Una agenda abrumadora desplegó el presidente Fernando de la Rúa durante su permanencia en Nueva York y Washington. Lo hizo con su estilo personal, ajeno a las ostentaciones y al bullicioso protagonismo, con una precisa percepción de cuáles son las fuentes de poder real a la que debía recurrir.
Se le vio manejarse con soltura, apelando a sus conocimientos de inglés cuando era oportuno y recurriendo al intérprete cuando lo estimaba necesario para redondear con claridad su pensamiento. Y hasta se permitió apelar , en algunos momentos, a expresiones de humor .
Como carta de presentación llevaba consigo el cumplimiento de los requisitos planteados por el Fondo Monetario Internacional para el saneamiento del presupuesto fiscal y la compañía de figuras de relieve de la oposición política justicialista, como el senador Eduardo Menem y el gobernador de Buenos Aires, Carlos Ruckauf. Logró emitir la imagen de un país en el que se privilegia una política de Estado por sobre las escaramuzas contingentes que pueblan el historial de los países de América latina.
Llevó en su portafolios el texto de la desregulación de las telecomunicaciones, uno de los objetivos ansiados por las empresas norteamericanas deseosas de competir con las europeas Telefónica y Telecom en el mercado argentino. A cambio, reclamó el cumplimiento de las promesas norteamericanas de invertir alrededor de US$ 5.000 millones en telefonía, informática y la transmisión por Internet.
Otro rasgo que lo caracterizó fue su actitud preferencial respecto de la juventud empresaria innovadora del área de los servicios y las telecomunicaciones. Entre sus exponentes, se notó a Charly Alberti, Ramiro Agulla, Wenceslao Casares, Roberto Cibrián Campoy, Javier Timmerman y Martín Varsavsky. Hombres de éxito, con los que quiso demostrar que la Argentina apuesta a la modernización y no se restringe a la búsqueda de la estabilidad y del saneamiento financiero.
Una agenda abrumadora desplegó el presidente Fernando de la Rúa durante su permanencia en Nueva York y Washington. Lo hizo con su estilo personal, ajeno a las ostentaciones y al bullicioso protagonismo, con una precisa percepción de cuáles son las fuentes de poder real a la que debía recurrir.
Se le vio manejarse con soltura, apelando a sus conocimientos de inglés cuando era oportuno y recurriendo al intérprete cuando lo estimaba necesario para redondear con claridad su pensamiento. Y hasta se permitió apelar , en algunos momentos, a expresiones de humor .
Como carta de presentación llevaba consigo el cumplimiento de los requisitos planteados por el Fondo Monetario Internacional para el saneamiento del presupuesto fiscal y la compañía de figuras de relieve de la oposición política justicialista, como el senador Eduardo Menem y el gobernador de Buenos Aires, Carlos Ruckauf. Logró emitir la imagen de un país en el que se privilegia una política de Estado por sobre las escaramuzas contingentes que pueblan el historial de los países de América latina.
Llevó en su portafolios el texto de la desregulación de las telecomunicaciones, uno de los objetivos ansiados por las empresas norteamericanas deseosas de competir con las europeas Telefónica y Telecom en el mercado argentino. A cambio, reclamó el cumplimiento de las promesas norteamericanas de invertir alrededor de US$ 5.000 millones en telefonía, informática y la transmisión por Internet.
Otro rasgo que lo caracterizó fue su actitud preferencial respecto de la juventud empresaria innovadora del área de los servicios y las telecomunicaciones. Entre sus exponentes, se notó a Charly Alberti, Ramiro Agulla, Wenceslao Casares, Roberto Cibrián Campoy, Javier Timmerman y Martín Varsavsky. Hombres de éxito, con los que quiso demostrar que la Argentina apuesta a la modernización y no se restringe a la búsqueda de la estabilidad y del saneamiento financiero.