domingo, 22 de diciembre de 2024

7 de cada repitentes tienen padres con baja educación

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Desde el oficialismo se comienza a reconocer la decadencia educativa de la última década. Pero, simultáneamente, se minimizan los impactos negativos de este fracaso.

 El testimonio más ilustrativo es pretender dar un cariz positivo a la gran cantidad de jóvenes que no estudian ni trabajan, aduciendo que la mayoría son mujeres dedicadas al cuidado de los hijos. Esta posición, de un conservadurismo apabullante, ignora que la combinación de maternidad temprana y bajo nivel de educación de la madre es un poderoso factor de reproducción intergeneracional de la pobreza al incidir negativamente en la educación de sus hijos.  
   
Ante las evidencias cada vez más contundentes de la decadencia del sistema educativo, en el oficialismo se empieza a reconocer el fracaso. Un dato muy abrumador es el que brinda la evaluación PISA que señala que en el año 2000 el 44% de los jóvenes de 15 años no tenía capacidades mínimas de lectura, es decir, manifestaban serias dificultades para entender lo que leían. En el año 2009 esta proporción subió al 52%. En el mismo período, PISA muestra que el sistema educativo de Chile logró que la cantidad de jóvenes de 15 años sin capacidades mínimas de lectura disminuyera de 48% al 31%.

Que más de la mitad de los jóvenes no entiendan lo que leen es un problema de gravedad extrema ya que son candidatos a abandonar tempranamente el sistema educativo y verse forzados a sufrir severos problemas de empleabilidad durante toda su vida. Se trata de una poderosa fuente de frustraciones y pobreza que, además, tiende a propagarse entre generaciones. Una manera de dimensionar el proceso de perpetuación de la marginalidad educativa y social es analizar la incidencia que tiene la educación de los padres sobre el desempeño educativo de los hijos.

Según datos de la evaluación PISA correspondientes al año 2009 se observa que:
El 31% de los jóvenes de 15 años se quedó alguna vez de grado.
De estos jóvenes que alguna vez repitieron, el 72% tiene padre y/o madre que no terminó la secundaria.

Del 69% que no repitió, sólo el 54% tiene padre y/o madre que no terminó la secundaria. Estas evidencias sugieren que la baja formación de los padres aumenta los riesgos de que los hijos reproduzcan las malas experiencias educativas. Es decir, uno de los determinantes del deficiente desempeño escolar es la baja formación de los padres. En este marco, resulta pertinente evaluar el planteo del oficialismo que relativiza las consecuencias de que muchos jóvenes no estudien ni trabajen (los “ni-ni”) por considerar que, en la mayoría de los casos, se trata de mujeres dedicadas al cuidado de sus hijos. Una mujer de hogar pobre, con estudios incompletos, convertida en madre temprana, no sólo no desarrolla capacidades laborales para generar ingresos dignos por sus propios medios, sino que con alta probabilidad condicionará el futuro educativo y laboral de sus hijos.

Plantear como positivo que las jóvenes abandonen los estudios y no participen en el mercado laboral para dedicarse al cuidado de los hijos es de un conservadurismo apabullante. Es muy difícil ingresar a un sendero de desarrollo social sostenido con una clase dirigente apegada a ideas tan tradicionalistas y atávicas que asocian la feminidad al cuidado del hogar. Además, es altamente contradictorio con el mejor desempeño educativo que muestran las mujeres. La misma prueba PISA señala que mientras el 59% de los varones manifiesta severos problemas de lectura, entre las mujeres esta proporción se reduce al 45%.

Esta arcaica idea respecto al rol de la mujeres “ni-ni” es coherente con la concepción que se le viene dando a la Asignación Universal por Hijo. Los desvíos en el diseño y la baja calidad de gestión han degradado este instrumento a un mecanismo de asistencialismo tradicional que, lejos de dignificar, induce la perpetuación de la pobreza al estimular la inactividad escolar y laboral de las mujeres y la temprana maternidad.

Asumido el fracaso, es central no minimizar sus consecuencias ni eludir las medidas correctivas. En materia educativa la experiencia de los últimos años demuestra que mucho más difícil que aumentar los recursos para educación es lograr que esos recursos se asignen correctamente. Esto exige, por ejemplo, cambiar las reglas que regulan el trabajo docente y la política educativa. En relación a la Asignación Universal por Hijo es fundamental potenciar su impacto a partir de perfeccionar su diseño y modernizar los instrumentos de gestión. Es recomendable replantear las condicionalidades para estimular la escolaridad de la madre e inducirla a la actividad laboral y sustituir la obsoleta libreta que se usa para controlar las condicionalidades por mecanismos más profesionales.

 

 

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