corregir la situación cuando las tasas de inflación superaban los dos dígitos en las economías avanzadas.
La advertencia final del autor: la situación difícil e indefensión de los precarios, será en el futuro moneda común a todos los sectores y clases sociales. En todo caso, la intención es buena: corregir errores y abusos. Observando el ascenso reciente de algunas fuerzas políticas con posiciones extremas, tal vez será preciso convenir que todavía podemos estar peor con algunas ideas que parezcan superadoras del capitalismo.